Eran las 7: 30 de la mañana del día sábado. Jonathan, alumno del cuarto año de secundaria de un colegio estatal, lamentó haberse tenido que levantar tan temprano. Abrió la cortina de la ventana de su cuarto y vio que el día estaba totalmente nublado. Del cielo una luz mortecina parecía irradiar tristeza en el ambiente y una ligera llovizna humedecía las veredas y las pistas de las calles. Se vistió con ropa de invierno y guardó en su mochila, todo lo que necesitaba, para irse al lugar en el que, sin el menor escrúpulo, cometería un acto deshonesto e inmoral.
Al salir de su casa se encontró con Renato, su compañero de clases y mejor amigo desde que se mudó a esa zona. A diferencia de él, Jonathan era más tranquilo, no generaba desorden en clase haciéndole bromas a sus profesores, y cumplía puntualmente sus tareas, se peinaba con ralla al costado y siempre iba adelante en las formaciones de los lunes debido a su metro ochentaicinco de estatura. Se saludaron con un golpe de puños y sin prisa, tomaron el camino hacia el paradero de combis. Renato inició la conversación:
- ¿Y qué le dijiste a tu vieja?
-Que iba a la academia del profe – respondió Jonathan con seriedad.
-Idiota, no pudiste ser más sincero – replicó Renato.
-¿Por qué!?, si le decía que iba a otro lado tal vez no me daba permiso, además me completó los 5 soles que me faltaban, ya tengo los 20, mira.
Jonathan sacó de su mochila 4 monedas de 5 soles y se las enseñó a Renato. Por el transcurso de dos semanas había ahorrado el dinero que le daban para sus pasajes, caminando desde su casa hasta el colegio y viceversa, y lamentaba no poder gastarlo en los juegos de video. Al menos Renato, quien se había dado cuenta antes, de que la única manera de solucionar su problema era con dinero, ya se había quitado la preocupación de encima y había convencido a Jonathan de hacer lo mismo. Los días que lo acompañó caminando hasta su casa, había ahorrado el dinero suficiente para este fin de semana, y tenía pensado compartirlo con su mejor amigo.
Sentados en la parte posterior del combi, iban conversando en voz alta. Parecía como si se hubiesen tele transportado a otro mundo, en donde las cosas de las que hablaban se materializaran frente a sus ojos, y nada de lo que verdaderamente había a su alrededor existiera. Así eran cada vez que estaban juntos. Una señora que iba delante de ellos no podía dejar de escuchar lo que hablaban y asombrada, recreaba en su mente todo lo que de la extravagante boca de Renato salía.
El día anterior, a la hora del recreo, una espectacular bronca alborotó el aula del 5to “I”. Jonathan no la pudo ver porque en ese momento se había ido al baño. “En cambio yo sí vi esa broncaza. Yo mismo cerré las puertas cuando Barón ordenó que la cerrasen para que el gordo Solís no se vaya a escapar. El Chato pensó que Solis se iba a bajar con eso de que para que no te me escapes cierren las puertas muchachos, ahora te saco la mierda, pero Solis le supo parar el macho al chato, supo sacar provecho de su peso, por eso pudo aguantar, además se defendió bien y le regaló sus buenos golpes al chato. Incluso lo pudo hasta soñar con un tremendo puñetazo que el Barón esquivó. Hubieses visto, el puño del gordo sonó duro en la pizarra y él como si nada. Es que el Barón lo agarró por la espalda y lo quiso levantar, pero como vio que no podía, no le quedó otra que soltarlo, entonces el gordo, dándose media vuelta, sacó el brazo con el puño cerrado y plumm. Todos comentamos que con uno solo de esos golpes que hubiese recibido el Barón ya no regresaba para más; pero lo malo de Solis es que es lento, la gordura tendrá sus ventajas pero tiene su punto débil, te hace lento para la pelea. Al final, los dos se dieron. Creo que por eso terminaron dándose la mano como amigos, dieron risa, hubieses visto, después de haberse revolcado a golpes, casi llorando, se pusieron a discutir abrazados, que por qué peleaban si son patas, si son como hermanos, estudiando juntos ¡desde inicial!…
Después se dieron cuenta de que estaban apestando a saliva y estuvieron preguntando quienes habían sido los maricones que los habían escupido para reventarlos.
Cuando llegaron a la esquina de la avenida Arica y Luis Gonzales bajaron. No se imaginaban que con la conversación que habían tenido en la combi, habían contribuido a afianzar la mala reputación que tenía su colegio, dando una razón más para que se sigan levantando malos comentarios. “Cómo es posible que en un colegio, dos jóvenes se peleen en su propia aula y a puertas cerradas” pensó la señora que los había venido escuchando y que también bajó en la esquina del mercado modelo. Pero Jonathan y Renato, siguieron su rumbo, despreocupados. Para ellos, eso era de lo más normal. (Las peleas eran una de las habituales maneras que tenían los caballos para solucionar sus discrepancias). Sin distraerse, caminaron por la cachina. Vieron rostros somnolientos y se cruzaron con algunas miradas de resaca pero a ellos nada de lo que ahí se ofrecía, les llamaba tanto la atención, como las zapatillas rebock negras que todos en el colegio querían tener y que muy pocos se daban el lujo de combinarlas con el uniforme. Quienes llegaban así a clases eran siempre vistos con envidia.
Minutos antes de las 9 llegaron a la calle “Porta” y frente a una pequeña casa de material noble, fachada verde, puerta de madera y ventana de fierro oxidado, Renato se detuvo y le indicó a Jonathan que allí era donde tenía que dar su examen suplicatorio. Jhonathan sintió nervios porque era la primera vez que hacía una visita de ese tipo, pero la serenidad que Renato transmitía, le hacía pensar que dentro de esa casa, las visitas eran muy bien atendidas y las reglas que en el colegio prevalecían, ahí se disolvían.
Sin acordar antes, que es lo que iban a decir, Renato tocó la puerta con atrevimiento y casi al instante, se apareció frente a ellos la imagen del profesor de física que parecía encarnar la caricatura de un chimpancé. Era flaco, de estatura mediana, piel cobriza y de cabellos drásticamente ondulados, llevaba puesto un chor deportivo de tres colores y encima, un polo amarillo fosforescente. Sin embargo no actuó como un primate. Con la misma mirada seria e inteligente de siempre, trató de recordar aquellos rostros pueriles que lo observaban sin disimular el asombro de verlo vestido en esas fachas. Y al reconocerlos, rompió el silencio dándoles una pequeña lección de buenos modales: “buenos días jóvenes, ¿que se les ofrece?”.
“Buenos días profe”- respondieron en coro. Y antes de que Jonathan tomara aire para aguantar la vergüenza de dirigirse por primera vez a su profesor y para hacerle tan descarado pedido, Renato, con su acostumbrado desparpajo, ya le estaba dando la mano y con una voz que no denotaba ni una pisca de favor, ya le estaba diciendo, señalándolo: “Profesor, aquí mi compañero también quiere que le tome examen de recuperación”.
El profesor miró a los ojos a Jonathan, y le pareció reconocer en él, al joven que calladito - sentado en medio de la primera fila - presta siempre atención a su clase y al que todos miran cuando hablan de “largo”.
“My bien, pasen”. La puerta se abrió de par en par, y ante sus ojos, el rostro serio de un joven al que desconocían, sentado en la pequeña mesa del comedor, les dio la bienvenida. Renato, malcriado como de costumbre, se dirigió a la modesta salita del profesor, y sin esperar a que este lo invite, se sentó en un mueble individual quietecito, como si fuera el más ferviente espectador de una obra teatral, que espera a que se abra el telón. Renato, por su parte, esperó a que el profesor le indicara donde sentarse, y cuando vio que este, con su mano negra, jalaba una silla que precisamente estaba ubicada frente al muchacho que desarrollaba ejercicios en su cuaderno y que se la ofrecía con una voz que le pareció irónica, sintió que algo estaba mal, que eso no era lo que él esperaba. “Espérame, ahorita vuelvo” le dijo el profesor.
Jonathan sintió que las manos le empezaron a sudar, observando cómo aquel muchacho resolvía con tanta facilidad, unos ejercicios de física que él, muy bien sabía, demoraría una vida entera en hacerlos y que sin embargo para eso había llegado a aquel lugar. Sentado en una silla, de ese rústico comedor, se sintió extraño y tenso a la vez. “Aquí tienes” lo asustó el profesor, pero no tanto por su súbita aparición sino porque al mismo tiempo que le ponía el examen vacío en el rostro, se sentaba al lado del inteligente mozuelo, preguntándole con amabilidad ¿y cómo vas?
Ahora tenía al frente suyo a los dos, maestro y discípulo, haciendo alarde de habilidad matemática, mientras que a él, un vacío inminente lo absorbía y abochornaba. Se sintió inferior, ridículo, avergonzado y se preguntó que hacía en ese lugar extraño. Odió a su compañero Renato. Pensó que todo lo que le había contado eran puras mentiras para vengarse de algo que él le había hecho. Nada de lo que le aseguró que iba a pasar le estaba pasando: el profesor le entregaría el mismo examen que tomó la víspera, lo dejaría sólo, él sacaría la copia – que debía tener preparada - y resolvería con total tranquilidad. Transcribiría como si intentara dibujar algo y luego de 15 minutos, el profesor regresaría a buscarlo para preguntarle si ya terminó, ponerle un 18 de nota y cobrar sus veinte soles. Pero ahora lo tenía ahí al frente, mirándolo como si una especie de parálisis intelectual lo hubiese atacado después de llenar sólo su nombre.
No supo qué hacer. Ni siquiera se atrevió a levantar la mirada, se imaginaba los ojos del profesor recriminándolo. Maldijo no haber hecho su copia más pequeña como para intentar sacarla y ponerla entre sus piernas, como solía hacerlo siempre en los exámenes. Nadie en el salón sabía lo meticuloso que era para elaborar esas copias con letra en miniatura y lo experto que era para usarla, y nunca ningún profesor lo había descubierto, tal vez confiados de que tras ese rostro de niño inocente, jamás se podría ocultar un tramposo, capaz de engañar con fechorías. Y verdaderamente eso es lo que era, pero como pocas veces, ahora se sentía desguarnecido frente a un examen, y como siempre sólo frente a los de ese tipo.
Pensó que merecía ese castigo, que tal vez Diosito siempre le permitía que todo le salga bien cada vez que trampeaba, porque después, aprovecharía un momento preciso y trascendental como este, para poder castigarlo, enviándole la peor de las malas suertes. Se odio a sí mismo y tuvo miedo de que todas esas premoniciones sean ciertas, porque el día anterior, a la hora del recreo - cuando Barón y Solís peleaban - la providencia lo había enviado al baño justo en un momento en que se preparaba una celada, en la que a él injustamente iban a terminar involucrándolo. En su mente, empezó a vagar el recuerdo de esa tunda: Mientras que él, pudoroso como siempre, orinaba a puertas cerradas en un inodoro, muchachos de mal vivir, microcomercializaban droga en las interiores de ese apestoso baño. Ofrecían marihuana a precio módico y algunos clientes que compraban y no se resistían a fumarla ahí mismo, armaban su paco y empezaban a mezclar el olor a mierda y úrea con humo de hierba. Y así encontraron a varios. Jonathan escuchó como de repente las puertas de entrada al baño se cerraron de golpe y cómo algunos estudiantes gritando ¡yo no!, ¡yo no!” intentaban salir y no se lo permitían. Pero los profesores de Obe, Sánchez y Bobadilla, ya tenían identificados a los malhechores, quienes desgraciadamente habían ido a escabullirse al lado suyo. Los correazos que recibió empezaron a arderle de nuevo ahí mismo, sentado frente al profesor y su aplicado alumno, y sintió como el bochorno de ese momento, mezclado con el recuerdo del castigo que pensó se lo tenía bien merecido, le empezó a producir chocaque.
Giró hacia atrás la cabeza tímidamente, sin levantarla mucho, como si le hubiese dado una imprevista tortícolis, y vio a Renato con el rostro consternado, como tratando de gesticular un “no sé, yo tampoco entiendo”. Se sintió aún más abandonado. Vio las cinco preguntas vacías del examen y trató de recordar cómo era el desarrollo de cada una de ellas, y pensando en sus veinte soles y cómo el profesor los había entendido mal - que ese no era el tipo de examen que él quería dar - empezó a dibujar con paciencia, pequeños trazos de un gráfico que más o menos recordaba iba en el desarrollo de la última pregunta.
Y así estuvo sufriendo unos cinco minutos, hasta que en su mente, divagó una arriesgada solución: ¿Profesor, porque no me deja sólo, para desarrollar mi examen, así como lo hizo con Renato?. ¡No!. Si le digo así se va enojar, está con su alumno el negro este y tal vez no quiera que él sepa que cobra, podría ofenderlo con esta pregunta. Pero y si se lo pido de otro modo: profesor yo quería dar mi examen ayudándome de mi cuaderno, ¿puedo?. Ta madre, pero ni siquiera he traído mi cuaderno, que vwebada, al menos así hubiese disimulado poniendo la copia encima. Y ya también mucha pendejada sería decirle que ayudándome de mi copia. Conchadesumadre. ¿Qué hago, cómo le digo?
Jonathan se sintió desamparado, pensó que no tenía otra salida más que decir la verdad, pero ni siquiera sabía cómo hacerlo. Levantó la cabeza, vio la mirada del profesor despreciando su examen vacío, se atemorizó al verlo ponerse de pie, bajó la mirada, esperó una recriminación, quiso decirle algo, iba a hablarle, pero el profesor se le anticipó con su voz alterada:
- ¿oye, que no has podido estudiar?, ¡es el mismo examen!.
Jonathan experimentó una sensación de miedo y alegría a la vez luego que le escuchara decir a su profesor: “ven, vamos para adentro”, pero dirigiéndose a su alumno el chancón, poniéndole una mano solícita en el hombro. Vio que los dos se perdieron al voltear una pared dejándolo solo y entonces, rápidamente, sacó el papel donde tenía copiada las respuestas y empezó a llenar su examen. Escuchó los silbidos de Renato llamándolo pero no le hiso caso porque sabía que lo hacía para burlarse. Terminó en menos de cinco minutos y esperó a que venga el profesor. Cuando este llegó, le entregó el examen resuelto. Lo observó cómo, con una mirada más pacífica, le marcaba con visto bueno cada una de las preguntas resueltas de su examen y sintió su alma volver, cuando vio que su calificación de 03 en el registro era cambiada por un flamante 18. Le pagó los veinte soles y se despidieron de él con un apretón de manos. “Tan fácil que es la física muchachos”, renegó el profesor. “vayan con cuidado” les dijo despidiéndolos.
Salieron caminando en silencio, pensativos. Y no fue hasta llegar a la cachina cuando Renato empezó a burlarse de Jonathan. Él tampoco pudo resistir reírse, ahora veía las cosas con más tranquilidad y le causó gracia el momento tenso que vivió. Cuando salieron del mercado modelo, Renato le dijo:
- Vamo al vicio, yo invito.