jueves, 2 de diciembre de 2010

Itinerario Infantil

10 am
Salió al parque que está al frente de su casa, hurgó entre el pasto - buscaba todo tipo de insecto rastrero - encontró uno, una hormiga negra, fácil de atrapar. La metió dentro de una botella pequeña, la contempló con entusiasmo y la samaqueó un poco. Entró corriendo a su casa y se dirigió a la cocina; tuvo varias ideas macabras, pensó en varios objetos peligrosos, al fin se decidió. Abrió la refrigeradora, destapó la botella y dejó caer a la hormiga dentro del fresser, elevó al máximo el grado de temperatura manipulando el termostato, cerró la puerta y calculó media hora. Mientras tanto, fue a buscar más insectos. Encontró un escarabajo, una mariquita, una libélula, y un insecto negro muy raro, aparentemente inofensivo. El saltamontes era el único insecto al que no se atrevía coger porque le aterraba su aspecto. Transcurrida la media hora, se dirigió nuevamente a su cocina, abrió la puerta del fresser y encontró a su hormiga petrificada. La guardó en una caja y nuevamente vació todos los insectos de su botella en el fresser y los encerró para que se mueran de frío. Cuando los fue a buscar, una hora más tarde, todos estaban muertos, menos el insecto negro aparentemente inofensivo, que al caer en la caja con los demás insectos empezó a moverse con desesperación. Las almas en pena de los otros insectos que acababan de morir le increparon odio y deseos de venganza. Él no las pudo ver y nunca supo nada.

11 am
Entró al cuarto de sus padres y buscó entre las pertenencias de Ricardo. Encontró varios objetos: una caja de herramientas de color roja, una caña de pescar, un cuchillo envuelto en cueros parecido al que usa Rambo y un fumigador pequeño. Al encontrarse con este último objeto, se alegró. Recordó la forma cómo lo usaba su papá. Lo manipuló y se imaginó varias cosas, al fin se decidió por una. Fue a la cocina, llenó de agua el fumigador y lo mezcló con detergente, lejía y pulitón, quiso meterle más cosas pero no encontró nada más. Salió a los alrededores de su casa, buscó los huecos de donde varias veces había visto asomarse arañas negras. Apuntó y empezó a disparar. Las telarañas llenas de polvo se humedecieron y dejaron aparecer desconcertada a una araña negra. Afinó su puntería y la atacó sin piedad. Los chorros de agua salieron con fuerza aplastando a la araña. Al final la pisó y se fue en busca de más trampas malditas. Ningún arácnido sobrevivió a sus ataques. Las almas en pena de todas las víctimas de las arañas se le acercaron a vitorearlo, pero él no las oyó.

3 pm
Fue a buscar a sus loritos. Estaban encima de la refrigeradora, metidos en su jaula, allí acostumbraba ponerlos su mamá. Los encontró adormilados con sus picos hundidos entre las plumas de sus espaldas. Cogió un banco y subió para verlos. Se despertaron y movieron sus patitas temerosos de su presencia. Asió la jaula con fuerza y bajó con ella. Restos de choclo y caca cayeron al piso, renegó porque después tenía que barrerlo. Puso la jaula en el suelo y les abrió la puerta. Se sentó a esperar a que salgan. No lo hicieron y entonces decidió sacarlos a la mala. Una vez afuera, los dejó caminar y se rió viendo el movimiento de sus patitas. Los cogió con las dos manos y empezó a lanzarlos al aire. Se divertía viendo como aterrizaban: agitaban con todas sus fuerzas sus alas cortadas para evitar la caída aparatosa. Se le ocurrió una idea maquiavélica. Salió de la cocina y se fue a su cuarto en busca de sus carritos de juguete (de esos que arrancaban por fricción). Al regresar los encontró quietecitos en la puerta de su jaula. Los levantó y los puso en medio del piso de la sala. Calculó cierta distancia prudente y les apuntó. Cuando el carro salió disparado rectamente hacia los loritos, notó en sus ojos una expresión de alerta que le causó gracia. Dando un gran salto y aleteando fuerte, los loritos evitaron ser atropellados. Repitió la malévola escena una, dos, tres, cuatro veces más; pero los loritos siempre lograban esquivar el carro y resultaban ilesos. Al final, decidió regresarlos a su jaula, orgulloso de la destreza de cada uno. Los loritos lo maldijeron deseándole la peor de las tristezas, él jamás se lo imaginó.

4pm
Salió a la calle a cazar lagartijas. Su afán coleccionista lo ponía en práctica con insectos y animales. Le daba la vuelta a todo el barrio, especialmente, iba por los terrenos aún sin construir. No podía cazarlas solo, lo hacía con todos sus amigos. Al igual que él, ninguno de ellos tenía mejor forma de divertirse que ensañándose con las lagartijas y los grillos. Él llevaba puesto un buzo con cierres en los bolsillos. Cuando en el camino encontraba algún grillo, lo atrapaba con las manos y lo guardaba en su bolsillo. Él le perdonaba la vida a las lagartijas panzonas porque sabía que eran hembras y que iban a tener lagartijitos muy pronto y aunque le costaba mucho convencer a sus amigos de que no las toquen, lo hacía. Cazaron una, dos, tres, diez lagartijas y las metieron de cabeza en una botella de plástico. Cuando no podían acorralarlas recurrían a las resorteras y palazos. En la caza furtiva y despiadada, muchas lagartijas perdieron su cola. Ellos se asombraban de ver cómo la cola arrancada parecía tener vida propia moviéndose de derecha a izquierda. Alguno de ellos tuvo la disparatada idea de decir que había que mearlas para que no vuelva a crecer, entonces todos sacaban sus pichulitas y empezaban a chorrearle sus orines. Todos creían que eso surgía efecto porque al rato la cola dejaba de moverse. Otras lagartijas morían y ellos decidían abrirles sus cuerpos para descubrir que es lo que llevaban dentro. Al llegar a casa, él se adueño de la botella llena de lagartijas y la escondió en la tapa del medidor de agua, un escondite en donde sus padres nunca buscaban. Cuando las encerró, ellas le clamaron libertad, pero él no distinguió en sus rostros ninguna pisca de desdicha. Nunca supo que lo aborrecieron hasta el último segundo de sus vidas. Luego buscó sus grillos en el bolsillo de su buzo y sólo halló un hueco. El último grillo en escaparse se burló de él gritándole niño tonto, él no lo oyó.

11pm
Salió de su cuarto sediento. Su mamá no lo dejaba tomar agua tan tarde porque se orinaba en la cama. Como ya todos estaban durmiendo, fue a la cocina a calmar su sed. Al prender la luz vio decenas de cucarachas que hurgaban entre las hornillas de la cocina buscando residuos de comida. Algunas desconcertadas por la luz repentina, regresaron a su escondite y otras no se movieron embelesadas con su alimento. Pensó un momento y se le ocurrió una idea tenebrosa. Apagó la luz y prendió una vela. Cogió un cuchillo grande y con la vela en alto se acercó a las hornillas. Con suavidad acercó la hoja del cuchillo a la cabeza de la cucaracha más hambrienta y cuando la tuvo muy cerca la decapitó. Esbozó una sonrisa de sorpresa al ver que la cucaracha salió corriendo dejando olvidada su cabeza. Tuvo otra idea mucho más perversa que la anterior. Ladeando la vela, la acercó hacia otra cucaracha y le dejó caer encima la cera caliente. Asestó y quiso reírse a carcajadas viendo los retortijones de dolor de la cucaracha. Esta se volteó patas arriba y él sonriendo maliciosamente, aprovechó para rociarla con la cera caliente hasta cubrirla por completo y dejarla sepultada. Mató a muchas así, a más de 20 quizás. Todas gritaron de dolor, le suplicaron piedad, exclamaron perdón, pero al no encontrar respuesta maldijeron su cobarde existencia. Él nunca supo cómo escucharlas, hasta ahora.

martes, 2 de noviembre de 2010

PURGATORIO

Y de repente sucedió, una noche de aquellas, cuando regresaba de dar sus vueltas por la ciudad, decidió empezar de nuevo, sacar lo negativo que llevaba dentro de sí y empezar un largo y doloroso proceso de purificación.

Los dias habían transcurridos cortos y monótonos y su universo próximo se había esfumado y corroído víctima de una fuerza avasalladora, destructiva y silenciosa, que, uno a uno, había destruido sus enseres y adornos, libros, poemas y recuerdos, no había dejado nada útil, nada.

Empezó por los dibujos que tenía pegados en su puerta y terminó con una extraña flor que tenía en su ventana, había pasado una semana desde que el último pétalo de la flor se cayó y desde entonces, en su ventana solo quedó un palo seco, mustio y gris. Durante semanas enteras se había deprimido pensando que aquella planta era el último lazo que le había unido a su pasado y trató de revivirla regándola una y otra vez, pero era imposible, ni siquiera sus lágrimas tuvieron el efecto que el había esperado.

Y entonces algo pasó, el no supo como explicarlo, pero aquella tarde, tan triste y gris, el sol apareció por un instante y se asomó timidamente por su cuarto, el rayo dio vuelta por su habitación hasta posarse en su rostro, hinchado y adolorido de tanto llorar. El lo sintió, sintió el calor reconfortante y abrió los ojos, vio un rayo dorado que le acariciaba, le consolaba y le invitaba a levantarse y salir adelante.

Se levantó, incrédulo y se dirigió hacia la ventana, abrió la derruída cortina y se fijó en el cielo, en aquel sol que dorado y lánguido le decía adiós, confundiéndose entre la nostalgia del crepúsculo y el gris de las nubes que se empezaban a juntar, listas para descargar su fuerza purificadora.

Se desesperó por un instante, tomó una sudadera y salió a correr hacia el crepúsculo, quería salvar al sol, no quería que se fuera, hacia mucho tiempo que su persona no había sentido muestras de ternura. Dobló por la esquina que daba al malecón y se dirigió hacia la playa, presuroso, contrito, no le importaban ni la gente que le observaba asustada ni el frío viento que anticipaba una inusual tormenta.

Ya estaba oscuro cuando llegó a la playa, cayó de rodillas y dió un largo suspiro, era tarde, ya se había ido. Decepcionado se levantó y regresó a casa.

Era de noche, una rara noche lluviosa de octubre. Se sentó en su cama y dejó libres a sus manos, las cuales bailaron con el lápiz una melodía nocturna, bailaron y bailaron, dibujando cosas sin sentido, figuras piadosas, tal vez demoníacas, figuras que le otorgaban una sensación de catarsis, estuvo así por horas, horas enteras, hasta que se durmió.

La noche pasó, lenta y perezosa, y la lluvia limpió la ciudad, los edificios polvorientos ya tenían otra vista, eran las siete de la mañana, el sol salió de nuevo, una vez más apareció por su cuarto, se asomó por la ventana e iluminó las paredes carcomidas y se posó de nuevo en su rostro. El abrió los ojos lentamente y sonrió.

viernes, 22 de octubre de 2010

Minina

He empezado a odiar el sonido de mi despertador, siempre puntual, a la misma hora, todos los días. Algún día podré ignorarlo, ahora no. Si lo hago, luego debo soportar miradas inquisidoras; y en esta etapa triste de mi vida, cuando intento sentar cabeza, no puedo darme el lujo de mandar a la mierda todo aquello que me disgusta. Lo que más extraño de mi anterior vida, es el cariño de mi madre al cocinar, por eso creo que en parte tenían razón al decirme mantenido.

Mi gata siempre fiel, duerme a un lado de mi cama y es la primera en saludarme. Creo que también ha empezado a odiar el sonido de mi despertador. Mis padres nunca me dejaron tener mascotas y a mis 30 años, recién se lo que es tener una. He observado su comportamiento y creo que es la única que me da auténticas muestras de cariño, sobre todo cuando lame mi mano. Es una dulzura. Yo le correspondo quitándole las legañas.

Debí imaginarme que al mudarme a este cuarto, iba a tener los mismos problemas de siempre. Es increíble pero pareciera que las ratas me persiguen, vengo ahuyentándolas toda mi vida. He visto varios documentales sobre la vida de estos roedores y si no fuera por su tamaño, creo que serían muy superiores a otros animales. La experiencia me ha enseñado que con bocado nunca morirán. Por eso decidí conseguirme un gato, así, sin titubeos, de manera tajante y en definitiva, un gato, un felino guardián.

Cuando me lo regalaron, me dijeron que era macho; pero he descubierto que no lo es. Hace poco, un amigo, me contó que a él también le regalaron uno, que al igual que el mío, no tenía pene, ni bolas, pero que con el tiempo le aparecieron. Y como mi pequeño felino no daba señales de que pronto le saldrían bolitas entre las piernas, decidí averiguar en Internet cual es la diferencia entre las gatas y los gatos. Me sorprendí porque para conocer el sexo de mi gato, sólo bastaba mirarle el pelaje. Como el mío es tricolor, entonces es hembra; si hubiese sido de uno o dos colores, me hubiese visto obligado a auscultarla con más minuciosidad.

El día que me la regalaron, le fue difícil desprenderse de las patas de su madre; pero con bastante cariño y una lata de atún, tres días seguidos, se convenció de que yo era un dueño que valía la pena. Esa misma noche ahuyentó a las ratas con su llanto desgarrador y exasperante y yo pensé, con total lucidez, que era más decoroso dormir soportando los maullidos de un gato, que los ruidos de una rata caminando por todo el cuarto incluida mi cama.

Después de ese mismo día, ya no tuve que sacudir mi ropa de excremento de rata y ya nunca más encontré mi jabón con pequeñas y perfectas mordidas de pericote, empecé a vivir con un poquito más de decoro y de la manera más sencilla. Ahora trato de ser amoroso con mi gata para que no me abandone como lo hizo Lucía. Don Zacarías, me contó hace ya varias semanas, que los gatos se resienten para siempre y me ha dado miedo, con lo mucho que me costó conseguir a la Minina, con lo mucho que me cuesta asumir la soledad.

Así le he puesto de nombre a mi gata, ya dije que nunca he tenido mascota y tal vez por eso no me motiva bautizarlos como se debe.
Ahora que lo recuerdo, aquel día, me sorprendió mucho que Don Zacarías conversara conmigo tan abiertamente. Me dijo que el jefe está muy contento con mi trabajo y después, como si hubiese visto a través de mis ojos, empezó a hablarme de la vida y las mujeres y de las mujeres y la vida.

Habíamos recorrido la mitad de la ciudad realizando un trabajo que el jefe nos encomendó. Él conducía el carro y yo lo guiaba, entonces decidió detenerse en un restaurante. Vamos yo invitó, me dijo de buen humor. Eran recién las doce del mediodía, pero acepté gustoso sin reprocharle nada. Nos acomodamos en una mesa cerca de la ventana y empezó a hablarme de su vida, de su anterior trabajo, de sus hijos y de su mascota.

Tengo un gato, me dijo. ¿Y sabes? el gato es más fiel que el perro, te sigue hasta la tumba. Cada vez que llego a mi casa, me recibe con maullidos y ronroneos. Me persigue a todos lados hasta que le de algo de comer y cuando está contento, empieza a correr como loco por toda la casa y hace algo que me parece increíble: intenta atraparme la pierna con sus dos patas, jaja. Me alegra el día, así me haya ido mal. Pero sabes, creo que los gatos también se resienten. La verdad no es mío, es de mi vecina, no sé que le habrá hecho ella, tal vez no lo alimentaba bien, pero un día se acercó a mi casa, frotó su lomo entre mis piernas y como yo le correspondí con comida, se quedó.

Todo aquel comportamiento del gato de don Zacarías yo ya lo había observado y también gozado con Minina; pero no se lo dije para que se explayara en detalles y yo disfrutara de sus palabras. Me pareció una conversación predestinada porque después, cuando aún no nos servían el almuerzo, empezó a hablarme de mujeres. Apenas vio lo joven y buena que estaba la azafata, me habló de lo débil que es el hombre ante una buena hembra y de las consecuencias que trae sucumbir a la tentación. Premisa que yo no pude refutar.

No le había hablado a nadie de mi gata porque tenía miedo de parecer un hombre soso y ridículo a pesar de las variadas observaciones que había hecho de ella y don Zacarías se me anticipó con total naturalidad; ahora, tampoco había hablado con nadie de Cristina, una mujer que había empezado a cambiar mi vida perturbándome la mente, y de nuevo, Don Zacarías, adivinando los rumbos por los que iba mi existencia, empezó a darme consejos como si fuera un laureado sobreviviente en la guerra de la vida.

Antes de comprometerme con Lucía, yo había estado enamorado de Cristina. Sin haber hablado nunca con ella, sentía que la quería, que mi vida estaría completa si pudiera tenerla, la imaginaba llevándola de la mano a todos lados, besándola en el parque, en la playa, en el cine; pero en aquellos tiempos no podía hacer nada porque era la novia de Andy, un sujeto que cuatro años después de haber estado con ella, se fue a Lima con sus padres, prometiéndole simplemente no olvidarla jamás.

Cuando yo tenía tu edad, hacía y desasía. Desde muy joven me acostumbré a darle a las mujeres lo que verdaderamente quieren. Hubo un tiempo en que me frené un poco porque me aterrorizó la enfermedad del sida; pero mis trabajos me ayudaban siempre a estar rodeado de hembras que finalmente atracaban conmigo. A mi mujer le habré sido infiel un millón de veces, pero ¿sabes? la verdad siempre sale ha descubierto y si en ese momento, no actúas con la madurez y la astucia precisa, estás perdido. Yo ya no sé que me espera, pero cuando tu pareja descubre que le has engañado, aunque te perdona, no olvida jamás lo que le hiciste y eso es un suplicio que lacera tu conciencia cada noche.

Por casualidades del destino, Cristina entró a trabajar a la empresa recomendada por un familiar del jefe. Al verla, reconocí aquel sentimiento de antaño, la misma angustia de creer estar frente al verdadero amor y no saber qué hacer. La primera vez que conversé con ella, pude confirmar que siempre supo de mis sentimientos. Recordaba quien era yo en aquellos tiempos, que hacía y con quien andaba, incluso recordaba mi nombre completo. ¿Aún estás enamorado de mí? ¿Aún quieres estar conmigo? leo a veces en sus ojos y en algunos de sus gestos; pero me detengo temiendo engañar a mi destino.

Don Zacarías dejó de hablarme porque recibió una llamada a su celular. Entonces, escuchándolo, pude darme cuenta que lo que me había dicho, era para convencerme de no caer en la misma trampa de la que él, aún no puede escapar, por que empezó a decir palabras cariñosas, inspiradas por una mujer, tal vez 10 o 20 años menor que él. Minutos más tarde, cuando terminamos de almorzar, llamó a la azafata para pedirle que por favor le alcanzara una bolsita, entonces empezó a juntar los huesos que habían sobrado y dijo: “Ahora sí, nadie más contento que mi gato”.

Minina es la única que me acompaña ahora. Después de 6 años de relación con Lucía, habiéndole huido al matrimonio infinidad de veces, ella decidió dejarme. Me acusó de ser otro hombre, uno más egoísta y retraído que el de los primeros años. Me culpó de haber permitido que ella se enamorara de un tipo que dice más palabras cariñosas y que da más amor, sin miedo al despilfarro. Quizás ella también necesitó de alguien maduro que la invitara a almorzar, que con sus palabras, la convenciera de que en todo este tiempo de pecados ha tenido suerte y que le advirtiera, que algún día, las maldades cometidas nos condenarán sin tregua alguna. No sé. Quizá ella fue honesta y yo un cobarde.

En la vida celebramos con entusiasmo todos nuestros triunfos y siempre hay alguien cerca de nosotros dispuesto a compartir nuestras alegrías; pero cuando una derrota llega y nos encuentra solos, sin ánimos de afrontarla, el golpe duele aún más. Debí haber amado mucho a Lucía para que aún me duela su partida. Ella no se anticipó a lo que yo iba a hacer. Como siempre, había pensado dejar que mis días y mis horas siguieran su propio curso, como las aguas turbias de un río, simplemente iba a seguir imaginando que Cristina y yo, terminaríamos juntos en un mundo paralelo, espontáneo, de fantasía, lejano de la realidad, la que hoy, me recuerda que estoy solo.

Acaricio a mi gata, juego con sus bigotes y sus orejas, admiro sus ojos, recuerdo mi primeros días sin ella, deprimido y denigrado por ratas que merodeaban mis sueños, entonces reconozco su labor, se lo agradezco y termino preguntándole “¿podrás cuidarme de mí mismo?”.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Viernes 5

Viernes cinco, seis de la tarde, mientras espero parado en aquella esquina, fumando un cigarrillo, me preguntaba cuanto tiempo tardaría en llegar, si de nuevo me dejaría plantado como todas las tardes o si aquel seria el día señalado por ella para encontrarme.

Nunca estuve tan seguro como hoy, veo a los automóviles pasar de un lado a otro, ajenos al mundo, como la mayoría de cosas que transitan por las calles de la ciudad y me preguntaba si me recogería en uno de ellos, si aquella era la manera en la que quería encontrarme.

La he buscado tantas veces y nunca la he encontrado, cuando estoy desesperado pienso que ella también se me fue negada, al igual que tantas cosas en el mundo y que debería acostumbrarme a vivir sin ella. Pero hoy no es momento para desesperarse, hoy es el día, hoy debe llegar, termino mi cigarrillo y empiezo a mirar el sol poniente con una mirada siniestra: al final del atardecer, pienso, ella vendrá al terminar el atardecer.

Un presentimiento me asalta de repente, no es en esa esquina, es en aquel puente peatonal que se yergue inmenso frente a mí, entonces camino de repente y subo: no hay nadie, solo algunos pasan tan pronto como pueden. ¿Por qué encontrarme en un sitio tan solitario?

Nadie sabe en qué piensa ni porqué hace las cosas, ella es libre y gusta de su libertad, le gusta encontrarse con todos en momentos inesperados, sorprenderlos, y eso es lo que hace tan especial, pero no sabe que yo la busco desde hace tiempo, anoche me propuse buscarla una vez mas y la sola idea ni siquiera me dejó dormir, un triste café por la mañana y un jugo desabrido en vez de almuerzo, la ansiedad no me ha dejado probar nada, solo mis propios pensamientos.

Esta oscureciendo: los automóviles ya circulan con las luces encendidas y las tonalidades naranjas del cielo se empiezan a desvanecer, ella no tarda, lo presiento, la imagino llegando, sus pisadas en el pavimento su aliento helado en mi nuca, sus manos frías en mis hombros, su susurrante voz diciéndome: Hola.

Una chica pasa por mi lado y se asoma a mirar el vacío, me mira, me dirige una mirada triste y una sonrisa tímida y se retira nerviosa, sabe que la busco, tal vez ella también la esté buscando, pero ella es así, nunca se muestra a todos, selecciona a sus encuentros casuales, eso la hace tan irresistible, tan deliciosa.

Ya ha anochecido y el tráfico se ha vuelto estresante, siento que la hora se acerca y mi corazón empieza a latir con fuerza. Estoy seguro, hoy día la encontraré, la ciudad se empieza a convertir en una fiesta de luces de neón y un viento helado empieza a golpearme la cara: señales, ella esta cerca.

Suspiro, tomo un poco de aire y siento como mi mente empieza a bloquear mis pensamientos, poco a poco, el silencio llega y los ruidos huyen atemorizados, me trepo al muro, un zumbido empieza a incubarse en mi cabeza, débil, pero conforme mi emoción aumenta va cobrando mas fuerza, ella ha llegado, la siento tomarme la mano e invitándome a saltar, no puedo resistirme, cierro los ojos y tomo impulso.

Una mano tomándome sorpresivamente el hombro, un grito de mujer, el zumbido agudo, ahora ensordecedor y un golpe seco en el pavimento, mi cuerpo pidiendo clemencia mientras escucho chirridos y un trueno ensordecedor: es todo, ha llegado, ya está aquí.

***

Domingo nueve, diez de la mañana, paredes blancas y una mente en blanco encerrada en un cuerpo lleno de dolor. Una mujer vestida de blanco, con cara de desvelo, escuchando un radio:

- “Hace unos minutos acaba de fallecer el bebé de ocho meses de gestación que fuera extraído del vientre de su progenitora luego de que esta falleciera en un aparatoso choque en la tarde del viernes. Como se recordara en el siniestro murieron cuatro personas, la madre del niño, que acompañaba a su esposo quien conducía uno de los vehículos y que falleció instantáneamente, el conductor del otro automóvil implicado y una joven que trató de salvar al suicida que causó el accidente, al parecer la joven trató de sostener al hombre de 25 años que se lanzó al vacío, pero fue vencida por el peso de este. El suicida se encuentra hospitalizado y su estado es reservado”.

- Dios mío – gime la mujer.

Ella había llegado, pero no por mí, una vez más me resultó huidiza. Me utilizó para encontrarse con cinco personas que no querían encontrarse con ella. Ella es así, independiente y siniestra y yo, seguiré esperándola hasta que decida encontrarme, tal vez en el momento menos esperado: siempre jugando conmigo.

sábado, 27 de marzo de 2010

Beatriz

Capítulo II

No puedo negarlo, aquellos años en compañía de “los zoros” pasé los mejores momentos de mi adolescencia. Recuerdo muy bien aquel día en que llegué a “Las Brisas”, supe en seguida que la pasaría muy bien. Mis nuevas vecinitas me dieron la bienvenida tímida y avezadamente. Se emocionaron al verme llegar, me enviaron saluditos e incluso las más atrevidas, algunos besos volados que hicieron que se me escarapelara el cuerpo. Yo estaba preocupado de que todas ellas vieran los cachivaches que descargaba del camión de mudanzas; pero parecía que la curiosidad de cada una de ellas estaba centrada solamente en mí. Era verano y tal vez en algo influía el clima.

La casa a la que me mudé era del hermano de mi mamá y estaba ubicada frente a una improvisada canchita de fulbito, junto a un bonito parque con pileta en el centro. Mi tío nos prestó su casa con tal que la cuidáramos. En aquella calle, que urbanísticamente hablando, era un pasaje, vivían chicas muy bonitas, pero la mejor de todas era Fiorella. Recuerdo que cuando la vi por primera vez me gustó mucho. Su casa estaba ubicada a unas diez casas de la mía. La encontré diferente a las demás, principalmente porque ella no demostraba demasiado interés en mí. Era trigueña, de ojos bonitos, creo que achinados, tenía el cabello ondulado y siempre lo llevaba suelto. Muy pocas veces podía verla sonreír. De todas ellas, Fiorella era la única que se ponía vestidos veraniegos, que cuando corría, parecían hacerla volar. Por las tardes, siempre salía al parque a jugar con su gatito y yo la miraba desde la puerta de mi casa y me quedaba encantado viendo lo tierna y dócil que era. Los primeros días, salí a darme un par de vueltas por el parque en mi bicicleta y aunque ella insistió en ignorarme, no pude dejar de admirar su belleza. Decidí también ignorarla, hipotéticamente hablando, claro.

No me imaginé nunca por qué Fiorella siempre salía tan puntual, media hora antes del atardecer, en compañía de su gato a sentarse en un banco, hasta que la vi un día comportarse de manera distinta. Un muchacho, tal vez de la misma edad que yo, cruzó el parque en bicicleta y volteó a la calle Teatro. Me había acostumbrado tanto a su espontaneidad, que aquel día rápidamente me percaté de lo nerviosa que se puso.
Yo, que por un momento creí que a quien miraba era a mí, también me puse nervioso; pero como no pude creérmelo, voltee a buscar a donde iba dirigida verdaderamente su mirada. Entonces vi a aquel muchacho que surcaba el parque en bicicleta raudamente, como si pasara por un lugar desabitado y desértico, como si su destino estuviera trazado y el lugar por el que pasaba en ese momento, no existiera en su mente. Alcancé a verlo bajando la vereda y volteando hacia la otra calle. Entonces Fiorella volvió a ser la misma de antes, de mirada melancólica y aire ensimismado. Agachó la cabeza en señal de desencanto, abrazó a su gatito, le dijo algo mirándolo a los ojos y como pocas veces, la vi nuevamente esbozando una sonrisa esperanzadora, mágica, de amor. Tres días después, cuando yo ya me había aburrido de la rutina, salí de mi casa minutos después del atardecer y pude ver, bajo un cielo encapotado de nubes negras, alumbrada por la luz amarilla del faro más divino del parque, a Fiorella, de pie frente al muchacho, que sosteniendo su bicicleta, la miraba dulcemente, intentando decirle que la única razón por la que él pasaba todos los días por el parque, desde hacía dos meses, a la misma hora y con la misma tímida determinación, era solamente para verla, admirarla y descubrir en sus ojos cuanto la quería.
Ahora yo me río, pero en ese momento lo primero que pensé, fue en salir también a buscar el amor de mi vida en bicicleta.

martes, 9 de marzo de 2010

Silencio

En una capilla están Matías y Antonella.

A él le gusta cantar aunque lo haga muy mal.

A ella le gusta pintar, lo hace bien. Pero no muestra lo que pinta a nadie.

Solamente a Matías. A quien han venido a ver sus 18 hermanos de todos los países, dentro de los cuales los más queridos son Gustavo y Augusto.

De Gustavo se dice que pertenece a algún tipo de mafia peligrosa. De Augusto solamente se fijan en cuan larga está su barba que ahora llega hasta el ombligo.

Ambos se acercan a saludar a Ximena, que fue la última en besar a : Matías, que toda la vida quiso besar a : Antonella.

A quien han venido a ver sus eternas e incondicionales amigas que siempre fueron solamente cuatro.

Ellas se encuentran con Oswaldo, que fue el último en besarla.

Al acercarse ellas, él le sede el asiento a una.

Al sentarse, ella queda enfrente de Lúa, quien a pesar de estar en horario de trabajo se dio tiempo para estar desde el inicio.

Lúa enseña a tocar guitarra a Doménica. Ambas han venido a ver a Matías, quien ahora no puede moverse y, aunque se lo preguntaran y lo negara, se encuentra muy nervioso.

A pesar de todo el quisiera ver en que lugar está sentada Andrea, la madre de Valia, la única hija de Matías.

A diferencia de su padre, Valia no habla con mucha gente. Le gusta dibujar a las personas cuando lloran. Pero ahora está dibujando un rostro que le resulta agradable y hasta familiar, el de Antonella.

A quien, contra todo pronóstico, ha venido a ver también Jorge.

Él saluda a todos los amigos de Matías y a las cuatro amigas de Antonella.

Con él vienen las sobrinas de ella que le guardan cariño desde los tiempos en que ellos vivieron juntos.

Afuera se han abierto 3 botellas de pisco y 1 de ron, cortesía de Gustavo , quien nunca fue santo de devoción de Antonella y que ahora no soporta que haya llegado Camila.

Ella acaba de publicar su primer libro y se los ha dedicado a Matías y a Valia.

Todos le preguntan a Gustavo quien es la mujer que ha entrado antes que todos y que nadie conoce.

Él guarda silencio , su nombre es Lourdes y sabe que ella tiene más derecho en estar ahí que muchas otras.

Todas estas personas están dentro de la capilla .Aparece el sacerdote y todos se ponen de pie.

Los que se encuentran más cerca al sacerdote son: Matías y Antonella.

El Padre hace la pregunta de rutina y que tanto han esperado ambos, pero que ahora no pueden responder.

Por voluntad previa, se acercan Gustavo por parte de Matías y una de las sobrinas por parte de Antonella.

Ambos dicen al unísono: ”sí , aceptan”.

Y la mayoría de personas antes mencionadas rompen en llanto por ambas partes.

Y se abrazan para consolar su resignación.

Y después de tantas vidas , Matías y Antonella descansaron juntos ,como pequeños niños.


sábado, 6 de marzo de 2010

"V"

Sé que el mundo se va acabar

de una u otra forma.

Es muy poco probable que

vuelva a nacer,

pero bastará con que

Andrea pase por esa puerta,

finja no conocerme

y se siente a mi lado

y solo después de 20 segundos

de fingir pretextos,

me preguntará mi nombre,

tras responderle me dirá:

eres mi perfecto desconocido.

Entonces le diré que se quede

a mi lado todos los días.

Sé que me dirá

que el mundo se acabará,

pero no importa,

porque si se sienta conmigo

los terremotos no me darán miedo.

La tranquilidad será nuestra amiga

y nuestra sonrisa

ayudará a todos.

Entonces me preguntarán,

¿quién es ella?

y les diré que es mi

perfecta desconocida.

Pero Andrea no vendrá hoy.

Y la lluvia ya comenzó a caer.

viernes, 5 de marzo de 2010

Beatriz

Capítulo I

“Un amor cobarde siempre está lleno de remordimientos” (SR)

La chica más bonita del barrio se enamoró de mí. Todos la querían pero ella sólo se fijaba en mí. Decía que ninguno de nosotros le gustaba, que nadie del barrio le interesaba; pero al igual que yo, ella me quería, lo sabía y ambos sufríamos secretamente. En esa época yo tenía 14 años y era demasiado tímido y además era el chico al que todos molestaban, al que todos fundían, el centro exacto de la burla. Me tocó ser el más monse del barrio. Eran momentos trágicos, de impotencia. Delante de ellos yo no podía pronunciar su nombre, me era imposible decir Beatriz cuando todos hablaban de ella; sólo escuchaba en silencio, soportando un calambre álgido en el estómago, sintiéndome orgulloso y cobarde a la vez y dilatándome el dolor de un amor que creía era inalcanzable. En cambio ellos la mentaban, la describían, la deseaban, y yo me daba cuenta que lo que sentían por ella, era muy diferente a lo que sentía yo y pensaba que si delante de todos me atrevía a nombrarla, descubrirían que la amaba, que la adoraba, algo en mi modo de decir su nombre me delataría, lo sentía. Y entonces estar enamorado de Beatriz hubiese sido más doloroso, mi amor por ella hubiese sido cruelmente gritado a los cuatro vientos y ella hubiese sido presionada y ridiculizada por el círculo de chicos y chicas pueriles que exigían conocer lo que opinaba del flaquito tímido que se había enamorado de ella. No quiero imaginar si hubiese sido para bien.
Solamente a solas podía decir Beatriz, llamarla, imaginarla; pero nunca hice algo, nunca me atreví a confesarle que estaba enamorado de ella, callé, fui el hombrecito más cobarde sobre la faz de la tierra; pero este mundo, (destino, suerte o lo que sea) no es ingrato. Beatriz me quiso, tal vez tanto como yo la quise a ella.

Cuando nuestros grupos se juntaban para jugar voley, carnavales o para celebrar el cumpleaños de algún amigo, nuestras miradas se cruzaban y entonces, otra vez, parecía como si dentro de mí, mariposas volaran poniéndome muy inquieto y nervioso. Eran de esas miradas que dicen todo en un segundo: lo que sientes, lo que piensas, lo que anhelas, lo que sufres, lo que callas. Y cuando parecía que la providencia nos iba a juntar de tanto mirarnos o cuando por alguna casualidad intercambiábamos palabras, no faltaba aquel pillo que encontraba la forma perfecta de ocultar sus miedos y evitar ser fundido que escudándose en mi jacarandosa figura. Entonces, cómo yo nunca fui bueno para defenderme o para resaltar los defectos de los demás e inventar apodos, todos me agarraban de punto y así mis ilusiones terminaban desvaneciéndose. No me quedaba más remedio que maldecir mi mala suerte. Solo en mi cuarto, renegaba y suspiraba amargamente recordando sus ojos, su cabello suelto, su sonrisa, su forma de caminar, sus movimientos al bailar, sus manos blancas y su voz que nunca decía mi nombre, pero que en su mente lo gritaba, lo suspiraba, al igual que yo. Eran noches, madrugadas y amaneceres en la dolorosa compañía de su recuerdo. Un recuerdo de fantasía que solamente ameritaba mi voluntad para volverse realidad. Una realidad palpable, acariciable. Pero estaba perdido, extraviado. Yo era como un cachorrito sumido en un mundo de lobos, hienas, coyotes y zorros, sobre todo zorros.

Solamente cuando jugábamos fulbito a mí me tocaba llevar la batuta, formaba parte de los altos mandos, de los que encabezábamos el grupo. Allí yo estaba en mi territorio, donde me desenvolvía con soltura y en donde nadie podía faltarme el respeto, en donde yo podía gritar, insultar y hasta dar de patadas. Me daba el lujo de dejar a varios sin jugar, los condenaba al bancazo, llamaba a quien me daba la gana; pero recuerdo que siempre estaba triste pensando en el día en que por fin podría estar con Beatriz. Hubo un tiempo en que incluso, tanta era mi ansiedad por ella, que le dedicaba cada uno de mis goles, íntimamente claro. Dejé que pasara cada día y cada noche, creyendo que lo nuestro sería eterno y que por alguna fuerza magnética amaneceríamos, atardeceríamos o anocheceríamos juntos, sin saber que ella abría su corazón a otro amor que no sea tan lento, indeciso y cobarde como el mío.

jueves, 11 de febrero de 2010

Fotomatón

Tenían en sus manos el poder de congelar el momento. Ese maldito momento. El poder de detener el tiempo. Maldito tiempo. Tenían en sus manos el instrumento que haría que aquel fragmento de segundo durara casi una eternidad. Es probable que más que su propia vida. Y entonces buscaban el lugar ideal para que fuera el escenario de tal acontecimiento. El fondo del milagro. Y escogió ella, un lugar lleno de flores amarillísimas que contrastaban a la perfección con su blusa roja y su jean azulado, y se paró frente a las flores, se arregló un poco el pelo, se secó el sudor, se acomodó la blusa, puso sus manos en la cintura, ladeó la cadera un poco, y entonces se hizo la sonrisa, la más perfecta de las sonrisas, la más fingida también, pero qué bien fingida, sus labios rosados mostraban casi todos los dientes, y sus mejillas encogidas la hacían verse feliz. Quién sabe, si logró alguna vez sonreír así, sin fingir. Pero para el momento ahí estaba ella, sonriendo frente a las flores amarillas. Uno, dos, tres, la foto fue tomada. El momento fue capturado, eternizado, el milagro estaba hecho. Pero el nudo continuaba en su garganta,el maldito nudo, invisible ante la cámara.

La dolce Vita

Le dolía en el alma, la soledad del vidrio.Prefería la madera con cierto olor a roble.Le dolía en el oído la frialdad del teléfono,y en los ojos, la arrogancia de las paredes.Pero limpiaba el vidrio con extremo cuidado.Pagaba con puntualidad el recibo del teléfono.Y todos los años pintaba las paredes.

El asombro

Ante la absorta mirada de todos, se levantó (una vez más el pobrecito); dio unos pasos y sin tener que explicar nada a nadie, al verlo no respirar, todo mundo entendió que la FELICIDAD para él, no era algo que le resultara insoportable como a los demás, y no tuvo que justificar el porqué o el cómo podía,aún, levantar las manos al cielo y caminar, extender los labios un poco y sonreír, sin pulmones para respirar, sin labios para reír. Lo que importaba era que algo en el pecho aún hacia un tic tac parecido al reloj, rompiendo el silencio que causó el asombro. Los pobres ingenuos creían que era el corazón.

miércoles, 27 de enero de 2010

Perdidos III - I

Ocho de la noche. Dos horas más para que termine su turno. Zeta no soporta el tedio del blanco y el azul cielo claro, los pasos en el corredor, el metal quirúrgico, el olor a nada…

Debe escapar. Sí, escapar, ¿pero a dónde? Debe salir, ¿para qué? Para andar sin rumbo esperando encontrar algún infeliz a quien pueda ofrecerle sus servicios. No, gracias. Lo mejor es esperar, como siempre- piensa ella. Que sean las diez, que su vida cambie, que llegue otra taza de café. Otra taza de café. Todavía lo recuerda. Después de tanto tiempo en esto y solo recuerda a uno, uno solo. Por fin recuerda a uno. El único que la pudo ver después de madrugada y vivió para contarlo.

Es mejor irse pronto. Sale lo más rápido posible. No se cambia el uniforme blanco ni los tacones del mismo color. Con excepción del bolso negro, todo en ella es albo, puro, inmaculado al menos por instante, después de mucho tiempo. Siente que alguien voltea la mirada para verla pasar. Eso la hace reflexionar, no hay tanta diferencia entre un uniforme y otro.
Sube al bus. Se sienta cerca de la ventana como es su costumbre. Le gusta el reflejo de su rostro en el vidrio, el brillo de las luces de la ciudad a esa hora, recostarse sobre el asiento con la mirada vacía.

No tiene más que hacer. Su rutina es inalterable. Llegar a donde debe llegar, ella sabe lo que le espera. Luego de comer algo y ducharse para eliminar el olor a formilaldehído 1,5 % busca el uniforme de todas las noches, tal vez alternar con una peluca… el uniforme. No hay mucha diferencia entre uno y otro. Con excepción del sombrerito ridículo, la parte superior y un poco más de insinuación, no hay mayores cambios. Piensa en el porqué de la similitud. Tal vez en los inicios de la civilización, durante alguna guerra, un grupo de mujeres caídas en desgracia buscaron refugio en una trinchera. Los soldados, enfermos en su mayoría, las obligaron a atenderlos. Obviamente esa atención no solo incluía curar heridas. Con todo ese trabajo las ropas de las mujeres perdieron su color hasta aproximarse a una tonalidad crema más que al blanco actual. Las primeras putas fueron las primeras enfermeras. El diseño sufrió alteraciones que terminaron separando más a los grupos. Mientras unas se acercaban a la gasa y los vendajes, las otras se acompañaban con seda o cualquier imitación barata.

El bus frena repentinamente. Aún no ha llegado a su destino, pero eso le ayuda a volver en sí. Toma conciencia de lo que ha estado pensando y se siente idiota. Unas cuadras más, antes un semáforo y baja en la tienda de la esquina.

Media hora para alistarse. La minifalda negra, la blusa roja, un lunar artificial cerca del natural, labios, quizá intentar con la peluca, una peluca rubia. Frente al espejo encuentra un parecido con alguna sex simbol gringa… y a su lado Marlon Brando. Sonríe. Eso le basta para saber que se ha hecho bien los labios y que los lunares no se delatarán el uno al otro.

No recuerda haberlos visto juntos, a la gringa y a Marlon Brando. Eso hubiera sido demasiada coincidencia.
Un poco de orden antes de salir. Los pantalones por aquí, las blusas por allá, cuántos vestidos, como si me hicieran falta tantos. La banderita de Estados Unidos en una camiseta le recuerda el nombre de una ciudad, Columbus, y una esperanza. No importa.

Por fin está lista. Puede que lo busque. Otra vez, en la misma calle, el mismo bar, en la misma mesa. En el siguiente ejercicio hallar X. No piensa hallarlo, no necesita sentir, no necesita sufrir. No en esta noche, no en esta vida. Aunque tal vez lo encuentre. No, eso sería demasiada coincidencia.



Cuarta fila de la derecha, tercera carpeta de atrás hacia delante. Nombre y apellidos y nada más. Ocho horas semanales, cuadernos, libros y hojas sueltas.
Recuerda que cuando el estaba en el colegio en su aula habían cuarenta y cinco alumnos. Él era el cuarenta y seis. Nunca encajó en el grupo. Ahora es profesor, desde hace cuatro años. Dos más dos son cuatro, cuatro más dos son… No, él no es de esos. Es mejor engañar con palabras y no con números – piensa Equis.

No sé si sirve pensar en lo que estará haciendo o si creer en eso que leo, pero siempre es correr sin detenerme, correr como cuando sabía menos, cuando reía más, cuando dormía en paz.

Todo era mucho más sencillo antes cuando estaba con ella. Comprendo que quieras irte, le dije. No se puede estar toda la vida con la misma persona. Ojalá siempre fuera la misma persona, me contestó. Sí, ojalá siempre fuera la misma persona.

Primera fila, tres pares de zapatos sucios. Suena el timbre. Es todo por hoy. Media hora más antes de marcharse. Revisar notas, mirar la pizarra manchada y contemplar esas carpetas vacías. Le gustaría verlas así todos los días, vacías, como un recuerdo, un tiempo que no volverá.

Unas cuantas cuadras y está en casa. Afuera queda el polvo, el olor a verde de salón de clase. Porque hoy nada malo hice, todo fue mentira, no hubo sinceridad. No fueron buenos días, no estuvo mal joder al lorna de la clase, ni responderle el golpe al que te cagó el partido, no fue cierto el lapicero azul en el registro, ni las letras en la pizarra. Neruda no fue poeta, Picasso no pintó el Guernica, yo no soy profesor no tienen porqué creerme, no…

Hoy volverá al bar. Como todos los días se sentará en la misma mesa, pedirá vino, o tal vez cerveza. Tal vez use el nuevo par de zapatos que compró hace unos días. Total, que más le podía pasar. Ni siquiera se ilusiona en encontrarla. Sería deprimente verla otra vez, no por ella sino por el recuerdo y una vez más, cinco veces al día. Esperar la noche frente a un monitor es aburrido. Pedazos de nada frente a sus ojos.

Está decidido: hoy saldrá más temprano.

Al cerrar la puerta no ve más que gris en toda la calle. El gris se tornará oscuro en unas horas y todo volverá a la normalidad. Antes de cualquier cosa debe pasar a comprar una revista y luego abandonarla en alguna banca del parque. Es su rutina desde hace seis meses. Al comienzo volvía al día siguiente para ver si la encontraba, pero no, eso hubiera sido demasiada coincidencia.

Cerca del quiosco una fotografía le recuerda a Zeta. Debe ser por los labios. Eran pequeños, pero vaya si sabía usarlos. Su recuerdo tiene aroma a café o a té o a chocolate en barra por la mañana. Tal vez la encuentre hoy en el bar, en la misma mesa, con el mismo vestido, con los mismos labios y las mismas ganas de todo. Tal vez pueda verla hoy. No eso sería demasiada coincidencia.

lunes, 25 de enero de 2010

Saga y Fábula

Mi primo vivía en un cubo. Éste era grande y transparente. Todas las noches lo veía flotar por el espacio, abriéndose camino entre planetas, soles y agujeros negros. Yo heredé de mi padre la capacidad de ver el universo entero con mis ojos, de una sola mirada. Por eso me aburría mucho. Lo único emocionante de mis días era ver pasar a mi primo. Él siempre estaba sentado en el aire, abrazándose las piernas, ocultando su rostro, siempre desnudo. Parecía un niño en el vientre de su madre. Una madre cúbica, fría y vagabunda. Debí haber estado milenios observándolo ir y venir, de un lado del universo al otro, cruzando tiempo y espacio, mezclándolos. Mi primo no envejecía, no cambiaba…pero el cubo sí. Cada día era más pequeño y aprisionaba más a su ocupante. Cuando llegó a ser tan reducido que tocaba el extremo de sus dedos y la punta de sus largos cabellos, empecé a preocuparme. ¿Qué pasaría si el cubo nunca dejara de reducirse? ¿Apretaría las extremidades y el cuello de mi primo hasta romperle los huesos? ¿Hasta reventarle el cráneo y hacer volar su interior? No podía permitirlo. El día en que la pared inferior del cubo pareció doblar ligeramente los dedos de sus pies, tomé una piedra del piso y la lancé. Estaba seguro que llegaría sin problemas hasta su objetivo, pues había visto a mi padre hacerlo muchas veces. Efectivamente, la piedra llegó a dar con fuerza contra uno de los lados, rebotó en él y pude escuchar el sonido de un cristal al romperse. Las paredes del cubo se convirtieron en millones de fragmentos que se separaron al instante y fueron a caer en el vacío, perdiéndose de vista. Mientras tanto, con la misma rapidez, mi primo reaccionaba dejando de abrazarse las piernas y mirando de un lado a otro, asustado. Al final, llegó a dar con mi mirada. Leí en sus ojos un horror indescriptible.
- ¡Muchacho de mierda! ¿Qué crees que has hecho? ¡No puede ser, no puede ser…! Ahora moriré, seguro que moriré. ¡Estoy perdido! ¡Muchacho de mierda! ¡Estúpido, estúpido…!
Sus gritos me llenaron de espanto. No podía comprenderlo. Asustado, cerré los ojos y di la vuelta, cubriéndome las orejas con las manos. Aún podía escuchar su voz llamándome estúpido, idiota, imbécil, entrometido, asesino…cuando de pronto, me llegó a aburrir. Abrí los ojos y me quité las manos de las orejas. Volví a mirarlo y vi que seguía con sus gritos, mientras flotaba y se alejaba sin rumbo, yendo y viniendo. Entonces volví a estar tranquilo y me acostumbré a eso. Aún ahora lo veo y lo escucho maldecirme, asegurando que morirá en cuestión de segundos. Yo simplemente lo miro abrirse camino entre planetas, soles y agujeros negros. Porque, después de todo, lo único emocionante de mis días siempre ha sido ver pasar a mi primo.

lunes, 11 de enero de 2010

Existencias Ingenuas I

El otro día subimos por primera vez a su casa. La vi y no pensé en nada más que en besarla. La besé. Y esa fue la frase estúpida de la semana. El acantilado por el que se precipitaba era la vista de mi ventana, ni modo yo quería besarla y ella...se veía con sus maneras amables de hablar y de mirar, de forma tan poética que parecía dispuesta, cierta sensibilidad en ella me dejaba maravillado y atormentado, no era sexi, no era tierna, era triste, un trago dulce y a la vez agotador de sentimientos profundos, no sabía si estaría dispuesto a todo eso, pero a besarla, besarla, eso quería hacerlo, desde hace mucho. Mi principal característica es cierto estoicismo a demostrar lo que siento, heredado de mi madre, según creo yo, que con despiadado cariño solía nunca abrazarme, pero con un par de golpecitos en la cabeza ella creía que bastaba. Yo también lo creía. Pero ahora que estoy frente a ella, sé que unos golpecitos en la cabeza no bastan. Tendría que decirle más, hablarle, contagiarme de eso extraño que ella tiene, pero no me sentía dispuesto, no podía, prefería darle unos golpecitos en la cabeza y luego correr. Su imagen densa me asustaba. Lo confieso. Mi modo de hablar y actuar la mayoría de las veces se confunde con recato, pero es sólo cobardía. Con un beso en la mejilla rompí los espacios y cumplí la profecía de un verso escrito en la pared a modo de grafiti, que ahora según ella hacen mofa de lo sucedido. Se acercó mi boca a su boca y mis manos a sus manos. Aproximadamente una hora después, no podía dejar de pensar en eso, mis prisas por despedirme de ella sólo eran un intento por camuflar el miedo a mis propios insultos, un grito de dolor atormentaba mi mente. En suma la había besado, como alguna vez lo imaginé. Pero no pensé en el mañana. Qué hacía mi madre después de darme unos golpecitos en la cabeza, pues nada. Eso le era más fácil, seguramente si me abrazaba, tendría que luego ser más atenta. O medirse la fuerza de sus castigos. Mantenerse siempre en una línea de afecto, es mantenerse seguro, pasar esa línea implica mayores cosas. Y eso es mucho para alguien que tiene miedo y que es tan solicito de la culpa como yo. Para la mañana siguiente preferí mantenerme callado, observando el amor desmedido que la gente se profesaba. Yo preferí el claroscuro de mi soledad. [..]

viernes, 8 de enero de 2010

El sucio animal

No puedo dormir... En todas las casas que he vivido siempre nos sucede lo mismo. La verdad es que así como ahora, nunca hemos estado solos. A parte de mi familia (mi mamá, mis dos hermanos y yo) siempre se nos infiltra un miembro más. Un individuo que, a falta de mascota que haga las de guardián, hace de nuestro hogar, un refugio en donde fácilmente encuentra protección, calor y sobre todo comida. Puede entrar y salir a cualquier hora del día. Las viviendas baratas pero de barrios modestos que alquilamos, son como un colador roto, siempre dejan pasar algo, y sobre todo, siempre carecen de algo, agua, a veces luz, pero siempre piso. No tienen piso y eso le da a nuestro hogar un olor característico, como a cemento y polvo humedecido.
Este sujeto abominable, a pesar de que lo insultamos y le ponemos avisos evidentes para que entienda que si no se larga vamos a tratar de exterminarlo, siempre regresa y a veces con todos sus parientes. Somos pobres, pero ya habremos gastado una buena cantidad de dinero en todas las veces que hemos intentamos matarlo. Cuando las trampas y porciones de comida mezcladas con veneno no funcionan, inquirimos bien cuál es su escondite - la cómoda, detrás de la refrigeradora, dentro de la cocina - hasta lograr ubicarlo; entonces, como sea, lo obligamos a salir. Pero parece que supiera que afuera, tres escobazos certeros y fatales le esperan para intentar ponerle fin a su cochina vida. Lo cual, la mayoría de veces, es una mera fantasía, porque su agilidad es tan grande, que en un descuido nuestro, mezclado con gritos de pavor, logra burlar nuestra asechanza, escurriéndose por nuestros pies que siempre tratan de eludirlo. Al final, logra lo que nosotros menos queremos: adentrarse en nuestro dormitorio, el único en esta casa en la que más nos ha hecho padecer.
Y esa es la peor desgracia que nos puede suceder, pues nos pasamos horas y hasta días enteros tratando de sacarlo. Tenemos que abrir cajones controlando el miedo a cruzarnos con su horrible y untuoso cuerpo peludo. Echarse a dormir sabiendo que puede estar en cualquiera de nuestras camas, es una mala idea que todos rechazamos. Así le dejemos un banquete afuera con la esperanza de que después salga a comer, ninguno acepta compartir su lecho con aquel inmundo animal, así sea por unos minutos. Nada. Peor aún después de haberlo visto en todo su craso esplendor. La verdad es que lo habremos derrotado en muchas batallas pero siempre nos gana la guerra.
Una de esas tardes en que había un silencio contagiante en el ambiente - como si la pereza hubiese llegado con la brisa y hubiese mandado a muchas personas a tomar una siesta - yo ya me había dado por vencido al percatarme de su tan pronta aparición. El menor ruido posible, se captaba en mi destartalada casa con eco. Bruscamente y sin importarle nada, prorrumpía en cualquier parte de la casa, sin miedo a represalias, como si nuestros gritos de miedo ante su presencia le hubieran dado la confianza de creerse un monstruo poderoso y aterrador. Tantas veces se nos había escapado que ya se creía invencible y tal vez hasta inmortal, porque no había veneno que pudiera hacerle estirar la pata, siempre salía ileso de nuestros platillos.
Descaradamente, mientras que yo me disponía a cambiarme de ropa para salir a jugar fulbito, él o ella (difícil saberlo) hacía alboroto en la cocina, sobre todo con las tapas de las ollas. Esto me causaba miedo e indignación, porque imaginaba nuestro almuerzo contaminándose con microbios procedentes del desagüe o con algún pelo hirsuto caído del asqueroso cuerpo de ese animal. Aún así decidí ignorarlo pues suficiente había tenido ya con la noche anterior, cuando a las dos de la mañana lo vi cruzar el cuarto por encima de las camas de mi mamá y de mi hermana, mientras que ellas no sabían si coger algo para golpearlo o seguir observándolo temerosas, para evitar ser tocadas o rozadas por su cuerpo peludo.Yo, que me sentía protegido en la altura de mi camarote, di un suspiro de resignación arrojando mi cabeza sobre la almohada, al mismo tiempo que maldecía su existencia y su empeño en seguir haciéndonos la vida imposible.
Abrí mi cajón y al sacar un polo deportivo, dos pequeños trozos de caca perfectamente ovalados rodaron por mi ropa. Yo ya había visto esto anteriormente, pero nunca se lo comentaba a mi mamá ni a mis hermanos para no acrecentar su temor y sus dudas, pues ellos eran los que dormían abajo y yo no sabía con certeza, si el sucio animal se surraba mientras tratábamos de expulsarlo del cuarto o mientras dormíamos, si era así lograba meterse por debajo de la puerta aunque la cubriéramos con maderas y piedras. Sólo me quedaba sacudir toda mi ropa y borrar cualquier evidencia que asustara más a mi familia. Y así lo hice, mientras que afuera el abominado seguía haciendo de las suyas en la cocina. Sigue buscando que comer, maldito pensionista, le dije.
Cogí mi balón, ya con mis zapatillas puestas y empecé a hacer dominadas en ese estrecho espacio de mi cuarto, vulnerado tantas veces por el sinvergüenza. No quería cruzarme con él, su pomposa presencia había traumatizado mi voluntad a hacerle frente y renegaba de impotencia al no poder salir de mi cuarto sin tener que pasar por la cocina.
Pensar que me encontraba en casa, sólo con él, me llenaba de miedo; pero me hacía también imaginar las más cruentas venganzas, como torturarlo si pudiera atraparlo en una jaula, quemándolo vivo o ahogándolo. Creo que ahogándolo disfrutaría más, porque podría ver su cara de desesperación.
Recordé haber tapado bien las ollas después de servirme mi almuerzo. Llevaba 60 – 61 – 62 – 63 dominadas, cuando de pronto, el ruido de un objeto cayendo en agua llenó la cocina de un chasquido desesperante que se fue dilatando en un notorio descenso, así como cuando las campanillas de un reloj que se ha quedado sin baterías chilla de manera agonizante hasta cesar. Poco a poco - como si las energías de un ser desesperado por seguir viviendo se fueran consumiendo en cada vano intento – dejó de sonar. Quise ir a averiguar antes, pero el record de 80 dominadas los fui superando en el transcurso de ese sonido enervante, hasta llegar casi increíblemente (porque soy bueno) con pie estirado y reloj despertador al suelo, a las 100.
Salí a ver qué había sucedido. ¿De dónde había provenido ese extraño ruido? Busqué en el lavatorio, entre la vajilla, en las ollas, por la refrigeradora, en el horno de la cocina e incluso dentro de la caja de fósforos y sin embargo no hallé nada, ningún vestigio de algún intruso rastrero. Me di por vencido. Pero cuando salí, mi mirada se tropezó con algo absolutamente absurdo y entonces mi corazón empezó a latir más rápido, no sé si de miedo o de algarabía. Vi un animal peludo flotando en el agua de un balde grande, en donde mi mamá había enjuagado la ropa que lavó el día anterior. Estaba aparentemente muerto. Agarré un palo y empecé a darle vuelta. Vi emerger una oreja y una cola enorme del agua sucia, mientras sentía que mi corazón se aceleraba más y más. Vi unos dientes enormes saliendo de su boca abierta llena de bigotes. ¡Por fin te moriste rata inmunda! dije mirando vengativo el cadáver del sucio animal. Supe entonces que mis latidos acelerados eran por la emoción de saber muerto a nuestro más tenaz enemigo. ¡Por fin habíamos derrotado al sucio animal! Calló en una de nuestras más improvisadas y esporádicas trampas. Al fin y al cabo resultaste ser una rata estúpida. ¿Te metiste al agua sin salvavida? ¿O hurgabas entre lo ajeno y te tropezaste con tu idiotez? Debes haberte arrepentido de habernos robado tanta comida en todo este tiempo porque así no hubieses engordado tanto y hubieses podido salvarte, rata, rata estúpida, jaja jaja jaja.
Saqué a la rata del balde de agua sujetándola de la cola algo temeroso de que resucite y contraataque, cuando de pronto, unos golpes en la puerta de la calle me asustaron y me hicieron soltarla. Su cadáver cayó al suelo dando un golpe seco. Alguien buscaba. Fui a atender dejando el cuerpo sin vida del abominado roedor tirado en el suelo. “¿Quién es?” pregunté y al otro lado de la puerta, una voz femenina me contestó. “Soy yo, Analí”. El rostro de la niña que me tenía descorazonado mañana, tarde y noche sin saber si al igual que yo, ella me quería, se me vino a la mente. ¿Qué querrá? me pregunté.
- Mi hermana no está por si acaso - le dije descortésmente mientras abría la puerta. Traía el cabello suelto y llevaba puesta una excitante pantaloneta roja que le permitía lucir sus bellos muslos – disculpa, hola - le dije arrepentido.
- Hola, no he venido a ver a tu hermana, vine porque supe que estas solo y bueno yo quería decirte que… – miró el suelo e hizo un gesto inquieto. A mí se me vino a la mente la más perversa idea, y le dije apurado, qué cosa, habla.
- Bueno vine a pedirte si podrías prestarme tu pelota para jugar vóley con las chicas – Yo me quedé con la boca abierta y casi con los brazos extendidos para recibirla.
- Vamos! No me hagas roche pues, por favor, nos hemos quedado sin balón y no queremos quedarnos también sin jugar - me dijo dulcemente.
- Está bien, espera un momento – le respondí.
- Ok. – dijo sonriendo y pegando un brinco.
Resignado, me di media vuelta. Mi corazón había empezado a ser condescendiente con ella ante cualquier pedido que me hacía pues no podía evitarlo, la quería y por cualquier instante con ella, daba lo que fuera. Me transformaba en su muñeco de trapo las veces que ella quisiera. Sin embargo, en las últimas ocasiones que estuvimos juntos, sentí que el momento de poder abrazarla y besarla por fin se acercaba: jugaba con mi pelo, me abrazaba del cuello, me pellizcaba y se corría para no devolverle el pellizco, se dejaba tomar las manos y entrelazar nuestros dedos, me celaba con algunas de las chicas y cuando estaba contenta conmigo, de un salto se trepaba en mi espalda para que yo la llevase cargada. Eso era para mí la gloria, porque me abrazaba y me daba un beso tierno en el cuello. “Debo esperar el momento preciso, inventar un encuentro de noche, tal vez ella espera eso de mí pero yo no me atrevo, no sé cómo alcanzarla, a veces tengo ganas de robarle un beso pero me agobia el miedo de que se enoje conmigo. Si tan sólo me diera una señal”. Entré a la cocina y me topé con la rata muerta.
- ¿No hay nadie? - me preguntó desde afuera.
- ¡No! - le contesté mientras cogía con la yema de mis dedos la cola de la rata para intentar arrojarla a la basura.
- “Vaya, ¿sí que tienes muy pocas comodidades aquí no?” me dijo Analy sorprendiéndome desde atrás. Entonces sucedió lo inevitable. Asustado, sin tiempo para pensar en librarme de cualquier cochina evidencia que delatara mi prosaica existencia, no pude hacer más que voltearme con la rata muerta colgando de mi mano izquierda y ella, que al parecer se estaba acercando para darme un pellizco, o una caricia en la espalda, hizo tan elocuente gesto de repugnancia, que hasta ahora me avergüenzo de mi mismo y reniego de mi total estupidez.
- ¡Que asco! – me dijo con una voz que jamás se la había escuchado en el tiempo que la había conocido. Casi al instante salió corriendo despavorida y tal vez más decepcionada de mí que otra cosa. La vi abandonar mi cocina, mi casa y mis ilusiones como si huyera de un fantasma o de un monstruo.
- ¡Analy!, está rata está muerta” le grité, aún más estúpido; pero no dio marcha atrás.
Ahora, creo que ya son más de la una de la madrugada y sigo sin poder dormir, no dejo de pensar que tal vez por culpa de esa maldita rata, mis posibilidades de alcanzar el amor de Analy se echaron a perder, debe creer que soy un pobre diablo, un idiota; pero además, me molesta ese ruido grosero que al parecer, proviene de la caja de la basura afuera en la cocina, desde hace más de media hora que no me deja conciliar el sueño…

lunes, 4 de enero de 2010

Sueño bajo una extraña lluvia de invierno

Y de repente ya no hubo mas ropa volando por el aire, la habitación se llenó de una especie de calma inquietante que descendía hacia el piso y se perdía en él, dispersándose por las paredes y saliendo por la ventana tratando de escapar de la catástrofe desatada minutos antes. Estaba parado, jadeante, frente a la cama, mirando a su víctima ensangrentada, contando los minutos que le faltaban para que dieran las nueve, podía sentir el tic tac del reloj como una constante amenaza de que nunca sonaría el gong de aquel viejo cómplice, anunciando la hora de partida.
Suda frío por un momento y luego se calma, se acerca a la ventana y mira a la calle, todo está oscuro, el corte de energía eléctrica ha ennegrecido todo, incluso su consciencia y sus recuerdos, toma el maletín preparándose para la huida y se seca el sudor que marca el contorno de su rostro con la manga de la camisa, suena el gong, pero él no lo escucha, se acerca a la cama, se sienta y toma el frío pie del cuerpo desnudo, preso de una rigidez mortal, y como un último homenaje lo besa, un suspiro y una lágrima, eso es todo, levanta el maletín y se levanta él también, camina lentamente y se dirige a la puerta del dormitorio, abre la puerta y un relámpago seguido de un trueno alumbra por un momento el resultado del paso del mortífero torbellino de pasión dejado en la habitación.Baja las escaleras con cuidado de no tropezar y lo logra, sonríe para sí mismo y toma la dirección de la cocina, entra y se dirige al refrigerador, saca una caja de leche y se la toma a grandes sorbos, termina, la deja en la mesa y sale dejando abierta la puerta del artefacto.
Atraviesa la sala y abre la puerta a la calle, la lluvia ya está cayendo, entra de nuevo, toma un paraguas del armario y se dispone a salir.Camina solo, por la pista de aquella negra calle, ningún carro, ningún ruido, camina y camina, sin pensar en nada, sintiendo uno a uno el avanzar de sus pasos que se pierden en el universo vacío y enmudecido de sus pensamientos, espera un momento, duda, y suspirando de nuevo sigue su ruta hacia donde lo lleve el destino. La electricidad regresa, el ya ha caminado varias cuadras, algunos gatos empapados se le cruzan, aterrorizados por el constante trepidar del cielo y por la continua caída del agua. Un auto cruza la avenida, muy cerca de donde está el, pero él no tiene miedo, no se oculta, solo camina por la línea amarilla del centro de la pista, pasa sin preocupación por un semáforo que reinicia su monótona labor y sin pensarlo más continúa su camino por aquellas calles de faroles soñolientos y rimbombantes.
La suerte no pudo serle más propicia, seguía solo, ya ha llegado a su destino, pero no hay nada, ni un solo tren, ni una sola persona, solo el viento y el olor a humedad que la lluvia ha dejado a su paso, los susurros de los fantasmas del lugar se sienten muy cerca, le hablan, el no escucha, sólo se ríe deleitándose con los últimos momentos, deleitándose con el cuerpo de su víctima y con el sabor dulce de su sangre, un sonido de una ambulancia lejana lo saca de su laguna mental y una última vez mira el reloj: las diez, otea el aire, siente el viento, hay alguien más, y está cerca, vuelve a otear, es una mujer con aroma de jazmines, en fin, el siguiente tren del sureste viene a las doce, así que aún hay tiempo para una siguiente víctima, se levanta y se dirige hacia donde lo lleva el olor de la sangre fresca.

domingo, 3 de enero de 2010

Tazas de Café

-Centímetro a centímetro le ganaba los colores a la calle, quien no iba a querer mirarla si iba vestida de plastilina. Por el sol y las aceras su falda se meneaba armonizando sus latidos, prendiendo primaveras de domingo, que tras cerrar la puerta, sus ojos apagaban, encendiendo un cigarrillo.

-Hoy pude encontrar la paz escondida entre tus manos/ y recosté mi cabeza en tu pecho peculiar/ hallando la serenidad del silencio condensado en tu respiro /y quise no despertar.

-Apenas las luces descienden/el alma sumisa espera/ el volver de tus pasos tristes/la canción del pasado se disuelve en el viento distante/ con una caricia suave /y si bien tus pasos no vuelven/ vuelve el lento pasar de los días/ detenidos en la soledad de la luz opaca/ que está a punto de ser olvidada.

-Observo indiferente un mundo que tu reprendes y amas/ y yo soy parte de la profundidad de la que huyes/ pero el sonido lento que se diluye en los espacios/ balancean dos corazones infantiles/creando ondas de juego/ en un espacio puro, ingenuo y tierno.

-Se encontrarán entre las sombras de los arboles viejos que cubren el parque/ con la mirada triste sonriendo por sus trajes antiguos/ por sus versos resignados como hojas secas/ se encontrarán temerosos y sabios, pensativos y poetas/ con un libro como su mayor tesoro y con la libertad de sus pasos cansados/ escondidos en rostros que aun no conocen.

-Te he perdido entre un viento suave que vino por invierno. Y así te dibujas en la arena entre pasos ligeros, en los segundos que el mar vuelve tibio. Te recuerdo entre algún respiro lento y un silencio enternecedor, que nace ingenuo y se une al viento que aún no vuelve.

-Nos reímos de lo indeciso del tiempo, de lo negra de la noche y de lo pálido del sol; del silencio eterno que dibujamos bajo el farol de aquella luz desafiante, que vino alumbró y nos dejó.



PERDIDOS - III

-El café se está por acabar, pero tengo mucho té.

-Entonces serán 200.Ahora que si te interesa podría abrirte una línea de crédito y recibirías mensualmente el recibo por la cuota.

Ambos sonrieron con esa dosis de idiotez que caracteriza al que cree encontrar algo bueno. Pero Equis reconoció ese cinismo pueril, sí, su ex mujer.

El tipo de mujer al que más detestaba y al que más quiso.¿miedo? quizá, de encontrar el mismo contenido en este nuevo empaque. Su sinceridad le hizo reconocer que este empaque estaba mejor cuidado, quizá la profesión, el mercado competitivo demandaban mayor inversión en esa envoltura.

Zeta terminó de vestirse, el mismo silencio incómodo daba el efecto sonoro a la escena, Equis evitaba pensar, la experiencia le enseñaba que en estos asuntos el que piensa la caga olímpicamente al menos que sea canchero, facture más de 3 mil por mes y que guarde cierto parecido con Marlon brando o Brad Pitt en su defecto. El salió del baño y entendieron que si existe algo peor que el silencio incómodo es lo que se "dice" para romperlo.

-¿qué y te vas por ahí?

-No, pensaba quedarme y limpiarte la casa, está incluido en el paquete a nuevos clientes.

-Ah claro.

Fue por sus cosas y se dirigió hacia la puerta con la intención de que ella lo siguiera, pero No. Algo muy en el fondo le decía a Equis que ella se sentía cómoda, confiada, como si ya hubiera notado que le gustaba. Seguramente era su torpeza en el hablar,"sólo una chucha puede convertir a un tipo con tacto en eso que se estaba moviendo por su sala tratando de escapar",pensó con la rapidez en que se piensa en esos segundos sufrientes.

De día se le veía mucho mejor. Ella pensó lo mismo de él. Ambos coincidían en ese gusto horario por la gente: que de día se vean discretamente inofensivos, tiernos, intelectuales, pero que de noche te provoque esconderte en su sexo con la esperanza de abrir otras puertas.

Salieron. Él iba más rápido, adelante, notó eso, la esperó.

-¿Dónde enseñas?

-En un colegio como a unas 20 cuadras, pero no voy hacia allá ahora, tengo el turno de la tarde.

-¿a qué edades enseñas?

-No me he levantado a ninguna de mis alumnas, si acaso por ahí va la pregunta.

-5º de secundaria, generalmente es muy fácil sacarle a un hombre la información que no quiere dar, pero esperé más dificultad de ti.

-tengo un sublime, ¿se te antoja?

Ella lo recibió y evitó reírse. Le causaba mucha gracia ver nervioso y torpe al muchacho seguro de anoche.

-Parece que la mañana te asusta.

-Cuando amanezco acompañado, a veces.

por alguna razón sabían que la próxima esquina dividía sus rutas, pero nadie dijo nada, en realidad se veían muy bonitos así.