jueves, 2 de diciembre de 2010

Itinerario Infantil

10 am
Salió al parque que está al frente de su casa, hurgó entre el pasto - buscaba todo tipo de insecto rastrero - encontró uno, una hormiga negra, fácil de atrapar. La metió dentro de una botella pequeña, la contempló con entusiasmo y la samaqueó un poco. Entró corriendo a su casa y se dirigió a la cocina; tuvo varias ideas macabras, pensó en varios objetos peligrosos, al fin se decidió. Abrió la refrigeradora, destapó la botella y dejó caer a la hormiga dentro del fresser, elevó al máximo el grado de temperatura manipulando el termostato, cerró la puerta y calculó media hora. Mientras tanto, fue a buscar más insectos. Encontró un escarabajo, una mariquita, una libélula, y un insecto negro muy raro, aparentemente inofensivo. El saltamontes era el único insecto al que no se atrevía coger porque le aterraba su aspecto. Transcurrida la media hora, se dirigió nuevamente a su cocina, abrió la puerta del fresser y encontró a su hormiga petrificada. La guardó en una caja y nuevamente vació todos los insectos de su botella en el fresser y los encerró para que se mueran de frío. Cuando los fue a buscar, una hora más tarde, todos estaban muertos, menos el insecto negro aparentemente inofensivo, que al caer en la caja con los demás insectos empezó a moverse con desesperación. Las almas en pena de los otros insectos que acababan de morir le increparon odio y deseos de venganza. Él no las pudo ver y nunca supo nada.

11 am
Entró al cuarto de sus padres y buscó entre las pertenencias de Ricardo. Encontró varios objetos: una caja de herramientas de color roja, una caña de pescar, un cuchillo envuelto en cueros parecido al que usa Rambo y un fumigador pequeño. Al encontrarse con este último objeto, se alegró. Recordó la forma cómo lo usaba su papá. Lo manipuló y se imaginó varias cosas, al fin se decidió por una. Fue a la cocina, llenó de agua el fumigador y lo mezcló con detergente, lejía y pulitón, quiso meterle más cosas pero no encontró nada más. Salió a los alrededores de su casa, buscó los huecos de donde varias veces había visto asomarse arañas negras. Apuntó y empezó a disparar. Las telarañas llenas de polvo se humedecieron y dejaron aparecer desconcertada a una araña negra. Afinó su puntería y la atacó sin piedad. Los chorros de agua salieron con fuerza aplastando a la araña. Al final la pisó y se fue en busca de más trampas malditas. Ningún arácnido sobrevivió a sus ataques. Las almas en pena de todas las víctimas de las arañas se le acercaron a vitorearlo, pero él no las oyó.

3 pm
Fue a buscar a sus loritos. Estaban encima de la refrigeradora, metidos en su jaula, allí acostumbraba ponerlos su mamá. Los encontró adormilados con sus picos hundidos entre las plumas de sus espaldas. Cogió un banco y subió para verlos. Se despertaron y movieron sus patitas temerosos de su presencia. Asió la jaula con fuerza y bajó con ella. Restos de choclo y caca cayeron al piso, renegó porque después tenía que barrerlo. Puso la jaula en el suelo y les abrió la puerta. Se sentó a esperar a que salgan. No lo hicieron y entonces decidió sacarlos a la mala. Una vez afuera, los dejó caminar y se rió viendo el movimiento de sus patitas. Los cogió con las dos manos y empezó a lanzarlos al aire. Se divertía viendo como aterrizaban: agitaban con todas sus fuerzas sus alas cortadas para evitar la caída aparatosa. Se le ocurrió una idea maquiavélica. Salió de la cocina y se fue a su cuarto en busca de sus carritos de juguete (de esos que arrancaban por fricción). Al regresar los encontró quietecitos en la puerta de su jaula. Los levantó y los puso en medio del piso de la sala. Calculó cierta distancia prudente y les apuntó. Cuando el carro salió disparado rectamente hacia los loritos, notó en sus ojos una expresión de alerta que le causó gracia. Dando un gran salto y aleteando fuerte, los loritos evitaron ser atropellados. Repitió la malévola escena una, dos, tres, cuatro veces más; pero los loritos siempre lograban esquivar el carro y resultaban ilesos. Al final, decidió regresarlos a su jaula, orgulloso de la destreza de cada uno. Los loritos lo maldijeron deseándole la peor de las tristezas, él jamás se lo imaginó.

4pm
Salió a la calle a cazar lagartijas. Su afán coleccionista lo ponía en práctica con insectos y animales. Le daba la vuelta a todo el barrio, especialmente, iba por los terrenos aún sin construir. No podía cazarlas solo, lo hacía con todos sus amigos. Al igual que él, ninguno de ellos tenía mejor forma de divertirse que ensañándose con las lagartijas y los grillos. Él llevaba puesto un buzo con cierres en los bolsillos. Cuando en el camino encontraba algún grillo, lo atrapaba con las manos y lo guardaba en su bolsillo. Él le perdonaba la vida a las lagartijas panzonas porque sabía que eran hembras y que iban a tener lagartijitos muy pronto y aunque le costaba mucho convencer a sus amigos de que no las toquen, lo hacía. Cazaron una, dos, tres, diez lagartijas y las metieron de cabeza en una botella de plástico. Cuando no podían acorralarlas recurrían a las resorteras y palazos. En la caza furtiva y despiadada, muchas lagartijas perdieron su cola. Ellos se asombraban de ver cómo la cola arrancada parecía tener vida propia moviéndose de derecha a izquierda. Alguno de ellos tuvo la disparatada idea de decir que había que mearlas para que no vuelva a crecer, entonces todos sacaban sus pichulitas y empezaban a chorrearle sus orines. Todos creían que eso surgía efecto porque al rato la cola dejaba de moverse. Otras lagartijas morían y ellos decidían abrirles sus cuerpos para descubrir que es lo que llevaban dentro. Al llegar a casa, él se adueño de la botella llena de lagartijas y la escondió en la tapa del medidor de agua, un escondite en donde sus padres nunca buscaban. Cuando las encerró, ellas le clamaron libertad, pero él no distinguió en sus rostros ninguna pisca de desdicha. Nunca supo que lo aborrecieron hasta el último segundo de sus vidas. Luego buscó sus grillos en el bolsillo de su buzo y sólo halló un hueco. El último grillo en escaparse se burló de él gritándole niño tonto, él no lo oyó.

11pm
Salió de su cuarto sediento. Su mamá no lo dejaba tomar agua tan tarde porque se orinaba en la cama. Como ya todos estaban durmiendo, fue a la cocina a calmar su sed. Al prender la luz vio decenas de cucarachas que hurgaban entre las hornillas de la cocina buscando residuos de comida. Algunas desconcertadas por la luz repentina, regresaron a su escondite y otras no se movieron embelesadas con su alimento. Pensó un momento y se le ocurrió una idea tenebrosa. Apagó la luz y prendió una vela. Cogió un cuchillo grande y con la vela en alto se acercó a las hornillas. Con suavidad acercó la hoja del cuchillo a la cabeza de la cucaracha más hambrienta y cuando la tuvo muy cerca la decapitó. Esbozó una sonrisa de sorpresa al ver que la cucaracha salió corriendo dejando olvidada su cabeza. Tuvo otra idea mucho más perversa que la anterior. Ladeando la vela, la acercó hacia otra cucaracha y le dejó caer encima la cera caliente. Asestó y quiso reírse a carcajadas viendo los retortijones de dolor de la cucaracha. Esta se volteó patas arriba y él sonriendo maliciosamente, aprovechó para rociarla con la cera caliente hasta cubrirla por completo y dejarla sepultada. Mató a muchas así, a más de 20 quizás. Todas gritaron de dolor, le suplicaron piedad, exclamaron perdón, pero al no encontrar respuesta maldijeron su cobarde existencia. Él nunca supo cómo escucharlas, hasta ahora.

martes, 2 de noviembre de 2010

PURGATORIO

Y de repente sucedió, una noche de aquellas, cuando regresaba de dar sus vueltas por la ciudad, decidió empezar de nuevo, sacar lo negativo que llevaba dentro de sí y empezar un largo y doloroso proceso de purificación.

Los dias habían transcurridos cortos y monótonos y su universo próximo se había esfumado y corroído víctima de una fuerza avasalladora, destructiva y silenciosa, que, uno a uno, había destruido sus enseres y adornos, libros, poemas y recuerdos, no había dejado nada útil, nada.

Empezó por los dibujos que tenía pegados en su puerta y terminó con una extraña flor que tenía en su ventana, había pasado una semana desde que el último pétalo de la flor se cayó y desde entonces, en su ventana solo quedó un palo seco, mustio y gris. Durante semanas enteras se había deprimido pensando que aquella planta era el último lazo que le había unido a su pasado y trató de revivirla regándola una y otra vez, pero era imposible, ni siquiera sus lágrimas tuvieron el efecto que el había esperado.

Y entonces algo pasó, el no supo como explicarlo, pero aquella tarde, tan triste y gris, el sol apareció por un instante y se asomó timidamente por su cuarto, el rayo dio vuelta por su habitación hasta posarse en su rostro, hinchado y adolorido de tanto llorar. El lo sintió, sintió el calor reconfortante y abrió los ojos, vio un rayo dorado que le acariciaba, le consolaba y le invitaba a levantarse y salir adelante.

Se levantó, incrédulo y se dirigió hacia la ventana, abrió la derruída cortina y se fijó en el cielo, en aquel sol que dorado y lánguido le decía adiós, confundiéndose entre la nostalgia del crepúsculo y el gris de las nubes que se empezaban a juntar, listas para descargar su fuerza purificadora.

Se desesperó por un instante, tomó una sudadera y salió a correr hacia el crepúsculo, quería salvar al sol, no quería que se fuera, hacia mucho tiempo que su persona no había sentido muestras de ternura. Dobló por la esquina que daba al malecón y se dirigió hacia la playa, presuroso, contrito, no le importaban ni la gente que le observaba asustada ni el frío viento que anticipaba una inusual tormenta.

Ya estaba oscuro cuando llegó a la playa, cayó de rodillas y dió un largo suspiro, era tarde, ya se había ido. Decepcionado se levantó y regresó a casa.

Era de noche, una rara noche lluviosa de octubre. Se sentó en su cama y dejó libres a sus manos, las cuales bailaron con el lápiz una melodía nocturna, bailaron y bailaron, dibujando cosas sin sentido, figuras piadosas, tal vez demoníacas, figuras que le otorgaban una sensación de catarsis, estuvo así por horas, horas enteras, hasta que se durmió.

La noche pasó, lenta y perezosa, y la lluvia limpió la ciudad, los edificios polvorientos ya tenían otra vista, eran las siete de la mañana, el sol salió de nuevo, una vez más apareció por su cuarto, se asomó por la ventana e iluminó las paredes carcomidas y se posó de nuevo en su rostro. El abrió los ojos lentamente y sonrió.

viernes, 22 de octubre de 2010

Minina

He empezado a odiar el sonido de mi despertador, siempre puntual, a la misma hora, todos los días. Algún día podré ignorarlo, ahora no. Si lo hago, luego debo soportar miradas inquisidoras; y en esta etapa triste de mi vida, cuando intento sentar cabeza, no puedo darme el lujo de mandar a la mierda todo aquello que me disgusta. Lo que más extraño de mi anterior vida, es el cariño de mi madre al cocinar, por eso creo que en parte tenían razón al decirme mantenido.

Mi gata siempre fiel, duerme a un lado de mi cama y es la primera en saludarme. Creo que también ha empezado a odiar el sonido de mi despertador. Mis padres nunca me dejaron tener mascotas y a mis 30 años, recién se lo que es tener una. He observado su comportamiento y creo que es la única que me da auténticas muestras de cariño, sobre todo cuando lame mi mano. Es una dulzura. Yo le correspondo quitándole las legañas.

Debí imaginarme que al mudarme a este cuarto, iba a tener los mismos problemas de siempre. Es increíble pero pareciera que las ratas me persiguen, vengo ahuyentándolas toda mi vida. He visto varios documentales sobre la vida de estos roedores y si no fuera por su tamaño, creo que serían muy superiores a otros animales. La experiencia me ha enseñado que con bocado nunca morirán. Por eso decidí conseguirme un gato, así, sin titubeos, de manera tajante y en definitiva, un gato, un felino guardián.

Cuando me lo regalaron, me dijeron que era macho; pero he descubierto que no lo es. Hace poco, un amigo, me contó que a él también le regalaron uno, que al igual que el mío, no tenía pene, ni bolas, pero que con el tiempo le aparecieron. Y como mi pequeño felino no daba señales de que pronto le saldrían bolitas entre las piernas, decidí averiguar en Internet cual es la diferencia entre las gatas y los gatos. Me sorprendí porque para conocer el sexo de mi gato, sólo bastaba mirarle el pelaje. Como el mío es tricolor, entonces es hembra; si hubiese sido de uno o dos colores, me hubiese visto obligado a auscultarla con más minuciosidad.

El día que me la regalaron, le fue difícil desprenderse de las patas de su madre; pero con bastante cariño y una lata de atún, tres días seguidos, se convenció de que yo era un dueño que valía la pena. Esa misma noche ahuyentó a las ratas con su llanto desgarrador y exasperante y yo pensé, con total lucidez, que era más decoroso dormir soportando los maullidos de un gato, que los ruidos de una rata caminando por todo el cuarto incluida mi cama.

Después de ese mismo día, ya no tuve que sacudir mi ropa de excremento de rata y ya nunca más encontré mi jabón con pequeñas y perfectas mordidas de pericote, empecé a vivir con un poquito más de decoro y de la manera más sencilla. Ahora trato de ser amoroso con mi gata para que no me abandone como lo hizo Lucía. Don Zacarías, me contó hace ya varias semanas, que los gatos se resienten para siempre y me ha dado miedo, con lo mucho que me costó conseguir a la Minina, con lo mucho que me cuesta asumir la soledad.

Así le he puesto de nombre a mi gata, ya dije que nunca he tenido mascota y tal vez por eso no me motiva bautizarlos como se debe.
Ahora que lo recuerdo, aquel día, me sorprendió mucho que Don Zacarías conversara conmigo tan abiertamente. Me dijo que el jefe está muy contento con mi trabajo y después, como si hubiese visto a través de mis ojos, empezó a hablarme de la vida y las mujeres y de las mujeres y la vida.

Habíamos recorrido la mitad de la ciudad realizando un trabajo que el jefe nos encomendó. Él conducía el carro y yo lo guiaba, entonces decidió detenerse en un restaurante. Vamos yo invitó, me dijo de buen humor. Eran recién las doce del mediodía, pero acepté gustoso sin reprocharle nada. Nos acomodamos en una mesa cerca de la ventana y empezó a hablarme de su vida, de su anterior trabajo, de sus hijos y de su mascota.

Tengo un gato, me dijo. ¿Y sabes? el gato es más fiel que el perro, te sigue hasta la tumba. Cada vez que llego a mi casa, me recibe con maullidos y ronroneos. Me persigue a todos lados hasta que le de algo de comer y cuando está contento, empieza a correr como loco por toda la casa y hace algo que me parece increíble: intenta atraparme la pierna con sus dos patas, jaja. Me alegra el día, así me haya ido mal. Pero sabes, creo que los gatos también se resienten. La verdad no es mío, es de mi vecina, no sé que le habrá hecho ella, tal vez no lo alimentaba bien, pero un día se acercó a mi casa, frotó su lomo entre mis piernas y como yo le correspondí con comida, se quedó.

Todo aquel comportamiento del gato de don Zacarías yo ya lo había observado y también gozado con Minina; pero no se lo dije para que se explayara en detalles y yo disfrutara de sus palabras. Me pareció una conversación predestinada porque después, cuando aún no nos servían el almuerzo, empezó a hablarme de mujeres. Apenas vio lo joven y buena que estaba la azafata, me habló de lo débil que es el hombre ante una buena hembra y de las consecuencias que trae sucumbir a la tentación. Premisa que yo no pude refutar.

No le había hablado a nadie de mi gata porque tenía miedo de parecer un hombre soso y ridículo a pesar de las variadas observaciones que había hecho de ella y don Zacarías se me anticipó con total naturalidad; ahora, tampoco había hablado con nadie de Cristina, una mujer que había empezado a cambiar mi vida perturbándome la mente, y de nuevo, Don Zacarías, adivinando los rumbos por los que iba mi existencia, empezó a darme consejos como si fuera un laureado sobreviviente en la guerra de la vida.

Antes de comprometerme con Lucía, yo había estado enamorado de Cristina. Sin haber hablado nunca con ella, sentía que la quería, que mi vida estaría completa si pudiera tenerla, la imaginaba llevándola de la mano a todos lados, besándola en el parque, en la playa, en el cine; pero en aquellos tiempos no podía hacer nada porque era la novia de Andy, un sujeto que cuatro años después de haber estado con ella, se fue a Lima con sus padres, prometiéndole simplemente no olvidarla jamás.

Cuando yo tenía tu edad, hacía y desasía. Desde muy joven me acostumbré a darle a las mujeres lo que verdaderamente quieren. Hubo un tiempo en que me frené un poco porque me aterrorizó la enfermedad del sida; pero mis trabajos me ayudaban siempre a estar rodeado de hembras que finalmente atracaban conmigo. A mi mujer le habré sido infiel un millón de veces, pero ¿sabes? la verdad siempre sale ha descubierto y si en ese momento, no actúas con la madurez y la astucia precisa, estás perdido. Yo ya no sé que me espera, pero cuando tu pareja descubre que le has engañado, aunque te perdona, no olvida jamás lo que le hiciste y eso es un suplicio que lacera tu conciencia cada noche.

Por casualidades del destino, Cristina entró a trabajar a la empresa recomendada por un familiar del jefe. Al verla, reconocí aquel sentimiento de antaño, la misma angustia de creer estar frente al verdadero amor y no saber qué hacer. La primera vez que conversé con ella, pude confirmar que siempre supo de mis sentimientos. Recordaba quien era yo en aquellos tiempos, que hacía y con quien andaba, incluso recordaba mi nombre completo. ¿Aún estás enamorado de mí? ¿Aún quieres estar conmigo? leo a veces en sus ojos y en algunos de sus gestos; pero me detengo temiendo engañar a mi destino.

Don Zacarías dejó de hablarme porque recibió una llamada a su celular. Entonces, escuchándolo, pude darme cuenta que lo que me había dicho, era para convencerme de no caer en la misma trampa de la que él, aún no puede escapar, por que empezó a decir palabras cariñosas, inspiradas por una mujer, tal vez 10 o 20 años menor que él. Minutos más tarde, cuando terminamos de almorzar, llamó a la azafata para pedirle que por favor le alcanzara una bolsita, entonces empezó a juntar los huesos que habían sobrado y dijo: “Ahora sí, nadie más contento que mi gato”.

Minina es la única que me acompaña ahora. Después de 6 años de relación con Lucía, habiéndole huido al matrimonio infinidad de veces, ella decidió dejarme. Me acusó de ser otro hombre, uno más egoísta y retraído que el de los primeros años. Me culpó de haber permitido que ella se enamorara de un tipo que dice más palabras cariñosas y que da más amor, sin miedo al despilfarro. Quizás ella también necesitó de alguien maduro que la invitara a almorzar, que con sus palabras, la convenciera de que en todo este tiempo de pecados ha tenido suerte y que le advirtiera, que algún día, las maldades cometidas nos condenarán sin tregua alguna. No sé. Quizá ella fue honesta y yo un cobarde.

En la vida celebramos con entusiasmo todos nuestros triunfos y siempre hay alguien cerca de nosotros dispuesto a compartir nuestras alegrías; pero cuando una derrota llega y nos encuentra solos, sin ánimos de afrontarla, el golpe duele aún más. Debí haber amado mucho a Lucía para que aún me duela su partida. Ella no se anticipó a lo que yo iba a hacer. Como siempre, había pensado dejar que mis días y mis horas siguieran su propio curso, como las aguas turbias de un río, simplemente iba a seguir imaginando que Cristina y yo, terminaríamos juntos en un mundo paralelo, espontáneo, de fantasía, lejano de la realidad, la que hoy, me recuerda que estoy solo.

Acaricio a mi gata, juego con sus bigotes y sus orejas, admiro sus ojos, recuerdo mi primeros días sin ella, deprimido y denigrado por ratas que merodeaban mis sueños, entonces reconozco su labor, se lo agradezco y termino preguntándole “¿podrás cuidarme de mí mismo?”.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Viernes 5

Viernes cinco, seis de la tarde, mientras espero parado en aquella esquina, fumando un cigarrillo, me preguntaba cuanto tiempo tardaría en llegar, si de nuevo me dejaría plantado como todas las tardes o si aquel seria el día señalado por ella para encontrarme.

Nunca estuve tan seguro como hoy, veo a los automóviles pasar de un lado a otro, ajenos al mundo, como la mayoría de cosas que transitan por las calles de la ciudad y me preguntaba si me recogería en uno de ellos, si aquella era la manera en la que quería encontrarme.

La he buscado tantas veces y nunca la he encontrado, cuando estoy desesperado pienso que ella también se me fue negada, al igual que tantas cosas en el mundo y que debería acostumbrarme a vivir sin ella. Pero hoy no es momento para desesperarse, hoy es el día, hoy debe llegar, termino mi cigarrillo y empiezo a mirar el sol poniente con una mirada siniestra: al final del atardecer, pienso, ella vendrá al terminar el atardecer.

Un presentimiento me asalta de repente, no es en esa esquina, es en aquel puente peatonal que se yergue inmenso frente a mí, entonces camino de repente y subo: no hay nadie, solo algunos pasan tan pronto como pueden. ¿Por qué encontrarme en un sitio tan solitario?

Nadie sabe en qué piensa ni porqué hace las cosas, ella es libre y gusta de su libertad, le gusta encontrarse con todos en momentos inesperados, sorprenderlos, y eso es lo que hace tan especial, pero no sabe que yo la busco desde hace tiempo, anoche me propuse buscarla una vez mas y la sola idea ni siquiera me dejó dormir, un triste café por la mañana y un jugo desabrido en vez de almuerzo, la ansiedad no me ha dejado probar nada, solo mis propios pensamientos.

Esta oscureciendo: los automóviles ya circulan con las luces encendidas y las tonalidades naranjas del cielo se empiezan a desvanecer, ella no tarda, lo presiento, la imagino llegando, sus pisadas en el pavimento su aliento helado en mi nuca, sus manos frías en mis hombros, su susurrante voz diciéndome: Hola.

Una chica pasa por mi lado y se asoma a mirar el vacío, me mira, me dirige una mirada triste y una sonrisa tímida y se retira nerviosa, sabe que la busco, tal vez ella también la esté buscando, pero ella es así, nunca se muestra a todos, selecciona a sus encuentros casuales, eso la hace tan irresistible, tan deliciosa.

Ya ha anochecido y el tráfico se ha vuelto estresante, siento que la hora se acerca y mi corazón empieza a latir con fuerza. Estoy seguro, hoy día la encontraré, la ciudad se empieza a convertir en una fiesta de luces de neón y un viento helado empieza a golpearme la cara: señales, ella esta cerca.

Suspiro, tomo un poco de aire y siento como mi mente empieza a bloquear mis pensamientos, poco a poco, el silencio llega y los ruidos huyen atemorizados, me trepo al muro, un zumbido empieza a incubarse en mi cabeza, débil, pero conforme mi emoción aumenta va cobrando mas fuerza, ella ha llegado, la siento tomarme la mano e invitándome a saltar, no puedo resistirme, cierro los ojos y tomo impulso.

Una mano tomándome sorpresivamente el hombro, un grito de mujer, el zumbido agudo, ahora ensordecedor y un golpe seco en el pavimento, mi cuerpo pidiendo clemencia mientras escucho chirridos y un trueno ensordecedor: es todo, ha llegado, ya está aquí.

***

Domingo nueve, diez de la mañana, paredes blancas y una mente en blanco encerrada en un cuerpo lleno de dolor. Una mujer vestida de blanco, con cara de desvelo, escuchando un radio:

- “Hace unos minutos acaba de fallecer el bebé de ocho meses de gestación que fuera extraído del vientre de su progenitora luego de que esta falleciera en un aparatoso choque en la tarde del viernes. Como se recordara en el siniestro murieron cuatro personas, la madre del niño, que acompañaba a su esposo quien conducía uno de los vehículos y que falleció instantáneamente, el conductor del otro automóvil implicado y una joven que trató de salvar al suicida que causó el accidente, al parecer la joven trató de sostener al hombre de 25 años que se lanzó al vacío, pero fue vencida por el peso de este. El suicida se encuentra hospitalizado y su estado es reservado”.

- Dios mío – gime la mujer.

Ella había llegado, pero no por mí, una vez más me resultó huidiza. Me utilizó para encontrarse con cinco personas que no querían encontrarse con ella. Ella es así, independiente y siniestra y yo, seguiré esperándola hasta que decida encontrarme, tal vez en el momento menos esperado: siempre jugando conmigo.

sábado, 27 de marzo de 2010

Beatriz

Capítulo II

No puedo negarlo, aquellos años en compañía de “los zoros” pasé los mejores momentos de mi adolescencia. Recuerdo muy bien aquel día en que llegué a “Las Brisas”, supe en seguida que la pasaría muy bien. Mis nuevas vecinitas me dieron la bienvenida tímida y avezadamente. Se emocionaron al verme llegar, me enviaron saluditos e incluso las más atrevidas, algunos besos volados que hicieron que se me escarapelara el cuerpo. Yo estaba preocupado de que todas ellas vieran los cachivaches que descargaba del camión de mudanzas; pero parecía que la curiosidad de cada una de ellas estaba centrada solamente en mí. Era verano y tal vez en algo influía el clima.

La casa a la que me mudé era del hermano de mi mamá y estaba ubicada frente a una improvisada canchita de fulbito, junto a un bonito parque con pileta en el centro. Mi tío nos prestó su casa con tal que la cuidáramos. En aquella calle, que urbanísticamente hablando, era un pasaje, vivían chicas muy bonitas, pero la mejor de todas era Fiorella. Recuerdo que cuando la vi por primera vez me gustó mucho. Su casa estaba ubicada a unas diez casas de la mía. La encontré diferente a las demás, principalmente porque ella no demostraba demasiado interés en mí. Era trigueña, de ojos bonitos, creo que achinados, tenía el cabello ondulado y siempre lo llevaba suelto. Muy pocas veces podía verla sonreír. De todas ellas, Fiorella era la única que se ponía vestidos veraniegos, que cuando corría, parecían hacerla volar. Por las tardes, siempre salía al parque a jugar con su gatito y yo la miraba desde la puerta de mi casa y me quedaba encantado viendo lo tierna y dócil que era. Los primeros días, salí a darme un par de vueltas por el parque en mi bicicleta y aunque ella insistió en ignorarme, no pude dejar de admirar su belleza. Decidí también ignorarla, hipotéticamente hablando, claro.

No me imaginé nunca por qué Fiorella siempre salía tan puntual, media hora antes del atardecer, en compañía de su gato a sentarse en un banco, hasta que la vi un día comportarse de manera distinta. Un muchacho, tal vez de la misma edad que yo, cruzó el parque en bicicleta y volteó a la calle Teatro. Me había acostumbrado tanto a su espontaneidad, que aquel día rápidamente me percaté de lo nerviosa que se puso.
Yo, que por un momento creí que a quien miraba era a mí, también me puse nervioso; pero como no pude creérmelo, voltee a buscar a donde iba dirigida verdaderamente su mirada. Entonces vi a aquel muchacho que surcaba el parque en bicicleta raudamente, como si pasara por un lugar desabitado y desértico, como si su destino estuviera trazado y el lugar por el que pasaba en ese momento, no existiera en su mente. Alcancé a verlo bajando la vereda y volteando hacia la otra calle. Entonces Fiorella volvió a ser la misma de antes, de mirada melancólica y aire ensimismado. Agachó la cabeza en señal de desencanto, abrazó a su gatito, le dijo algo mirándolo a los ojos y como pocas veces, la vi nuevamente esbozando una sonrisa esperanzadora, mágica, de amor. Tres días después, cuando yo ya me había aburrido de la rutina, salí de mi casa minutos después del atardecer y pude ver, bajo un cielo encapotado de nubes negras, alumbrada por la luz amarilla del faro más divino del parque, a Fiorella, de pie frente al muchacho, que sosteniendo su bicicleta, la miraba dulcemente, intentando decirle que la única razón por la que él pasaba todos los días por el parque, desde hacía dos meses, a la misma hora y con la misma tímida determinación, era solamente para verla, admirarla y descubrir en sus ojos cuanto la quería.
Ahora yo me río, pero en ese momento lo primero que pensé, fue en salir también a buscar el amor de mi vida en bicicleta.

martes, 9 de marzo de 2010

Silencio

En una capilla están Matías y Antonella.

A él le gusta cantar aunque lo haga muy mal.

A ella le gusta pintar, lo hace bien. Pero no muestra lo que pinta a nadie.

Solamente a Matías. A quien han venido a ver sus 18 hermanos de todos los países, dentro de los cuales los más queridos son Gustavo y Augusto.

De Gustavo se dice que pertenece a algún tipo de mafia peligrosa. De Augusto solamente se fijan en cuan larga está su barba que ahora llega hasta el ombligo.

Ambos se acercan a saludar a Ximena, que fue la última en besar a : Matías, que toda la vida quiso besar a : Antonella.

A quien han venido a ver sus eternas e incondicionales amigas que siempre fueron solamente cuatro.

Ellas se encuentran con Oswaldo, que fue el último en besarla.

Al acercarse ellas, él le sede el asiento a una.

Al sentarse, ella queda enfrente de Lúa, quien a pesar de estar en horario de trabajo se dio tiempo para estar desde el inicio.

Lúa enseña a tocar guitarra a Doménica. Ambas han venido a ver a Matías, quien ahora no puede moverse y, aunque se lo preguntaran y lo negara, se encuentra muy nervioso.

A pesar de todo el quisiera ver en que lugar está sentada Andrea, la madre de Valia, la única hija de Matías.

A diferencia de su padre, Valia no habla con mucha gente. Le gusta dibujar a las personas cuando lloran. Pero ahora está dibujando un rostro que le resulta agradable y hasta familiar, el de Antonella.

A quien, contra todo pronóstico, ha venido a ver también Jorge.

Él saluda a todos los amigos de Matías y a las cuatro amigas de Antonella.

Con él vienen las sobrinas de ella que le guardan cariño desde los tiempos en que ellos vivieron juntos.

Afuera se han abierto 3 botellas de pisco y 1 de ron, cortesía de Gustavo , quien nunca fue santo de devoción de Antonella y que ahora no soporta que haya llegado Camila.

Ella acaba de publicar su primer libro y se los ha dedicado a Matías y a Valia.

Todos le preguntan a Gustavo quien es la mujer que ha entrado antes que todos y que nadie conoce.

Él guarda silencio , su nombre es Lourdes y sabe que ella tiene más derecho en estar ahí que muchas otras.

Todas estas personas están dentro de la capilla .Aparece el sacerdote y todos se ponen de pie.

Los que se encuentran más cerca al sacerdote son: Matías y Antonella.

El Padre hace la pregunta de rutina y que tanto han esperado ambos, pero que ahora no pueden responder.

Por voluntad previa, se acercan Gustavo por parte de Matías y una de las sobrinas por parte de Antonella.

Ambos dicen al unísono: ”sí , aceptan”.

Y la mayoría de personas antes mencionadas rompen en llanto por ambas partes.

Y se abrazan para consolar su resignación.

Y después de tantas vidas , Matías y Antonella descansaron juntos ,como pequeños niños.


sábado, 6 de marzo de 2010

"V"

Sé que el mundo se va acabar

de una u otra forma.

Es muy poco probable que

vuelva a nacer,

pero bastará con que

Andrea pase por esa puerta,

finja no conocerme

y se siente a mi lado

y solo después de 20 segundos

de fingir pretextos,

me preguntará mi nombre,

tras responderle me dirá:

eres mi perfecto desconocido.

Entonces le diré que se quede

a mi lado todos los días.

Sé que me dirá

que el mundo se acabará,

pero no importa,

porque si se sienta conmigo

los terremotos no me darán miedo.

La tranquilidad será nuestra amiga

y nuestra sonrisa

ayudará a todos.

Entonces me preguntarán,

¿quién es ella?

y les diré que es mi

perfecta desconocida.

Pero Andrea no vendrá hoy.

Y la lluvia ya comenzó a caer.