martes, 2 de noviembre de 2010

PURGATORIO

Y de repente sucedió, una noche de aquellas, cuando regresaba de dar sus vueltas por la ciudad, decidió empezar de nuevo, sacar lo negativo que llevaba dentro de sí y empezar un largo y doloroso proceso de purificación.

Los dias habían transcurridos cortos y monótonos y su universo próximo se había esfumado y corroído víctima de una fuerza avasalladora, destructiva y silenciosa, que, uno a uno, había destruido sus enseres y adornos, libros, poemas y recuerdos, no había dejado nada útil, nada.

Empezó por los dibujos que tenía pegados en su puerta y terminó con una extraña flor que tenía en su ventana, había pasado una semana desde que el último pétalo de la flor se cayó y desde entonces, en su ventana solo quedó un palo seco, mustio y gris. Durante semanas enteras se había deprimido pensando que aquella planta era el último lazo que le había unido a su pasado y trató de revivirla regándola una y otra vez, pero era imposible, ni siquiera sus lágrimas tuvieron el efecto que el había esperado.

Y entonces algo pasó, el no supo como explicarlo, pero aquella tarde, tan triste y gris, el sol apareció por un instante y se asomó timidamente por su cuarto, el rayo dio vuelta por su habitación hasta posarse en su rostro, hinchado y adolorido de tanto llorar. El lo sintió, sintió el calor reconfortante y abrió los ojos, vio un rayo dorado que le acariciaba, le consolaba y le invitaba a levantarse y salir adelante.

Se levantó, incrédulo y se dirigió hacia la ventana, abrió la derruída cortina y se fijó en el cielo, en aquel sol que dorado y lánguido le decía adiós, confundiéndose entre la nostalgia del crepúsculo y el gris de las nubes que se empezaban a juntar, listas para descargar su fuerza purificadora.

Se desesperó por un instante, tomó una sudadera y salió a correr hacia el crepúsculo, quería salvar al sol, no quería que se fuera, hacia mucho tiempo que su persona no había sentido muestras de ternura. Dobló por la esquina que daba al malecón y se dirigió hacia la playa, presuroso, contrito, no le importaban ni la gente que le observaba asustada ni el frío viento que anticipaba una inusual tormenta.

Ya estaba oscuro cuando llegó a la playa, cayó de rodillas y dió un largo suspiro, era tarde, ya se había ido. Decepcionado se levantó y regresó a casa.

Era de noche, una rara noche lluviosa de octubre. Se sentó en su cama y dejó libres a sus manos, las cuales bailaron con el lápiz una melodía nocturna, bailaron y bailaron, dibujando cosas sin sentido, figuras piadosas, tal vez demoníacas, figuras que le otorgaban una sensación de catarsis, estuvo así por horas, horas enteras, hasta que se durmió.

La noche pasó, lenta y perezosa, y la lluvia limpió la ciudad, los edificios polvorientos ya tenían otra vista, eran las siete de la mañana, el sol salió de nuevo, una vez más apareció por su cuarto, se asomó por la ventana e iluminó las paredes carcomidas y se posó de nuevo en su rostro. El abrió los ojos lentamente y sonrió.