miércoles, 27 de enero de 2010

Perdidos III - I

Ocho de la noche. Dos horas más para que termine su turno. Zeta no soporta el tedio del blanco y el azul cielo claro, los pasos en el corredor, el metal quirúrgico, el olor a nada…

Debe escapar. Sí, escapar, ¿pero a dónde? Debe salir, ¿para qué? Para andar sin rumbo esperando encontrar algún infeliz a quien pueda ofrecerle sus servicios. No, gracias. Lo mejor es esperar, como siempre- piensa ella. Que sean las diez, que su vida cambie, que llegue otra taza de café. Otra taza de café. Todavía lo recuerda. Después de tanto tiempo en esto y solo recuerda a uno, uno solo. Por fin recuerda a uno. El único que la pudo ver después de madrugada y vivió para contarlo.

Es mejor irse pronto. Sale lo más rápido posible. No se cambia el uniforme blanco ni los tacones del mismo color. Con excepción del bolso negro, todo en ella es albo, puro, inmaculado al menos por instante, después de mucho tiempo. Siente que alguien voltea la mirada para verla pasar. Eso la hace reflexionar, no hay tanta diferencia entre un uniforme y otro.
Sube al bus. Se sienta cerca de la ventana como es su costumbre. Le gusta el reflejo de su rostro en el vidrio, el brillo de las luces de la ciudad a esa hora, recostarse sobre el asiento con la mirada vacía.

No tiene más que hacer. Su rutina es inalterable. Llegar a donde debe llegar, ella sabe lo que le espera. Luego de comer algo y ducharse para eliminar el olor a formilaldehído 1,5 % busca el uniforme de todas las noches, tal vez alternar con una peluca… el uniforme. No hay mucha diferencia entre uno y otro. Con excepción del sombrerito ridículo, la parte superior y un poco más de insinuación, no hay mayores cambios. Piensa en el porqué de la similitud. Tal vez en los inicios de la civilización, durante alguna guerra, un grupo de mujeres caídas en desgracia buscaron refugio en una trinchera. Los soldados, enfermos en su mayoría, las obligaron a atenderlos. Obviamente esa atención no solo incluía curar heridas. Con todo ese trabajo las ropas de las mujeres perdieron su color hasta aproximarse a una tonalidad crema más que al blanco actual. Las primeras putas fueron las primeras enfermeras. El diseño sufrió alteraciones que terminaron separando más a los grupos. Mientras unas se acercaban a la gasa y los vendajes, las otras se acompañaban con seda o cualquier imitación barata.

El bus frena repentinamente. Aún no ha llegado a su destino, pero eso le ayuda a volver en sí. Toma conciencia de lo que ha estado pensando y se siente idiota. Unas cuadras más, antes un semáforo y baja en la tienda de la esquina.

Media hora para alistarse. La minifalda negra, la blusa roja, un lunar artificial cerca del natural, labios, quizá intentar con la peluca, una peluca rubia. Frente al espejo encuentra un parecido con alguna sex simbol gringa… y a su lado Marlon Brando. Sonríe. Eso le basta para saber que se ha hecho bien los labios y que los lunares no se delatarán el uno al otro.

No recuerda haberlos visto juntos, a la gringa y a Marlon Brando. Eso hubiera sido demasiada coincidencia.
Un poco de orden antes de salir. Los pantalones por aquí, las blusas por allá, cuántos vestidos, como si me hicieran falta tantos. La banderita de Estados Unidos en una camiseta le recuerda el nombre de una ciudad, Columbus, y una esperanza. No importa.

Por fin está lista. Puede que lo busque. Otra vez, en la misma calle, el mismo bar, en la misma mesa. En el siguiente ejercicio hallar X. No piensa hallarlo, no necesita sentir, no necesita sufrir. No en esta noche, no en esta vida. Aunque tal vez lo encuentre. No, eso sería demasiada coincidencia.



Cuarta fila de la derecha, tercera carpeta de atrás hacia delante. Nombre y apellidos y nada más. Ocho horas semanales, cuadernos, libros y hojas sueltas.
Recuerda que cuando el estaba en el colegio en su aula habían cuarenta y cinco alumnos. Él era el cuarenta y seis. Nunca encajó en el grupo. Ahora es profesor, desde hace cuatro años. Dos más dos son cuatro, cuatro más dos son… No, él no es de esos. Es mejor engañar con palabras y no con números – piensa Equis.

No sé si sirve pensar en lo que estará haciendo o si creer en eso que leo, pero siempre es correr sin detenerme, correr como cuando sabía menos, cuando reía más, cuando dormía en paz.

Todo era mucho más sencillo antes cuando estaba con ella. Comprendo que quieras irte, le dije. No se puede estar toda la vida con la misma persona. Ojalá siempre fuera la misma persona, me contestó. Sí, ojalá siempre fuera la misma persona.

Primera fila, tres pares de zapatos sucios. Suena el timbre. Es todo por hoy. Media hora más antes de marcharse. Revisar notas, mirar la pizarra manchada y contemplar esas carpetas vacías. Le gustaría verlas así todos los días, vacías, como un recuerdo, un tiempo que no volverá.

Unas cuantas cuadras y está en casa. Afuera queda el polvo, el olor a verde de salón de clase. Porque hoy nada malo hice, todo fue mentira, no hubo sinceridad. No fueron buenos días, no estuvo mal joder al lorna de la clase, ni responderle el golpe al que te cagó el partido, no fue cierto el lapicero azul en el registro, ni las letras en la pizarra. Neruda no fue poeta, Picasso no pintó el Guernica, yo no soy profesor no tienen porqué creerme, no…

Hoy volverá al bar. Como todos los días se sentará en la misma mesa, pedirá vino, o tal vez cerveza. Tal vez use el nuevo par de zapatos que compró hace unos días. Total, que más le podía pasar. Ni siquiera se ilusiona en encontrarla. Sería deprimente verla otra vez, no por ella sino por el recuerdo y una vez más, cinco veces al día. Esperar la noche frente a un monitor es aburrido. Pedazos de nada frente a sus ojos.

Está decidido: hoy saldrá más temprano.

Al cerrar la puerta no ve más que gris en toda la calle. El gris se tornará oscuro en unas horas y todo volverá a la normalidad. Antes de cualquier cosa debe pasar a comprar una revista y luego abandonarla en alguna banca del parque. Es su rutina desde hace seis meses. Al comienzo volvía al día siguiente para ver si la encontraba, pero no, eso hubiera sido demasiada coincidencia.

Cerca del quiosco una fotografía le recuerda a Zeta. Debe ser por los labios. Eran pequeños, pero vaya si sabía usarlos. Su recuerdo tiene aroma a café o a té o a chocolate en barra por la mañana. Tal vez la encuentre hoy en el bar, en la misma mesa, con el mismo vestido, con los mismos labios y las mismas ganas de todo. Tal vez pueda verla hoy. No eso sería demasiada coincidencia.

lunes, 25 de enero de 2010

Saga y Fábula

Mi primo vivía en un cubo. Éste era grande y transparente. Todas las noches lo veía flotar por el espacio, abriéndose camino entre planetas, soles y agujeros negros. Yo heredé de mi padre la capacidad de ver el universo entero con mis ojos, de una sola mirada. Por eso me aburría mucho. Lo único emocionante de mis días era ver pasar a mi primo. Él siempre estaba sentado en el aire, abrazándose las piernas, ocultando su rostro, siempre desnudo. Parecía un niño en el vientre de su madre. Una madre cúbica, fría y vagabunda. Debí haber estado milenios observándolo ir y venir, de un lado del universo al otro, cruzando tiempo y espacio, mezclándolos. Mi primo no envejecía, no cambiaba…pero el cubo sí. Cada día era más pequeño y aprisionaba más a su ocupante. Cuando llegó a ser tan reducido que tocaba el extremo de sus dedos y la punta de sus largos cabellos, empecé a preocuparme. ¿Qué pasaría si el cubo nunca dejara de reducirse? ¿Apretaría las extremidades y el cuello de mi primo hasta romperle los huesos? ¿Hasta reventarle el cráneo y hacer volar su interior? No podía permitirlo. El día en que la pared inferior del cubo pareció doblar ligeramente los dedos de sus pies, tomé una piedra del piso y la lancé. Estaba seguro que llegaría sin problemas hasta su objetivo, pues había visto a mi padre hacerlo muchas veces. Efectivamente, la piedra llegó a dar con fuerza contra uno de los lados, rebotó en él y pude escuchar el sonido de un cristal al romperse. Las paredes del cubo se convirtieron en millones de fragmentos que se separaron al instante y fueron a caer en el vacío, perdiéndose de vista. Mientras tanto, con la misma rapidez, mi primo reaccionaba dejando de abrazarse las piernas y mirando de un lado a otro, asustado. Al final, llegó a dar con mi mirada. Leí en sus ojos un horror indescriptible.
- ¡Muchacho de mierda! ¿Qué crees que has hecho? ¡No puede ser, no puede ser…! Ahora moriré, seguro que moriré. ¡Estoy perdido! ¡Muchacho de mierda! ¡Estúpido, estúpido…!
Sus gritos me llenaron de espanto. No podía comprenderlo. Asustado, cerré los ojos y di la vuelta, cubriéndome las orejas con las manos. Aún podía escuchar su voz llamándome estúpido, idiota, imbécil, entrometido, asesino…cuando de pronto, me llegó a aburrir. Abrí los ojos y me quité las manos de las orejas. Volví a mirarlo y vi que seguía con sus gritos, mientras flotaba y se alejaba sin rumbo, yendo y viniendo. Entonces volví a estar tranquilo y me acostumbré a eso. Aún ahora lo veo y lo escucho maldecirme, asegurando que morirá en cuestión de segundos. Yo simplemente lo miro abrirse camino entre planetas, soles y agujeros negros. Porque, después de todo, lo único emocionante de mis días siempre ha sido ver pasar a mi primo.

lunes, 11 de enero de 2010

Existencias Ingenuas I

El otro día subimos por primera vez a su casa. La vi y no pensé en nada más que en besarla. La besé. Y esa fue la frase estúpida de la semana. El acantilado por el que se precipitaba era la vista de mi ventana, ni modo yo quería besarla y ella...se veía con sus maneras amables de hablar y de mirar, de forma tan poética que parecía dispuesta, cierta sensibilidad en ella me dejaba maravillado y atormentado, no era sexi, no era tierna, era triste, un trago dulce y a la vez agotador de sentimientos profundos, no sabía si estaría dispuesto a todo eso, pero a besarla, besarla, eso quería hacerlo, desde hace mucho. Mi principal característica es cierto estoicismo a demostrar lo que siento, heredado de mi madre, según creo yo, que con despiadado cariño solía nunca abrazarme, pero con un par de golpecitos en la cabeza ella creía que bastaba. Yo también lo creía. Pero ahora que estoy frente a ella, sé que unos golpecitos en la cabeza no bastan. Tendría que decirle más, hablarle, contagiarme de eso extraño que ella tiene, pero no me sentía dispuesto, no podía, prefería darle unos golpecitos en la cabeza y luego correr. Su imagen densa me asustaba. Lo confieso. Mi modo de hablar y actuar la mayoría de las veces se confunde con recato, pero es sólo cobardía. Con un beso en la mejilla rompí los espacios y cumplí la profecía de un verso escrito en la pared a modo de grafiti, que ahora según ella hacen mofa de lo sucedido. Se acercó mi boca a su boca y mis manos a sus manos. Aproximadamente una hora después, no podía dejar de pensar en eso, mis prisas por despedirme de ella sólo eran un intento por camuflar el miedo a mis propios insultos, un grito de dolor atormentaba mi mente. En suma la había besado, como alguna vez lo imaginé. Pero no pensé en el mañana. Qué hacía mi madre después de darme unos golpecitos en la cabeza, pues nada. Eso le era más fácil, seguramente si me abrazaba, tendría que luego ser más atenta. O medirse la fuerza de sus castigos. Mantenerse siempre en una línea de afecto, es mantenerse seguro, pasar esa línea implica mayores cosas. Y eso es mucho para alguien que tiene miedo y que es tan solicito de la culpa como yo. Para la mañana siguiente preferí mantenerme callado, observando el amor desmedido que la gente se profesaba. Yo preferí el claroscuro de mi soledad. [..]

viernes, 8 de enero de 2010

El sucio animal

No puedo dormir... En todas las casas que he vivido siempre nos sucede lo mismo. La verdad es que así como ahora, nunca hemos estado solos. A parte de mi familia (mi mamá, mis dos hermanos y yo) siempre se nos infiltra un miembro más. Un individuo que, a falta de mascota que haga las de guardián, hace de nuestro hogar, un refugio en donde fácilmente encuentra protección, calor y sobre todo comida. Puede entrar y salir a cualquier hora del día. Las viviendas baratas pero de barrios modestos que alquilamos, son como un colador roto, siempre dejan pasar algo, y sobre todo, siempre carecen de algo, agua, a veces luz, pero siempre piso. No tienen piso y eso le da a nuestro hogar un olor característico, como a cemento y polvo humedecido.
Este sujeto abominable, a pesar de que lo insultamos y le ponemos avisos evidentes para que entienda que si no se larga vamos a tratar de exterminarlo, siempre regresa y a veces con todos sus parientes. Somos pobres, pero ya habremos gastado una buena cantidad de dinero en todas las veces que hemos intentamos matarlo. Cuando las trampas y porciones de comida mezcladas con veneno no funcionan, inquirimos bien cuál es su escondite - la cómoda, detrás de la refrigeradora, dentro de la cocina - hasta lograr ubicarlo; entonces, como sea, lo obligamos a salir. Pero parece que supiera que afuera, tres escobazos certeros y fatales le esperan para intentar ponerle fin a su cochina vida. Lo cual, la mayoría de veces, es una mera fantasía, porque su agilidad es tan grande, que en un descuido nuestro, mezclado con gritos de pavor, logra burlar nuestra asechanza, escurriéndose por nuestros pies que siempre tratan de eludirlo. Al final, logra lo que nosotros menos queremos: adentrarse en nuestro dormitorio, el único en esta casa en la que más nos ha hecho padecer.
Y esa es la peor desgracia que nos puede suceder, pues nos pasamos horas y hasta días enteros tratando de sacarlo. Tenemos que abrir cajones controlando el miedo a cruzarnos con su horrible y untuoso cuerpo peludo. Echarse a dormir sabiendo que puede estar en cualquiera de nuestras camas, es una mala idea que todos rechazamos. Así le dejemos un banquete afuera con la esperanza de que después salga a comer, ninguno acepta compartir su lecho con aquel inmundo animal, así sea por unos minutos. Nada. Peor aún después de haberlo visto en todo su craso esplendor. La verdad es que lo habremos derrotado en muchas batallas pero siempre nos gana la guerra.
Una de esas tardes en que había un silencio contagiante en el ambiente - como si la pereza hubiese llegado con la brisa y hubiese mandado a muchas personas a tomar una siesta - yo ya me había dado por vencido al percatarme de su tan pronta aparición. El menor ruido posible, se captaba en mi destartalada casa con eco. Bruscamente y sin importarle nada, prorrumpía en cualquier parte de la casa, sin miedo a represalias, como si nuestros gritos de miedo ante su presencia le hubieran dado la confianza de creerse un monstruo poderoso y aterrador. Tantas veces se nos había escapado que ya se creía invencible y tal vez hasta inmortal, porque no había veneno que pudiera hacerle estirar la pata, siempre salía ileso de nuestros platillos.
Descaradamente, mientras que yo me disponía a cambiarme de ropa para salir a jugar fulbito, él o ella (difícil saberlo) hacía alboroto en la cocina, sobre todo con las tapas de las ollas. Esto me causaba miedo e indignación, porque imaginaba nuestro almuerzo contaminándose con microbios procedentes del desagüe o con algún pelo hirsuto caído del asqueroso cuerpo de ese animal. Aún así decidí ignorarlo pues suficiente había tenido ya con la noche anterior, cuando a las dos de la mañana lo vi cruzar el cuarto por encima de las camas de mi mamá y de mi hermana, mientras que ellas no sabían si coger algo para golpearlo o seguir observándolo temerosas, para evitar ser tocadas o rozadas por su cuerpo peludo.Yo, que me sentía protegido en la altura de mi camarote, di un suspiro de resignación arrojando mi cabeza sobre la almohada, al mismo tiempo que maldecía su existencia y su empeño en seguir haciéndonos la vida imposible.
Abrí mi cajón y al sacar un polo deportivo, dos pequeños trozos de caca perfectamente ovalados rodaron por mi ropa. Yo ya había visto esto anteriormente, pero nunca se lo comentaba a mi mamá ni a mis hermanos para no acrecentar su temor y sus dudas, pues ellos eran los que dormían abajo y yo no sabía con certeza, si el sucio animal se surraba mientras tratábamos de expulsarlo del cuarto o mientras dormíamos, si era así lograba meterse por debajo de la puerta aunque la cubriéramos con maderas y piedras. Sólo me quedaba sacudir toda mi ropa y borrar cualquier evidencia que asustara más a mi familia. Y así lo hice, mientras que afuera el abominado seguía haciendo de las suyas en la cocina. Sigue buscando que comer, maldito pensionista, le dije.
Cogí mi balón, ya con mis zapatillas puestas y empecé a hacer dominadas en ese estrecho espacio de mi cuarto, vulnerado tantas veces por el sinvergüenza. No quería cruzarme con él, su pomposa presencia había traumatizado mi voluntad a hacerle frente y renegaba de impotencia al no poder salir de mi cuarto sin tener que pasar por la cocina.
Pensar que me encontraba en casa, sólo con él, me llenaba de miedo; pero me hacía también imaginar las más cruentas venganzas, como torturarlo si pudiera atraparlo en una jaula, quemándolo vivo o ahogándolo. Creo que ahogándolo disfrutaría más, porque podría ver su cara de desesperación.
Recordé haber tapado bien las ollas después de servirme mi almuerzo. Llevaba 60 – 61 – 62 – 63 dominadas, cuando de pronto, el ruido de un objeto cayendo en agua llenó la cocina de un chasquido desesperante que se fue dilatando en un notorio descenso, así como cuando las campanillas de un reloj que se ha quedado sin baterías chilla de manera agonizante hasta cesar. Poco a poco - como si las energías de un ser desesperado por seguir viviendo se fueran consumiendo en cada vano intento – dejó de sonar. Quise ir a averiguar antes, pero el record de 80 dominadas los fui superando en el transcurso de ese sonido enervante, hasta llegar casi increíblemente (porque soy bueno) con pie estirado y reloj despertador al suelo, a las 100.
Salí a ver qué había sucedido. ¿De dónde había provenido ese extraño ruido? Busqué en el lavatorio, entre la vajilla, en las ollas, por la refrigeradora, en el horno de la cocina e incluso dentro de la caja de fósforos y sin embargo no hallé nada, ningún vestigio de algún intruso rastrero. Me di por vencido. Pero cuando salí, mi mirada se tropezó con algo absolutamente absurdo y entonces mi corazón empezó a latir más rápido, no sé si de miedo o de algarabía. Vi un animal peludo flotando en el agua de un balde grande, en donde mi mamá había enjuagado la ropa que lavó el día anterior. Estaba aparentemente muerto. Agarré un palo y empecé a darle vuelta. Vi emerger una oreja y una cola enorme del agua sucia, mientras sentía que mi corazón se aceleraba más y más. Vi unos dientes enormes saliendo de su boca abierta llena de bigotes. ¡Por fin te moriste rata inmunda! dije mirando vengativo el cadáver del sucio animal. Supe entonces que mis latidos acelerados eran por la emoción de saber muerto a nuestro más tenaz enemigo. ¡Por fin habíamos derrotado al sucio animal! Calló en una de nuestras más improvisadas y esporádicas trampas. Al fin y al cabo resultaste ser una rata estúpida. ¿Te metiste al agua sin salvavida? ¿O hurgabas entre lo ajeno y te tropezaste con tu idiotez? Debes haberte arrepentido de habernos robado tanta comida en todo este tiempo porque así no hubieses engordado tanto y hubieses podido salvarte, rata, rata estúpida, jaja jaja jaja.
Saqué a la rata del balde de agua sujetándola de la cola algo temeroso de que resucite y contraataque, cuando de pronto, unos golpes en la puerta de la calle me asustaron y me hicieron soltarla. Su cadáver cayó al suelo dando un golpe seco. Alguien buscaba. Fui a atender dejando el cuerpo sin vida del abominado roedor tirado en el suelo. “¿Quién es?” pregunté y al otro lado de la puerta, una voz femenina me contestó. “Soy yo, Analí”. El rostro de la niña que me tenía descorazonado mañana, tarde y noche sin saber si al igual que yo, ella me quería, se me vino a la mente. ¿Qué querrá? me pregunté.
- Mi hermana no está por si acaso - le dije descortésmente mientras abría la puerta. Traía el cabello suelto y llevaba puesta una excitante pantaloneta roja que le permitía lucir sus bellos muslos – disculpa, hola - le dije arrepentido.
- Hola, no he venido a ver a tu hermana, vine porque supe que estas solo y bueno yo quería decirte que… – miró el suelo e hizo un gesto inquieto. A mí se me vino a la mente la más perversa idea, y le dije apurado, qué cosa, habla.
- Bueno vine a pedirte si podrías prestarme tu pelota para jugar vóley con las chicas – Yo me quedé con la boca abierta y casi con los brazos extendidos para recibirla.
- Vamos! No me hagas roche pues, por favor, nos hemos quedado sin balón y no queremos quedarnos también sin jugar - me dijo dulcemente.
- Está bien, espera un momento – le respondí.
- Ok. – dijo sonriendo y pegando un brinco.
Resignado, me di media vuelta. Mi corazón había empezado a ser condescendiente con ella ante cualquier pedido que me hacía pues no podía evitarlo, la quería y por cualquier instante con ella, daba lo que fuera. Me transformaba en su muñeco de trapo las veces que ella quisiera. Sin embargo, en las últimas ocasiones que estuvimos juntos, sentí que el momento de poder abrazarla y besarla por fin se acercaba: jugaba con mi pelo, me abrazaba del cuello, me pellizcaba y se corría para no devolverle el pellizco, se dejaba tomar las manos y entrelazar nuestros dedos, me celaba con algunas de las chicas y cuando estaba contenta conmigo, de un salto se trepaba en mi espalda para que yo la llevase cargada. Eso era para mí la gloria, porque me abrazaba y me daba un beso tierno en el cuello. “Debo esperar el momento preciso, inventar un encuentro de noche, tal vez ella espera eso de mí pero yo no me atrevo, no sé cómo alcanzarla, a veces tengo ganas de robarle un beso pero me agobia el miedo de que se enoje conmigo. Si tan sólo me diera una señal”. Entré a la cocina y me topé con la rata muerta.
- ¿No hay nadie? - me preguntó desde afuera.
- ¡No! - le contesté mientras cogía con la yema de mis dedos la cola de la rata para intentar arrojarla a la basura.
- “Vaya, ¿sí que tienes muy pocas comodidades aquí no?” me dijo Analy sorprendiéndome desde atrás. Entonces sucedió lo inevitable. Asustado, sin tiempo para pensar en librarme de cualquier cochina evidencia que delatara mi prosaica existencia, no pude hacer más que voltearme con la rata muerta colgando de mi mano izquierda y ella, que al parecer se estaba acercando para darme un pellizco, o una caricia en la espalda, hizo tan elocuente gesto de repugnancia, que hasta ahora me avergüenzo de mi mismo y reniego de mi total estupidez.
- ¡Que asco! – me dijo con una voz que jamás se la había escuchado en el tiempo que la había conocido. Casi al instante salió corriendo despavorida y tal vez más decepcionada de mí que otra cosa. La vi abandonar mi cocina, mi casa y mis ilusiones como si huyera de un fantasma o de un monstruo.
- ¡Analy!, está rata está muerta” le grité, aún más estúpido; pero no dio marcha atrás.
Ahora, creo que ya son más de la una de la madrugada y sigo sin poder dormir, no dejo de pensar que tal vez por culpa de esa maldita rata, mis posibilidades de alcanzar el amor de Analy se echaron a perder, debe creer que soy un pobre diablo, un idiota; pero además, me molesta ese ruido grosero que al parecer, proviene de la caja de la basura afuera en la cocina, desde hace más de media hora que no me deja conciliar el sueño…

lunes, 4 de enero de 2010

Sueño bajo una extraña lluvia de invierno

Y de repente ya no hubo mas ropa volando por el aire, la habitación se llenó de una especie de calma inquietante que descendía hacia el piso y se perdía en él, dispersándose por las paredes y saliendo por la ventana tratando de escapar de la catástrofe desatada minutos antes. Estaba parado, jadeante, frente a la cama, mirando a su víctima ensangrentada, contando los minutos que le faltaban para que dieran las nueve, podía sentir el tic tac del reloj como una constante amenaza de que nunca sonaría el gong de aquel viejo cómplice, anunciando la hora de partida.
Suda frío por un momento y luego se calma, se acerca a la ventana y mira a la calle, todo está oscuro, el corte de energía eléctrica ha ennegrecido todo, incluso su consciencia y sus recuerdos, toma el maletín preparándose para la huida y se seca el sudor que marca el contorno de su rostro con la manga de la camisa, suena el gong, pero él no lo escucha, se acerca a la cama, se sienta y toma el frío pie del cuerpo desnudo, preso de una rigidez mortal, y como un último homenaje lo besa, un suspiro y una lágrima, eso es todo, levanta el maletín y se levanta él también, camina lentamente y se dirige a la puerta del dormitorio, abre la puerta y un relámpago seguido de un trueno alumbra por un momento el resultado del paso del mortífero torbellino de pasión dejado en la habitación.Baja las escaleras con cuidado de no tropezar y lo logra, sonríe para sí mismo y toma la dirección de la cocina, entra y se dirige al refrigerador, saca una caja de leche y se la toma a grandes sorbos, termina, la deja en la mesa y sale dejando abierta la puerta del artefacto.
Atraviesa la sala y abre la puerta a la calle, la lluvia ya está cayendo, entra de nuevo, toma un paraguas del armario y se dispone a salir.Camina solo, por la pista de aquella negra calle, ningún carro, ningún ruido, camina y camina, sin pensar en nada, sintiendo uno a uno el avanzar de sus pasos que se pierden en el universo vacío y enmudecido de sus pensamientos, espera un momento, duda, y suspirando de nuevo sigue su ruta hacia donde lo lleve el destino. La electricidad regresa, el ya ha caminado varias cuadras, algunos gatos empapados se le cruzan, aterrorizados por el constante trepidar del cielo y por la continua caída del agua. Un auto cruza la avenida, muy cerca de donde está el, pero él no tiene miedo, no se oculta, solo camina por la línea amarilla del centro de la pista, pasa sin preocupación por un semáforo que reinicia su monótona labor y sin pensarlo más continúa su camino por aquellas calles de faroles soñolientos y rimbombantes.
La suerte no pudo serle más propicia, seguía solo, ya ha llegado a su destino, pero no hay nada, ni un solo tren, ni una sola persona, solo el viento y el olor a humedad que la lluvia ha dejado a su paso, los susurros de los fantasmas del lugar se sienten muy cerca, le hablan, el no escucha, sólo se ríe deleitándose con los últimos momentos, deleitándose con el cuerpo de su víctima y con el sabor dulce de su sangre, un sonido de una ambulancia lejana lo saca de su laguna mental y una última vez mira el reloj: las diez, otea el aire, siente el viento, hay alguien más, y está cerca, vuelve a otear, es una mujer con aroma de jazmines, en fin, el siguiente tren del sureste viene a las doce, así que aún hay tiempo para una siguiente víctima, se levanta y se dirige hacia donde lo lleva el olor de la sangre fresca.

domingo, 3 de enero de 2010

Tazas de Café

-Centímetro a centímetro le ganaba los colores a la calle, quien no iba a querer mirarla si iba vestida de plastilina. Por el sol y las aceras su falda se meneaba armonizando sus latidos, prendiendo primaveras de domingo, que tras cerrar la puerta, sus ojos apagaban, encendiendo un cigarrillo.

-Hoy pude encontrar la paz escondida entre tus manos/ y recosté mi cabeza en tu pecho peculiar/ hallando la serenidad del silencio condensado en tu respiro /y quise no despertar.

-Apenas las luces descienden/el alma sumisa espera/ el volver de tus pasos tristes/la canción del pasado se disuelve en el viento distante/ con una caricia suave /y si bien tus pasos no vuelven/ vuelve el lento pasar de los días/ detenidos en la soledad de la luz opaca/ que está a punto de ser olvidada.

-Observo indiferente un mundo que tu reprendes y amas/ y yo soy parte de la profundidad de la que huyes/ pero el sonido lento que se diluye en los espacios/ balancean dos corazones infantiles/creando ondas de juego/ en un espacio puro, ingenuo y tierno.

-Se encontrarán entre las sombras de los arboles viejos que cubren el parque/ con la mirada triste sonriendo por sus trajes antiguos/ por sus versos resignados como hojas secas/ se encontrarán temerosos y sabios, pensativos y poetas/ con un libro como su mayor tesoro y con la libertad de sus pasos cansados/ escondidos en rostros que aun no conocen.

-Te he perdido entre un viento suave que vino por invierno. Y así te dibujas en la arena entre pasos ligeros, en los segundos que el mar vuelve tibio. Te recuerdo entre algún respiro lento y un silencio enternecedor, que nace ingenuo y se une al viento que aún no vuelve.

-Nos reímos de lo indeciso del tiempo, de lo negra de la noche y de lo pálido del sol; del silencio eterno que dibujamos bajo el farol de aquella luz desafiante, que vino alumbró y nos dejó.



PERDIDOS - III

-El café se está por acabar, pero tengo mucho té.

-Entonces serán 200.Ahora que si te interesa podría abrirte una línea de crédito y recibirías mensualmente el recibo por la cuota.

Ambos sonrieron con esa dosis de idiotez que caracteriza al que cree encontrar algo bueno. Pero Equis reconoció ese cinismo pueril, sí, su ex mujer.

El tipo de mujer al que más detestaba y al que más quiso.¿miedo? quizá, de encontrar el mismo contenido en este nuevo empaque. Su sinceridad le hizo reconocer que este empaque estaba mejor cuidado, quizá la profesión, el mercado competitivo demandaban mayor inversión en esa envoltura.

Zeta terminó de vestirse, el mismo silencio incómodo daba el efecto sonoro a la escena, Equis evitaba pensar, la experiencia le enseñaba que en estos asuntos el que piensa la caga olímpicamente al menos que sea canchero, facture más de 3 mil por mes y que guarde cierto parecido con Marlon brando o Brad Pitt en su defecto. El salió del baño y entendieron que si existe algo peor que el silencio incómodo es lo que se "dice" para romperlo.

-¿qué y te vas por ahí?

-No, pensaba quedarme y limpiarte la casa, está incluido en el paquete a nuevos clientes.

-Ah claro.

Fue por sus cosas y se dirigió hacia la puerta con la intención de que ella lo siguiera, pero No. Algo muy en el fondo le decía a Equis que ella se sentía cómoda, confiada, como si ya hubiera notado que le gustaba. Seguramente era su torpeza en el hablar,"sólo una chucha puede convertir a un tipo con tacto en eso que se estaba moviendo por su sala tratando de escapar",pensó con la rapidez en que se piensa en esos segundos sufrientes.

De día se le veía mucho mejor. Ella pensó lo mismo de él. Ambos coincidían en ese gusto horario por la gente: que de día se vean discretamente inofensivos, tiernos, intelectuales, pero que de noche te provoque esconderte en su sexo con la esperanza de abrir otras puertas.

Salieron. Él iba más rápido, adelante, notó eso, la esperó.

-¿Dónde enseñas?

-En un colegio como a unas 20 cuadras, pero no voy hacia allá ahora, tengo el turno de la tarde.

-¿a qué edades enseñas?

-No me he levantado a ninguna de mis alumnas, si acaso por ahí va la pregunta.

-5º de secundaria, generalmente es muy fácil sacarle a un hombre la información que no quiere dar, pero esperé más dificultad de ti.

-tengo un sublime, ¿se te antoja?

Ella lo recibió y evitó reírse. Le causaba mucha gracia ver nervioso y torpe al muchacho seguro de anoche.

-Parece que la mañana te asusta.

-Cuando amanezco acompañado, a veces.

por alguna razón sabían que la próxima esquina dividía sus rutas, pero nadie dijo nada, en realidad se veían muy bonitos así.

En tre

Y empecé a quedarme solo

¡mentira!

en el fondo lo deseas

¡puede ser!

pero tu soledad es extrañar

y también tu compañía

¡no me hables!

si lo haces

quedaré solo para siempre

se irá mi silencio

se irá tu recuerdo

y ya no te extrañaré

y la tristeza sabrá que tiene

derecho a visitarme,

vendrá la pena

y aún estarás por aquí,

y no te podré extrañar

¡silencio!

extrañaré lo que nunca hiciste,

que callada me dices cosas

que me gustan,

que tu silencio me sabe decir bien las cosas.

Ajá

No quise levantarme.

Hoy desperté pensando

por obligación

en un dolor entre mis piernas

muy físico y fuerte.

un zancudo me había picado

la parte de mi cuerpo que

quisiera arrancarme cuando

llego a niveles de idiotez

ultra elevados.

El recuerdo de ese momento me llevó

a la comparación

con el dolor detrás del dolor,

la humillación,

cuando te quejas del mal trato en la fiesta

a la cual no fuiste invitado,

cuando te das cuenta del dolor,

cuando reconoces la situación

también prefieres seguir sin moverte

y aunque quieras ,

quizá lo mejor

es no levantarse.

y naturalmente,

no puedes levantarte,

hasta después de un buen rato.

sábado, 2 de enero de 2010

Una tarde con Rave

Rave estudiaba conmigo en la secundaria. No éramos tan cercanos en realidad. Bueno, nunca llegué a tener algo cercano con nadie durante aquella época. Ambos sólo teníamos tres cosas en común: éramos vecinos de carpeta en el salón, nos gustaba demasiado dibujar y a los dos nos odiaban todos. A él, por tener el pelo demasiado teñido; a mí, por tenerlo muy normal.
Cinco años después de terminar el colegio, me llegó la invitación de Rave. No lo había visto durante todo aquel tiempo. Me sorprendí, entonces, de que haya averiguado mi dirección y que me invitara a pasar un fin de semana en su yate privado. Vaya, me dije, sí que ha llegado lejos el muchacho. A su carta adjuntaba una foto suya, supuestamente actual, en la que aparentaba gozar de buena salud. En la post-data, aclaraba que podía visitarlo con quien yo quisiera.
Llegado el fin de semana, mi novia y yo llegamos al lugar que señalaba la carta. Un guía nos llevó hasta la cubierta de la embarcación, donde un Rave moreno y rubio, de lentes oscuros, nos saludó a ambos con cortesía, como si fuéramos una pareja interesada en rentar el yate. Pocas horas después, nos hallábamos en medio del mar. Mientras mi novia nadaba en la piscina, Rave y yo recordábamos un poco los días en la secundaria. Paulatinamente, fuimos ganando toda la confianza que nunca hicimos en el colegio.
La tarde del domingo, Rave nos pidió que lo acompañáramos al viejo teatro en ruinas. Éste se encontraba en las afueras de la ciudad, por lo que mi novia y yo aprovechamos para visitar algunas granjas. En medio de ellas, encontramos el viejo edificio, rodeado por un césped muy alto. Entramos en él, y Rave nos guió por pasadizos angostos, con plantas que invadían las paredes y muebles de madera sumamente deteriorados. No recuerdo bien el camino, pero sí que al final llegamos a un lugar abierto, iluminado con un suave tono amarillo. Frente a nosotros, se alzaba el escenario.
Subimos los tres. Mientras mi novia y yo tratábamos de adivinar de dónde venían las luces, Rave susurraba algo indescifrable. Tenía los ojos cerrados y el entrecejo fruncido. Al final de su rezo, respiró profundamente.
Dudo que alguien pueda creer el resto de lo que presenciamos aquella tarde. Las paredes y escombros del teatro ya no estaban. En su lugar, unas nubes muy blancas nos rodearon y empezaron a ascender, cada vez más rápido. Nos llevaban hacia el cielo, como si se tratara de un ascensor. En determinado momento, las nubes bajo nuestros pies desaparecieron, dejándonos caer al instante.
Pensé que era el fin, que entonces despertaría en mi cama sudoroso, tras la pesadilla más tonta que jamás había tenido. Esa era mi esperanza. Nos escuché gritar, a mi novia y a mí, pero no por mucho tiempo. Pocos metros más abajo, cada uno había caído sobre la espalda de un gigante. O lo que parecía ser uno, pues al menos el mío era verde.
Volvíamos a ascender con rapidez. Un destello apareció de pronto, impidiéndome ver del todo a mi chica, que parecía estar sobre un mamut rosado, y a Rave, cuyo salvador tenía el aspecto de un enorme pez. El destello me cegó completamente. Cuando abrí los ojos, ya habíamos dejado de subir. Bienvenidos, dijo Rave, este es el final de mi universo.
No tenía palabras que decir. Atiné a mirar a la mujer sobre el mamut rosado, que parecía tan confundida como yo. Volví a mirar a mi viejo compañero de clase, y cuando estaba a punto de decir algo, una voz en off me interrumpió: “alabado sea nuestro nuevo rey, que ha trascendido toda gloria imaginable, alabado sea quien ha llegado hasta aquí, para ser testigo de su coronación…”. Así es, me dijo Rave, volviendo a captar mi atención.
- Todo cuanto puedas ver bajo las nubes es ahora mi reino. No te preocupes, no es el mundo que conoces. Es mi mundo.
- Pero…cómo…no entiendo nada…
- Es muy sencillo, mi querido amigo. Ellos me acaban de nombrar como su nuevo dios.
- ¿Ellos…?
Mi novia y yo miramos alrededor. Centenares, no…miles…no, millones, quizás billones de seres asombrosos aparecían de debajo de las nubes y nos rodeaban. Seres marinos, terrestres y voladores. Todos raros, todos únicos. Todos al extremo de todo. Volví a mirar a Rave, mucho más sorprendido, si cabe. Es como un ascenso, me dijo, en palabras sencillas.
- Pero, esto…es imposible…
- Ja, ja, ja, sí, sí…yo también llegué a pensar eso. Es muy difícil quitarse la idea de la cabeza, pero sé que lo lograrás algún día.
- Esto no puede ser más que un sueño…
Su palma cayó sobre mi hombro y decidí callar. Me miró un largo rato, sonriendo.
- ¿Sabes que eras la única persona del aula que me dirigía la mirada al hablar?
Lo pensé un momento y recordé. Todo, desde el primer grado de secundaria hasta el último. Recordé el viejo cuaderno de dibujo que alguna vez enterré en el jardín, cuando cursaba el último año. Mis ambiciones frustradas.
- Vaya…no sé si duele más aceptar que todo esto es real…
Lo miré de nuevo y decidí sonreír.
- …O ver que un amigo del colegio me ha superado, y por mucho.
Reímos juntos por primera vez, a mandíbula batiente, como si nos hubieran contado el mejor chiste de toda nuestra adolescencia. Yo reía como él, con los ojos cerrados, casi a punto de llorar, de felicidad y de rabia, mezcladas con tristeza. No sé cuanto rato estuvimos así…
Pero cuando abrí los ojos, ya no estaba.
Miré alrededor. Me hallaba en la azotea de un gran edificio, posiblemente en la Gran Ciudad. Mi novia estaba a mi lado, también sorprendida. Nos miramos largo rato, tratando de asimilar todo lo visto, tratando de saber si había sido un sueño, una fantasía o lo que diablos hubiese sido…Nada. Lo único que alcanzamos a hacer fue abrazarnos. Ella lloró un rato sobre mi pecho y yo sobre su cabellera. En cierto momento, alcé la mirada hacia el horizonte. Un ocaso agridulce se extendía tras los demás edificios, bañando de amarillo toda la ciudad. Entonces pensé que no quería olvidar nada de cuanto había visto aquella tarde. Nunca, nunca más.
Pero, de pronto, sucedió algo que me llenó de terror: tuve la extraña sensación de que aquella escena ya la había vivido antes y que, ya antes de recordarla, la había vuelto a olvidar. Touché.

viernes, 1 de enero de 2010

Sanzet

Al sol le gustaba la luna.
Tratando de que ella lo ame, él brillaba cada vez más; pero eso solo hacía que ella pareciera invisible ante tanta luz.
No existía la noche y la luna no podía revelarse a los ojos de los hombres.
Se enteró el sol que la luna amaba en secreto a un pastor que trabajaba toda la mañana, descansando solamente a la segunda mitad del día.
El sol resignado a no poder tener a la luna, decidió darle una oportunidad para que su humano pueda verla y a lo mejor el también corresponderle.
¡El sol debía esconderse!
¡No existe en la tierra un lugar donde ocultar al astro rey!
Pactó entonces con el mar.
Todos los días el sol se dejaría devorar por el mar, apareciendo la oscuridad y brillando la luna, esperando a que el pastor pudiera mirarla.
El sol calculó todo de tal manera que se dejaba devorar precisamente cuando el pastor terminaba su horario de trabajo.
Desde el fondo del mar, el sol contemplaba a su pálida luna.
Algunas veces la luna se acercaba tanto a la tierra que el sol no soportaba y trataba de acariciarla.
Los científicos llamarían a este fenómeno: actividad lunar “…la luna influye en las mareas…"
Pero no es más que el sol intentando tocar aquello que día a día justifica su sacrificio.
Él aún espera que su dama nocturna lo mire.
Ella aún espera que su humano despierte para ella.
Los dioses no soportaron ver esto y derramaron lágrimas. No podían dejarlas caer al mar. Los dioses pintaron sus lagrimas en el cielo, son tantas y brillan siempre, anuncian que jamás el sol podrá tener a su lado a la luna; pero parece que a él eso no le importa, porque todos los días se deja caer para que ella sueñe, aunque aún haya un mar de distancia entre ellos....

Volviendo

Calle serena
la policía
dos transeúntes y los borrachos demás.
Un árbol de espaldas al kiosco
la porquería regada en la pista
y un niño que vende alcohol.
Sigo de frente y despacio apuro el paso hasta que el semáforo diga stop.
El silencio se calla y las miradas dicen por aquí nunca hubo sol.
Se siente el murmullo caliente de los que a fuerzas usan calzón
casi indiferente el compañero soportando el hedor de las bolsas
que dejó por la noche el tío Jon.
Más adelante las frentes decentes se quitan la cara y usan condón.
Debajo del puente de nuevo se hace presente el mismo muchacho
que antes pidió por favor una ayuda, desde ayer no come ni algodón .
Duerme mi hermano que el tiempo calla tu necesidad
el futuro respira tu dolor y mi miseria por no saberte ayudar.
Pienso y me enojo, pero ala otra esquina se me pasará, el miedo tapa
la obligación de emplearme y pagar el taxi que me quiera llevar a mi hogar.
La cabeza me pica y el piso se ríe con lo que le empiezo a contar,
acaso me dice no me importa a todos he visto llorar.
Los taxis detienen
y si acaso tuviera dinero preferiría seguir saltando en los semáforos
por si en una de esas la hago y puedo volar.
Para irme de una vez que a veces no aguanto esta ciudad.
Por allá un policía
un transeúnte y borrachos demás
regando porquería en la pista
cerca al kiosco detrás del árbol donde el niño vende alcohol.
Felizmente la calle aún está serena.

Hoy ha sido el día ....

Hoy ha sido el día
en que me olvidé de todo
salí tarde de la cama y
el resfrío no se habia ido completamente.
Perdí el agua caliente,
los chispasos fríos terminaron de despertarme.
Hoy se me cayó la taza de chocolate
y arruiné el desayuno de mi hermano.
La compra del día fue un error y
casi me sentí estafado.
Perdí las cosas de la reunión y
por mi culpa otros perdieron el día,
y en aunque menos,
aún duelen los estornudos,
para colmo
hoy que ha sido el día en que me olvidé de todo
me acordé de ti.