Seis de la mañana. Mi día está por acabarse. Una jornada más de trabajo sin mayores contratiempos ni novedades. Diría que hasta tuve los mismos pasajeros de ayer. Jóvenes que sobreviven a su propio mundo con embriaguez, amantes resentidos con el amanecer y trabajadores víctimas de horas agitadas. Las caras parecen ser las mismas de todas las madrugadas. Rostros que hablan sólo en mis sueños. Voces que responden lo que mi imaginación pregunta y manos que rozan las mías al contacto de un pago ingrato. Creen que el servicio nocturno es normal, si creyeran lo contrario, pagarían más.
Me he acostumbrado al ruido de mi moto. Puedo hacerla cantar o hacerla chillar. Ahora canta pero cuando llegue a mi barrio chillará. Yo trato de hacerla siempre cantar, la trato con cariño, la llevo siempre por calles asfaltadas y no cargo bultos. No la implemento con nada porque sería entregarles carroña a las aves de rapiña. Sólo me acompañan mis pensamientos. La música llega por sí sola. Hoy la música llegó con mis recuerdos. No tuve ganas de hacer mi ruleta. Hoy, simplemente me estacioné frente al café de la tía julia y escuché tocar a la banda noctámbula. Sus canciones eran andinas. Melodías de paz. Viajé un momento al pasado, vi el pueblo donde nací, sus calles actuales, así como me las han contado y visité a mi abuela. Un pasajero me despertó. No quise llevarlo pero decidí hacerlo con la promesa de volver.
Al ver tocar a la banda nuevamente, pensé que tal vez ellos sí se ganan la vida haciendo lo que les gusta hacer. Entonces me pregunté desde cuando elegí el oficio de mototaxista. Con certeza me dije que fue tiempo después de salvarme de morir trabajando en una obra. Era albañil, obrero de construcción civil, estereotipo de ratero. Mi cuerpo no respondió aquel día y me caí desde el segundo piso. Mi familia se llevó un gran susto y me convenció de que ese no era trabajo para mí. Ahora pienso que debí estudiar algo, porque de todos modos siento que este trabajo tampoco es para mí. De igual forma me está matando poco a poco. A mí me gustaban los animales. Tal vez hubiese sido un buen veterinario.
No sé cuánto ganan los músicos de la calle, eran cinco. Tal vez no tanto como yo, pero se les veía muy a gusto tocando para la gente. Es agradable comer algo bueno, acompañado de buena música. Yo a veces como acompañado de los gritos de mi mujer, del llanto de mi hijo o de los últimos gemidos que se graban en la mente.
La noche estuvo nublada pero no llovió. El viento de la ciudad sopló con fuerza. Capital de la amistad le dicen a esta ciudad llena de rateros. Ellos demuestran su cariño con la gente trabajadora. Si eres palanca, tienes que sacar plata para el dueño, para la gasolina y para ti, ¿pero que pasa si un día eres víctima de tanto pandillero ladrón que hay?.
Mercachifles farsantes, putos y putas, fumones, policías malparidos y sobre todo mototaxistas.
No se sabe en qué horario hay más choro, en la tarde o en la noche. A mí me asaltaron en los dos turnos. “Cuando tienes al pasajero, convertido de pronto en choro, apuntándote con un arma y ordenándote que le entregues todo lo que tienes, nada puedes hacer más que obedecer”.
Recuerdo que me levantaba a las seis de la mañana y salía a recorrer la ciudad en busca de pasajeros. Luego regresaba a tomar mi desayuno a las diez. Y después, de nuevo salía a recorrer hasta la hora del almuerzo. Era demasiado tedioso. Ahora ya no. Ahora todas las noches a partir de las nueve, me cuadro en una esquina y espero a que lleguen los clientes. Ganaba al día 30 soles, ahora gano un promedio de 40 a 50 soles.
Eso es lo único bueno de este horario. Después también todo lo bueno puede ser malo y todo lo malo puede ser bueno. Las prostitutas de las calles. Los compañeros y sus propuestas. Las chiquillas regalonas. Los homosexuales desquiciados. Y los rateros que te hacen cómplices.
Estoy por llegar a casa. De seguro, después que me quede dormido, me interrumpirá el sueño el ruido de un motor malográndose y mis piernas entreabiertas bajándose por inercia de una moto imaginaria. Y yo dando un brinco en mi cama. Sólo ese temor me atormenta, ni siquiera lo que tendré que pagar por todos los pecados que he cometido el día de mi muerte. Todos somos verdugos de alguien en esta vida. Todos somos débiles. Mi mundo es así. Pero creo que hoy, al despertar a mi señora, no me sentiré mal, hoy me porté bien, hoy nada malo hice.


1 comentario:
Me gusta la descripción que realizas. Creo que vas más por el lado de la crónica, teniendo como temas fuertes lo urbano, lo citadino. Al principio pensé que estaba muy plano el texto, pero tras la reunión de hoy aclaré un poco las cosas y concuerdo con que el ritmo es adecuado para la función que cumple, aunque más parezca parte de una historia más grande.
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