viernes, 31 de julio de 2009

Dos nubes de sangre

Perú, el país de donde vengo, suele ser conocido por montañas, nevados y piedras enormes de cuadratura perfecta. Tras esa fotografía de postal, existen ciudades como cualesquiera en este mundo: oscuras, podridas, con personajes vampíricos y solitarios, que llenan las noches con su luz tenebrosa. Chiclayo, entonces, es una ciudad como cualquiera. Una ciudad peruana en la que también anochece...

Me pregunto dónde estás. Es de noche y acabo de llegar a la ciudad, con un poco menos de cuerpo que hace un rato. Camino rápido entre las sombras que ocultan rostros enormes, feos, llenos de maldad…pero familiares, al fin y al cabo. Estoy en mi mundo. Las luces inoportunas sólo descubren el andar irregular de los insectos sobre la vereda, así como una que otra portada invisible de algún libro viejo a precio de infarto. Camino sin saber que la muerte va de esquina en esquina, con un cigarrillo entre los dedos, esperando a sus clientes de turno. El sujeto disfrazado de pollo, con el rostro bañado de un sudor frío, ha decapitado a su personaje por el simple y banal motivo de tomarse un agua de lima. La solitaria Gertrudis, por su parte, sonríe viejísima a quienes ya no tienen ni el ánimo de hacerle bromas sobre su tardía salida del closet. Son cerca de las once y media de la noche, apenas, y ya Chiclayo tiene el aroma inconfundible de la más rabiosa soledad. Más tarde será peor… ¿dónde estás?
Hace quince minutos que mi hermana bajó del autobús. Nos despedimos con un beso en la mejilla, prometiendo, como siempre, continuar nuestra conversación (sobre el mismo tema) la próxima vez que nos veamos. Nunca hemos cumplido esa promesa. Lambayeque quedó atrás, y ahora sólo quedan los reflejos perfectos de los pasajeros sobre la ventana. Afuera, un vacío inmenso abraza las calles chiclayanas, pese a estar llenas de gente silenciosa, mientras el vehículo voltea con dificultad para llegar al improvisado paradero.
Una luz amarilla me recibe cuando logro salir del autobús. El olor a comida frita, las voces (y escupitajos) de la muchedumbre, el claxon de los automóviles y el grito de los cobradores de combi…no existen a esta hora. Como no existe, además, forma de llegar a mi casa que no sea tomando un colectivo cerca del mercado Modelo. Forma barata, vale agregar. Con una paranoia de los mil diablos, coloco mi mochila hacia delante, dándome un aspecto de embarazado prematuro. Miro hacia el frente y luego hacia el piso. Aclaro mi garganta, me acomodo los lentes, empiezo a caminar.
La noche se burla desde lo alto. Me he sentado en plena calle, con mi mochila ensuciándose con el cemento, sobre la línea amarilla del borde de la vereda, a imaginar las nubes rojas que podrían existir en aquel cielo azul marino. Siempre he sido malo para combinar colores, pero me gusta imaginarme las nubes rojas, como el rastro difuso de algún líquido infernal, o de mi sangre. Es lo mismo, ¿sabes? La noche es la pupila de Hades, quien mira con curiosidad los edificios, los autos y a las personas que transitan por la ciudad. Al verlas, se pregunta qué son, a dónde van, por qué viven así…no tiene la más mínima idea de todo eso; pero está maravillado con algo que sí conoce muy bien: nuestra sangre. Hades desea nuestra sangre, la ambiciona, la persigue de manera obsesiva, hace todo lo posible por obtenerla e, incluso, se toma la molestia de interrumpir el día y cubrir con su ojo a la ciudad, permitiendo que ladrones y asesinos cumplan con su cometido. Es así que logra obtenerla.
Hades sólo piensa en la sangre, y es por eso que, ante sus ojos, yo sólo soy una mancha más de las tantas que pueblan el oscuro lienzo de la noche, mirándolo fijamente pero siendo ignorado, perdiéndome entre mis propias ideas y alucinaciones, contando y, sobre todo, preguntándome cuál de todas esas nubes, imperfectas, rojas, de sangre viva, eres tú.
Solitario. El ruido de mis pasos se pierde entre la velocidad de los neumáticos. Los automóviles no dejan de correr. Son bestias de metal que gobiernan sobre la ciudad, que parten el viento con sus carrocerías de segunda y contaminan la atmósfera con cada disparo de sus motores. Bien me lo dijo un profesor hace un año, cuando comenzaba la carrera: “Chiclayo es una urbe construida para automóviles, no para personas”.
En fin, evito pensar en el tiempo que pasa, mientras vago al costado de paredes sin brillo, de rejas oxidadas, basura y de mendigos cuyas almas se encuentran en estado de coma. La mía, por su parte, camina lenta pisando mi sombra, intentando copiar la velocidad de mis piernas. No lo logra; camina triste, lenta, pensativa…distraída por su propio dolor. Dolor de tener que andar sola, a mitad de una cuadra que la llena de miedo, con la mochila adelante para evitar un asalto y mirando hacia atrás al llegar a una esquina. Con el silencio que lleva bajo los labios y el ruido insoportable de los negocios cerrando, de las parejas furtivas besándose en la oscuridad, de las narices enfermas de niños con hambre, de los delirios privados de los locos sin cura, de los ladridos ahogados de los perros sin casa, de las risas fingidas de las chicas de minifalda, tacones y cartera de cuero falso…del tic tac pervertido en la muñeca del parroquiano, del aroma constante a colilla reciclada, de su cuello girando para ver si alguien la sigue, de mi respiración agitada, que la llena de nervios…de los neumáticos. Hasta que cierro los ojos, me calmo, y la dejo alcanzarme.
Caminamos al mismo paso, ya sin miedo, con algo de orgullo incluso. Sin embargo, lo único que aún queda, inmune por completo a cualquier placebo, es sin duda esta malparida soledad, que me revienta las venas del pecho imaginando lo genial que sería tener a alguien más, caminando conmigo en este momento, conversando de cualquier cosa, entendiéndome. Algo así como un hermano con el que tuviese mucho en común. Pero no es así, claro, y mi hermana no es mi hermana, ni mi alma es ya la mía. Y al voltear la esquina, llego a donde se suele tomar colectivo. Estoy solo.
Estás solo. ¡Es increíble, sencillamente increíble! Antes de llegar a este punto, no imaginaba siquiera un poco que podría llegar a verte así, de golpe, tan de pronto, de pie en la acera del frente, esperando colectivo. Ahora mismo me pregunto qué fuerza sobrenatural, qué divina omisión, pudo hacer que decida llegar a esta calle oscura, cerca del mercado Modelo, donde nadie más, salvo tú, espera lo que quizás nunca llegue, considerando la hora. Nada podría ser más propicio para saludarte… ¡Es increíble! Tal como me dijeron: idéntica nariz, idéntico cabello, idéntico cuerpo y expresión del rostro, salvo, claro, por los lentes…fuera de ello, eres la viva imagen de mi persona. Me paralizo, sin duda, sorprendido a más no poder. No me muevo ni un poco, pensando en qué rayos hacer, ¿hablarte? ¿Acercarme a ti? ¿Qué te diría? “Hola, mi nombre es el mismo que el tuyo, ¿sabes? Y me gustan las mismas cosas que a ti”. ¡Sí, puede ser! ¿A quién no le gustaría oír eso? O quizás me equivoque, no lo sé; por Dios, nunca imaginé llegar a encontrarte tan rápido. No más soledad, no más calles oscuras con personajes extraños, no más caminar sin rumbo por Chiclayo, la horrible…sí, todo ha llevado a este momento, toda mi búsqueda, ¡No, no puedo perder más tiempo! Voy a acercarme, sí, voy a hablarte, voy a…
¿Qué ha sucedido…? Justo ahora empieza a pasar gente por esta calle sin luces y un grito apagado se ha oído en la esquina del frente. La gente corre rumbo al lugar, mientras unas sombras oscuras se alejan a paso endiablado. Han sido ladrones. Sudo con temor al distinguir un cuerpo joven tirado sobre la vereda, con el rostro sobre el piso y unas líneas rojas que empiezan a resbalar por el borde. Dios… ¡Es horrible!, pero la vena de periodista hace que me pregunte si debería ir junto al montón de cuerpos vivos (y chismosos) que ahora rodean a la víctima. Finalmente, tras vacilar mil veces… me decido a ir. Después de todo, ¿qué es lo peor que podría encontrar…?

1 comentario:

Oswaldo Cabrera Vásquez dijo...

Otra vez Luis juega con sus pensamientos, más que narración hay descripción, una sublime adjetivación, casi poesía en prosa por algunas palabras que yo no pondría, pero eso que importa y el final de angustia. Me gusta...