miércoles, 30 de diciembre de 2009

Memorias infinitas

20 de agosto de XY

¿Somos antes o después? No tengo idea. No queda memoria de nosotros. Nadie nos ha pensado aún. Y aunque intente recordar el día en que te amé por primera vez, resulta que aún no te conozco. ¿Eres Z o yo soy V?
No lo sé. Créeme que no lo sé.

07 de septiembre de 1112

El día de nuestro aniversario número 1000 le pedí a ella que tomara nuestras cosas y empezara a quemarlas en el patio. Mientras tanto, yo tomaba del refrigerador la última botella de vino y vaciaba su contenido en el retrete.
Tras mil años de relación, nuestro único deseo era dejar todo lo vivido atrás, alegrías y tristezas; con el único fin de desnudarnos esa noche y reírnos hasta la madrugada de la situación de nuestros cuerpos. Libres al fin de los dictados del mundo, sin preguntarnos siquiera si el amor existe; simplemente disfrutando de la falsa eternidad del lugar, de la compañía perfecta, del odio a las promesas y del deseo íntimo de volver a nacer.
Reír juntos mientras su deseo se cumple y yo la miro bañar con lágrimas sus labios. Mientras, poco a poco, sonriente, me voy quedando dormido…

23 y 22 de agosto del 2009

¿Y desde cuándo los días son tan buenos que han empezado a ir hacia atrás?

10 de septiembre del 2002

Junto a una pista enorme existe una muralla, la resguarda el ejército. Junto a esa muralla gris hay un jardín de arena, plantas secas y un poco de basura. Junto al jardín vemos una vereda y, sobre ésta, una banca de cemento. Sobre la banca estamos nosotros, forasteros, perdidos en un mundo que, tras parpadear, dejó de ser nuestro. Estamos tomados de la mano, mientras vemos la pista mojarse con una lluvia de pétalos negros. Hace frío, el cielo es blanco; el aire, gris…todo se llena de pétalos: la muralla, el jardín, la arena, también el tiempo. Y la banca sobre la vereda y nuestras manos juntas, aferrándose a la vida.
A su maldita y rabiosa soledad.

Del 17 al 21 de septiembre de 1111

Las cuatro cifras del año suman 4. Más él, que nació de ti, son cinco. El futuro se agrupará en años de 60 meses, cada uno, de ahora en adelante. El nuevo orden ha nacido y somos las tres caras de una misma moneda. Muy pronto el conflicto será inevitable. El ser humano descubrirá sus ansias por dominar. Estaremos muertos y vivos en un nirvana infinito, más cerca del cielo y del infierno de lo que nunca estuvimos, más desnudos y cubiertos que nunca, más amantes y enemigos que al comienzo, más yo, más tú, más él. Más nunca.

31 de diciembre del 2009

Toma nota, Lady: Este día nunca existió.

martes, 29 de diciembre de 2009

Lista de compras


Si quieren que les diga la verdad, no me gusta la difusa, siempre anda hablando del alma y esas cosas. Yo no me suelo fiar de esa gente porque tiene que ser frívola, la difusa revisa la marca de la ropa en tiendas caras, mientras le cuenta a la parca “ qué el amor es así, extraño, que la melancolía va acompañada de desencanto, que la presencia de quien se cruza en la vida de alguien nunca se logra ir por completo” le dice también, mientras extiende un polo de la marca más cara, para verlo mejor, que “hoy conoció a una mujer que con muchos años encima y una mirada triste” la parca le dice...no, la parca no le dice nada. Yo sólo le digo que aquel polo está bonito. La parca toma la conversación y por enésima vez, la Difusa y yo nos miramos diciéndonos todo, diciéndonos, ahí va la parca con lo mismo, y la parca empezaba otra vez su historia, siempre la contaba desde distintos ángulos, pero con el mismo final, “pero ya no lo quiero, que se vaya”. La gente ese día, había llenado la tienda, apenas si se podía pasar, y la difusa tenía que esperar en la cola para probarse la ropa. Mientras a mí todo me aturdía,sobre todo el bullicio. La difusa con su innata humanidad, frívola y la vez sentimental, me contagiaba su melancolía, ella era la artista, no hay artista que no sea triste, todos la creían bonita, pero sólo era triste. Y la parca con su eterna historia, me detenía en el tiempo y me asfixiaba más que el aire acondicionado mezclado con el olor a ropa nueva y las entonaciones al hablar de las pitucas de la ciudad, que flotaban como himno de gloria en toda la tienda, que asco; deprimida por la difusa y detenida en el tiempo por la parca. Sólo tenía en mente a aquel mirándome, perenne, ¡sí! perenne como la historia de la parca. Por ese sentimiento de congelamiento del instante, culpo a la parca, y por último, la tristeza poética que también causa recordar su mirada, esa, esa es sólo culpa de la difusa.

Al final la difusa regresa a su casa con ropa nueva y con un libro de poesía, la parca regresa a su casa sin nada en las manos, pero no puedo evitar pensar que regresa diciéndose “pero ya no lo quiero, que se vaya”, y yo, de tanto escucharlas, regreso con una parte de la difusa y una parte de la parca, y ninguna estaba en mi lista de compras.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Sueños...y sobras de la Navidad

Los sueños son el espejo de miedos, pasiones, cóleras, intrigas y de todo cuanto puede albergar el corazón humano.
Escribir es una extensión de aquellos sueños o el principio de los mismos, si se quiere.
Escribimos para tratar de ser como nuestro yo oculto, en algún lugar del cuerpo: una imagen oscura de nosotros mismos que se divierte y se burla mientras crea, a todas horas, sin descanso. Que se burla de su yo gigante y corpóreo, habitante del mundo. “Ja, ja, ja, pobre mortal, condenado a mirar de lejos lo que yo creo, sin poder tocar más que el aire exhalado por la fantasía, ¡pobre mortal!”.
Los sueños son el resumen de aquella burla, noche tras noche. Por eso a veces preferimos olvidarlos, porque alguien nos dijo de niños que a palabras necias, oídos sordos. “Ja, ja, ja, pobre mortal, si supiera que ‘necio’ viene del héroe Neciodo, que con su dulce poesía convenció al Diablo de no matar a Cristo antes de nacer”.
En sueños somos dioses, titanes, magos. Los hombres son mujeres; los niños, grandes; los viejos, jóvenes; las mujeres, Mujeres. Nada se vuelve imposible cuando dormimos, en la película proyectada por aquel mayordomo elegante que nos hace creer millonarios, dueños de Playboy, Bruno Díaz o la octava reencarnación de Cortázar según la mitología griega. Él nos sirve el vino de los Dioses mientras nosotros miramos la película, reímos, damos una pitada al puro que humea entre los dedos y nos dejamos engañar por nuestro siervo, el único que no ha olvidado que, al fin de cuentas, el culpable siempre es el mayordomo.
Y al día siguiente, ya despiertos, intentamos volver a estar soñando: intentamos escribir.

(A un mayordomo llamado Neil Gaiman)
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La ruta del reno

Mi abuela está loca, siempre lo ha estado. Mi tío dice que tiene tanto dinero como locura. No me gusta lo segundo. Especialmente porque sus delirios de mujer recatada parecen empeorar con el verano y, más aún, con la llegada de la Navidad.
Aquella noche era veinticuatro. No hacía ni frío, pero ella estaba abrigadaza. Mis padres me habían dejado encargado en la enorme mansión familiar. Yo sólo miraba las arañas que caminaban borrachas sobre la pata de una mesa, cuando la abuela me habló.
- ¿Alguna vez te he cantado el villancico de “La Ruta del Reno”?
- No.
- Bueno, pues escucha con atención…
Y respiró profundamente, con dificultad, arrugando su nariz hasta convertirla en una pasa, y cantó:

La ruta del Reno
que persigue la nieve
nos lleva a donde nacen
los suspiros

Ahí donde los duendes
afinan del Brillo
las cuerdas doradas
que apresan al Sol

E hibernan las horas
robadas al Cronos
que ruge en su jaula
de orozuz

Y el cruel domador
de barba teñida
divide los copos con su voz
dibujando su rabia
en el seno del viento
al son de su látigo,
Belcebú

¡Y emprende carrera
en trineo de hielo
llevado por sendos
tucanes de mar!

¡Y así el veinticinco
trepando los techos
se mete a las casas
queriendo robar!

Una-sola-cosa…

Porque cuando duermes
te deja regalos
que tú ingenuamente
prefieres mirar

Sin saber que en tu sala
de todo lo bueno
hace falta el divino
que han venido a adorar…

- ¡Ya entiendo! –interrumpí-. Es por eso que algunos dicen que es de buena suerte robar el Niño Jesús de otro nacimiento.
- ¿Qué? ¿Quién te ha dicho eso?
- Mi amiga Matilde.
- Ja, ja, ja, ay hijo, ¡esa es una tontería! Todo el mundo sabe que Diosito se lleva al Niño Jesús de los nacimientos cada año, cuando llega la navidad.
- ¿Para tener buena suerte?
- ¡No…!
Me respondió de golpe; y, tras parpadear un poco, continuó.
- Para que no se lo vuelvan a matar.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Manhattan

Andábamos juntos
similares a los árboles mojados,
tú me tomabas de la mano;
yo sostenía dos velas encendidas
y tu una flor siempre a punto de marchitarse,
me pregunto si tu deseo era regalármela,
pero si así fue, porqué nunca me la regalaste...
Andabas siempre en pena
yo acobijada en tu almohadilla
descansaba en mi tristeza.
Andabas casi siempre con un poema en la punta de la lengua
mientras yo soñaba con imágenes
tú decías "esas imágenes merecen ser soñadas
entre las páginas de un libro"
pero nunca encontramos el libro...
Yo podía perderme en el silencio como de costumbre
y tú aún en tu atmosfera congelada
desasías los inviernos de mis manos sin decir nada.
Hubiéramos querido nacer en los años 70 y en España...
Nos tomamos el tiempo necesario
para reclamarle al mundo el pequeño error,
pero no ocupamos
ni un segundo en reclamarle a Dios,
porque era una gran falta frente a Nietzsche
que nos hablo de la esperanza,
pero aun así le pusimos color,
porque siempre he tenido el corazón zurcido
y he reído de la mala combinación de colores
tan graciosa como un álbum indie
y como los papeles recortados
que caían de tu mesa desordenada
que ahora está vacía.
Pero me la puedo imaginar con papeles descoloridos
como tu traje desteñido y tu mirada inmóvil
que sobresalía en aquel parque,
como un destello,
desde aquella banca invisible y volátil.
Me gustaban tus palabras absurdas como helado
sin tildes y sin complicaciones
eran suaves como algodones,
para ser dichas en domingo,
el día que destinamos para tener los ojos tristes.
Los viernes eran para enamorarnos,
los sábados eran sólo para ser pronunciados,
los lunes eran para bordar iniciales.
He olvidado para qué eran los demás días,
pero nunca nos gustaron los miércoles,
a mi han seguido sin gustarme,
porque los miércoles
me los he imaginado siempre
con las manos vacías.
Una vez dibujamos un caballo
regordete y con las patas cortas
cuando no quedó nada más que el caballo
le dibujaste unas líneas que simulaban dos alas,
en serio esperaste que volara,
era triste ver al caballo aún con alas anclado,
así es como yo me siento ahora,
que del cielo solo escojo las tonalidades grises
los globos amarrados a los árboles
han hecho que pierda el rumbo de las nubes
las palabras guardadas en las galletas de menta
se han perdido entre los bolsillos de mi jean grisaseo.
Y he apostado las envolturas
A que Manhattan y La buena vida
han causado un gran daño
porque aún suspiro los viernes
y aún pronuncio los sábados.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Vinieron del norte, atrás de los cerros

¡qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!
Jaime Sabines

I

Hoy llegaron los soldados.
Vinieron del norte, atrás de los cerros.
Todos corrían. Corrían muy juntos, como si tuvieran miedo de quedarse solos.
Algunos cantaban.
El que iba delante, al que le decían capitán, no cantaba, pero de rato en rato volteaba a ver a los soldados, como si fueran una canción, una canción muy triste.
Llegaron al pueblo en la tarde.
Mi mamá, que estaba dándole de comer a las gallinas, los vio pasar. Sintió miedo.
El miedo es esa cosa que te hace temblar, como el frío.
Las gallinas no sintieron miedo cuando vieron a los soldados, ni siquiera frío, solo querían seguir comiendo.
Cuando llegaron al pueblo los soldados se metieron a la comisaría.
Luego de un rato salieron y la pintaron.
Taparon el «viva la lucha armada» que habían pintado unos hombres hace una semana.
Esos hombres eran malos, mataron a los tres policías que había en la comisaría.
También mataron a mi papá, pero eso fue después.
Los hombres malos se llamaban camaradas. Así se decían entre ellos.
Los camaradas eran parecidos a los soldados. Tenían las mismas armas, la misma voz, pero los soldados vestían de verde y los camaradas de negro.
Después de pintar la comisaría el capitán reunió a todo el pueblo en la plaza. Habló.
Dijo que era nuestro amigo y había venido a protegernos, así que teníamos que ayudarlo, decirles si habíamos visto algún senderista y quienes del pueblo los ayudaban.
Todo el pueblo movió la cabeza de arriba abajo.
Algunos hablaron, otros solo miraron el piso.
Ese día me enteré que los camaradas en verdad se llamaban senderistas.

II

Mi papá murió una semana antes por decir no. Él era profesor de la escuela del pueblo.
Nos enseñaba que dos más dos era cuatro y no cinco, que el perro se llamaba perro y no gato, que la vaca daba leche y que de la leche se hacía el queso.
Muchas cosas enseñaba papá.
Yo también era su alumno, pero ese día me enferme y no fui a la escuela.
Los senderistas llegaron por la mañana, sacaron a los policías de la comisaría, los llevaron a la plaza y les colgaron un cartel que decía «enemigo del pueblo», luego les dispararon.
También sacaron a toda la gente de sus casas para que vieran como terminaban los enemigos del pueblo.
A los niños de la escuela los sacaron después.
Papá iba delante de sus alumnos y les decía «no lloren, no lloren», pero los niños seguían llorando.
Entonces vieron lo que quedaba de los enemigos del pueblo y se callaron.
Luego se arrodillaron en la plaza junto al resto de gente.
Uno de los senderistas empezó a hablar, cosas de la lucha popular, de enfrentarse al capitalismo, de no dejarse oprimir, de un presidente que se llamaba Gonzalo.
La gente del pueblo no entendió nada, solo entendieron lo de ese tal Gonzalo.
El hombre que había estado hablando se acercó a papá y le dio una hoja con algo escrito.
Lee, dijo, léeselo a tus alumnos.
Papá miro el papel y dijo, no.
El hombre le metió un balazo ahí mismo, frente a sus alumnos, luego, leyó el papel.
Cuando papá dijo no, todo el pueblo miro a un costado.
Solo mamá lo vio y empezó a llorar bajito, para no molestar a la gente.
Cuando los senderistas se fueron mi mamá se acercó al cuerpo de papá, lo abrazó y se puso a gritar.
Gritó tan fuerte que hasta los cerros la oyeron, el cielo también porque empezó a llover.
Varios hombres levantaron el cuerpo de papá y lo trajeron a la casa.
Mamá iba detrás, ya no gritaba, ahora solo lloraba.
Todo esto pasó hace una semana y yo no lo vi.
No porque estaba enfermo.
Mi mamá vio a los senderistas cuando sacaban a los policías, me levantó de la cama y me dijo corre. Corrí hasta los cerros y estuve ahí una hora.
Cuando empezó a llover fui a la casa.
Había harta gente que se hizo a un lado cuando me vio llegar. Empecé a temblar, pero no porque estuviera enfermo, sino por el miedo.
Cuando vi el cuerpo de papá empecé a llorar y corrí de nuevo a los cerros.
Y mientras corría mis lágrimas se confundían con la lluvia.

III

Dos semanas después de que llegaran los soldados empezaron a desaparecer los vecinos.
Primero fue Don Pedro, quién tocaba el arpa en la feria; le dijo a su mujer que se iba a la chacra y que venía lueguito. Don Pedro no regresó.
Su mujer, preocupada, fue a buscarlo a la chacra, lo único que encontró fue un burro que se estaba comiendo los camotes que sembraba su marido.
Luego fueron los hombres que habían cargado el cuerpo de papá hasta mi casa.
Desaparecieron los cinco, de golpe, como si se hubieran puesto de acuerdo para irse.
El alcalde se lo dijo al capitán.
El capitán dijo que tal vez eran senderistas, que habían tenido miedo de ellos y se habían ido.
Luego dijo que tenía que empadronar a todos los pobladores para que ninguno volviera a desaparecer.
En la noche fuimos a la comisaría. Entraban de uno en uno, pero a veces no salía el que entraba. La mayoría de los que no salían eran hombres.
Cuando mamá entró a la comisaría el capitán preguntó si era la mujer del profesor, ella dijo que sí, el capitán la miró y le dijo, entonces quédese.
A mi me dijeron que me vaya, pero mamá no quiso, yo tampoco, así que me quede.
Luego de un rato nos sacaron de la comisaría y nos llevaron lejos del pueblo.
Éramos como veinte.
Casi todos eran hombres pero había dos mujeres y un solo niño: yo.
El capitán iba delante con seis soldados. Los soldados llevaban picos y palas.
Mientras caminábamos mamá preguntó a donde íbamos.
El capitán nos miró y dijo que eso no importaba, solo era una ronda de vigilancia.
Algunos no preguntaron pero sintieron que el capitán mentía.
Después de caminar una hora el capitán ordenó que paremos.
Nos dio los picos, las palas y dijo, caven.
Todos nos miramos, pero en la oscuridad no vimos nada, así que empezamos a cavar. Un hombre que estaba a mi lado empezó a gritar, pero un disparo calló sus gritos.
Mamá mientras cavaba lloraba. Y sus lágrimas llenaban el agujero que ella iba cavando. Yo solo la miraba y no atinaba a hacer nada.
Después de un rato empezaron los disparos.
El capitán ordenó que miremos el agujero que habíamos hecho. Como yo no había hecho agujero no volteé a mirar.
La mujer que había venido con mamá lloraba, un hombre empezó a correr pero el capitán le disparo y cayó al piso.
Los soldados disparaban, el capitán solo miraba.
A mamá le dispararon al último.
No lloro, no miró el agujero, miraba al frente, como si buscara algo.
Yo me preguntaba que buscaba, pues estaba muy oscuro y no se veía nada.
Mamá antes del disparo me miró y dijo, cuídate.
Lo dijo con pena, como si supiera que eso no sería posible.
Ni bien acabaron los disparos el capitán se me acercó.
¿Quieres vivir?, preguntó.
Vi el cuerpo de mamá y dije, no.
Como papá cuando lo mataron.
Luego el cuerpo de mamá se hizo oscuro.
Y la oscuridad me envolvió y yo me hice parte de ella.

IV
Ahora estamos muertos.
Mamá se ha puesto a conversar conmigo.
«Mañana tienes que darle de comer a las gallinas».
Luego ha empezado a hablar con el resto de gente que vino con nosotros.
Todos hablan de la feria del pueblo que será en dos semanas.
Todos quieren ir vestidos con su mejor poncho y tomar chicha hasta la madrugada.
Me siento triste por ellos, porque están muertos y no lo saben.
Entonces pienso que estar muerto es como vivir una mentira y nunca llegar a conocer la verdad.
Ahora mamá ya no habla, nadie habla, tal vez ya saben la verdad.
Tal vez solo quieren dormir.
Después, el silencio.

martes, 17 de noviembre de 2009

PERDIDOS (II)

Cuando despertó sintió el calor de Zeta a su lado. La observó en silencio y reflexionó sobre el número de prostitutas con las que se había acostado. Apenado, descubrió que había perdido la cuenta; sin embargo, ella era la primera con la que pasaba una noche entera. No le importó, recordó a su ex esposa y al mirar a Zeta, pareció encontrarle un rasgo parecido, algo que le hacía recordar a B y querer adorarla; pero no supo precisar qué era: ¿sus pestañas?, ¿su nariz?, ¿sus labios?, ¿su frente?. En el fondo nunca deseaba ofenderla, en el fondo, sabía que los únicos amaneceres tibios antes de X, Y y Z, fueron a su lado. Sintió que nada de nuevo tenía esa mañana, ese amanecer. Una vez más, al lado de un cuerpo extraño recostado sobre sus sábanas maritales, recordó el tiempo perdido, los días que se alejó de su familia, las noches dedicadas con egoísmo a sus proyectos y sintió el mismo remordimiento lacerándole los sentidos pero con más fuerza. Eran casi las cinco y media de la mañana. Sintió asco de su propia vida, le dolió la cabeza.
Suavemente se quitó las sábanas de encima, se vistió y caminó descalzo hasta el baño pensando en la forma cómo iba a deshacerse de Zeta. Mientras tanto ella, que había permanecido recostada, aparentando estar dormida, esperando que Equis actuara, tal vez la acariciara, se sintió despreciada y se arrepintió de no haberse largado antes. Quiso moverse, pero le impidió el miedo de saberse sobria. También era la primera vez que amanecía en el departamento de uno de sus amores efímeros, pero porque ella quiso, porque algo en él le impresionó, aunque no sabía precisar qué era: ¿su mirada?, ¿su soledad?, ¿el sonido de su voz?, ¿la marca del cigarrillo que fumaba? ¿sus manos al tocarla?. Algo en él la hacía añorar no sabía que cosa. Se sintió triste y aguantó el llanto.
En el baño Equis manoseó su sexo humedecido. Quiso bañarse pero tuvo desconfianza de Zeta. Recordó las poses en que le hizo el amor y sintió una leve erección. Imaginó el cuerpo de Zeta desnudo, bajo la luz de esa mañana calurosa y quiso ir a levantarla; pero para no volver a sentir lástima de sí mismo, decidió que el día siguiera su propio ritmo, así luego creía sufrir menos. Después de lavarse el rostro y cepillarse rápidamente los dientes, salió del baño. Lo que vio le hizo sentir un espasmo: Zeta estaba completamente desnuda, de pie, frente a la ventana. El contraluz le dejó ver su silueta perfecta: sus caderas turgentes, su culo grande, sus piernas esbeltas. La deseó con más fuerza.
Zeta no supo si darse vuelta. Se había levantado para ver lo hermoso del amanecer, para oír el canto de los pájaros, para dejar que los primeros rayos del sol le dieran en el rostro. Tenía los ojos humedecidos por la pena. Recordó la retahíla de orgasmos que había tenido haciendo el amor con Equis y una por una llegaron a su mente, las palabras de amor que sus gemidos y gritos provocaron. Extrañamente, deseó tenerlo nuevamente. Sus pechos se le erizaron.
Equis se detuvo a contemplarla. Pensó que el cuerpo desnudo que tenía al frente suyo era riquísimo, que haberla acariciado la noche anterior había sido una maravilla, que sentir placer con ella una vez más sería divino; quiso expresarlo, decírselo; pero de pronto se sintió estúpido, ridículo, sobrio. Pensó en lo raro que era tener a una mujer que no fuera la madre de su hijo respirando el mismo aire de su habitación. Otra vez lo embargó el deseo de maldecir su vida, de drogarse, embriagarse y matarse poco a poco. No dijo nada, bajó la cabeza y se dirigió a la cocina con ganas de salir lo más pronto posible de esa casa. Se sabía de memoria las clases que dictaba todos los meses, desde hacía cuatro años, en un colegio estatal. A veces los rostros que lo miran al salir, le recuerdan que hace mucho tiempo dejó de ser el mismo que solía ser cuando vivía en la armonía de su hogar completo. Hoy eso no hará falta.
Zeta secó las lágrimas de su rostro con el brazo. Dio una mirada triste al cielo despejado. Vio a un ave surcar las nubes a lo lejos y sintió envidia. Sonrió con algo de pena. Empezó a vestirse sin quitarle la vista de encima a Equis. Tuvo ganas de encararle las lágrimas derramadas, decirle que por su culpa había recordado lo vacía que era su vida desde aquel día que sus padres se separaron y se mudaron del barrio en donde había encontrado al gran amor de su vida. Miró el reloj y recordó el ambiente lúgubre del hospital donde trabaja. Todos los días improvisa sonrisas de buenos días y buenas tardes a los enfermos de aquel nosocomnio donde todas las semanas desde hace dos años se gana el pan y la nicotina de cada día. A veces esos rostros le dicen que la vida es como uno de sus poemas mal hechos, dignos de ser despreciados. Hoy eso no hará falta.
Equis sacó un pedazo de queso de la refrigeradora y se preparó un sándwich con pan de molde. Por un momento se imaginó con Zeta, sentados los dos a la mesa. Cogió su termo de color azul, lo destapó, observó un momento la aparición del vapor y preparó dos tazas de café. Se preguntó si sería capaz de romper el silencio que había en la habitación.
- ¿Tienes un cigarrillo?
- Revisa en mi chaqueta.
- ¿La que traías puesta ayer?
- Sí
– Los acabamos. ¿No lo recuerdas?
– Entonces ven aquí y toma café conmigo.
- ¿Por qué?
– No lo sé. Porque no podemos ir a trabajar sin tomar algo.
- ¿Porque el desayuno es el alimento más importante del día?
– Sí. Porque el desayuno es el alimento más importante del día. No eres una puta verdad.
– Sí lo soy, sino lo fuera, no estuviera a estas horas en tu habitación.
- ¿Entonces cuánto es por el excelente servicio?
- ¿Te pareció excelente?
– Sí. ¿Dime cuánto es?
- No vas a poder pagármelo.
– Díme, lo que sea.
- 100
– ¿100 dólares?
- No
– ¡100 soles!
- No
– ¿Entonces?
– 100 tazas de café.

martes, 20 de octubre de 2009

PERDIDOS

Mientras bajaba por las gradas del pórtico se arregló el microvestido y no sin mucha dificultad se arregló también el cabello, ya en la calle empezó a caminar a paso lento, haciendo sonar los tacones en el oscuro pavimento y al llegar a la esquina encendió un cigarrillo, eran las seis de la mañana.
Todo empezó la noche anterior, en el bar de luces de neón, esa noche había sido muy mala, el lugar no tenía mucha gente, habían acudido en parejas la mayoría y ella había estado sola, sentada en el bar, bebiendo un cóctel, fumando y escrudiñando a las personas que la rodeaban esperando a que alguien apareciera para sacarla a bailar e invitarle unos tragos, era ya casi medianoche.
Y de repente pasó, llegó el, vestía un saco de cuero negro y unos pantalones negros también, fumaba un cigarrillo y se sentó en una mesa cercana a la puerta mirando a las personas con indiferencia; ella volteó y miró a su copa, la terminó de un solo trago, se sacudió el cabello con la mano al momento que se disponía a levantarse de su asiento para empezar a caminar hacia el recién llegado.
“¿Qué pasaría?”, se preguntaba ella mientras cruzaba la pista de baile, casi vacía;”tal vez la noche no esté tan perdida”, se preguntaba también cómo sería aquel hombre misterioso, si estaría esperando a alguien más o si no estaba interesado en conocer a nadie, alguien la empujó, ella retoma la calma y con la cabeza y sangre fría termina de acercarse a él.
-¿También solo?- le preguntó mientras se situaba a su costado y le tomaba por el hombro, el estrujó su cigarrillo y lo apagó en el cenicero de la mesa; -Me llamo Zeta y esta es una de las noches más aburridas de mi vida, las otras son las navidades que he tenido que pasar durante los 20 años que he vivido.
No dijo nada, no respondió, se limitó a ver su reloj y a llamar al mozo para pedirle una botella de vino, ella estaba estupefacta, ni siquiera la había mirado, iba a retirar su mano y marcharse del lugar presa de una gran humillación cuando él se dio vuelta y tomándole de la mano la invitó a sentarse con una señal.
Ella tomó asiento frente a él, tomó un cigarrillo de su bolso y él le ofreció fuego, - ¿Mala noche?- se rió sardónico –hoy es noche de viernes y extrañamente nadie ha salido a divertirse solo, bueno yo…- calló y preguntó con una nueva carga sarcástica -¿A qué te dedicas?.
-A regalarle mi compañía a la noche, a hacer felices a los otros, compartiendo lo que deseen que les comparta.
-Puta, poeta , eres una puta poeta, tan puta como la poesía - se calló y rió sonoramente, ella no se inmutó, decía la verdad, así que rió también y empezó con la rutinaria tarea de ponerse coqueta y decirle lo que estaba acostumbrada a decirle a cualquier sujeto con que se encontraba.
Así pasaron algo de quince minutos de incesante coqueteo entre copas de vino y cigarrillos cuando él se recostó sobre la silla y rascándose un poco la cabeza dijo, bastante hostigado, -Okey compañera de la noche, ya dijiste lo que todas ustedes están dispuestas a decir, ahora dime cosas que no hayas dicho nunca antes, que de lo otro ya sé bastante.
-¿Qué mas podría decirte?
-Palabras no prefabricadas, cuéntame algo de ti, de cómo empezaste a frecuentar este mundo.
-Una puta no revela sus secretos
-¿Eres estudiante y no tienes dinero?, ¿de pequeña tu familia de arrastró a esto y no sabes hacer otra cosa?, oh vamos niña siempre hay una razón.
-Lo hago porque me gusta, y por todo lo demás también, ya hablé demasiado, juguemos, ahora te toca a ti, di cualquier cosa.
-Equis, mi nombre es Equis.
-No esperarás que crea eso
-Tú te llamas Zeta, así que te sigo la corriente, soy profesor y no preguntes de qué, hoy he salido a dar una vuelta buscando a alguien con quien conversar.
-Pues de la manera en la que te expresas nadie quería conversar contigo y menos aún sabiendo que eres profesor, apuesto a que no eres casado.
-Correcto, no hay una razón lógica, así que no preguntes por ello.
-Okey, ¿Quieres salir a bailar?
-Esa canción es realmente patética
Ella lo tomó de la mano y se lo llevó casi a rastras a la pista de baile, el se paró sin moverse, no tenía intención de hacerlo, así que decidió tomar la iniciativa y empezar a bailar ella sola, lo tomó de nuevo de las manos y se acercó a él, puso sus manos sobre sus cintura y empezó a bailar de nuevo, el tuvo que moverse entonces; se rió un poco de la torpeza con la que el se movía y luego empezó a mirarlo fijamente a los ojos, eran negros, pero había algo que le daba una tonalidad gris a su mirada, el rió torpemente también, luego se detuvo, se soltó y regresó confundido a la mesa, ella se detuvo por un momento, confundida, y luego lo siguió.
El encendió un nuevo cigarrillo, ella bebió de su copa de vino.
-A veces, hablar hace bien…
-No es mi intención hacerlo, mucho menos con una desconocida
-Entonces puedes quedarte con tu carga y seguir con tu vida aburrida y deprimente
-Jamás me he chocado con una puta tan fastidiosa
-Las demás sólo te atienden sin siquiera mirarte, te aseguro que no se acuerdan de ti, eres solo uno mas de muchos.
-¿Por qué no eres como las demás entonces? Haz tu trabajo, no me molestes más por favor
-Tú fuiste el que me pidió que saliera del guión, tranquilo, no quise molestarte, permiso- se levantó de su asiento cuando él la tomó de la mano, ella volteó y lo miró: estaba mirando su copa, se sentó y se acercó un poco más, empezó a acariciarle el cabello y esta vez el no opuso resistencia, estuvieron así durante mucho tiempo.
-Olvida lo que dije antes y la manera en la que me expresé, no fue mi intención, lo siento.
-Un poco de amabilidad, vaya, esta noche no es tan mala entonces.
- No me gusta hablar de mis cosas, no con una desconocida.
-Querido, he conocido tantos hombres en mi vida que puedo describirte a ojos cerrados. Todos los hombres son iguales, responden a un grupo determinado.
- Ese argumento lo he escuchado un millón de veces y justo de mujeres que responden a un grupo determinado: las despechadas.
- ¿Así que volvemos a las andanzas?, el niño cruel muestra sus garras de nuevo… siempre a la defensiva, ¿Por qué te escondes?
El terminó el cigarrillo y lo presionó con fuerza en el cenicero, ella lo tomó de la mano y buscó sus ojos, el volteó el rostro y miró a la pared.
- Aquí no, aquí eres una desconocida
- ¿Quieres conocerme mejor?
- ¿Estás insinuándote?
- Cariño, si aún estoy junto a ti es por una razón….
Otro cigarrillo, se sirvió la última copa de vino y pidió la cuenta. Ella se volvió a acomodar el cabello y se levantó dirigiéndose a la puerta, el esperó un momento a que el mozo se acercara, pagó la cuenta y salió a la calle donde ella lo esperaba, se miraron a los ojos bajo el reflejo rojo de las luces de neón, el la tomó de la mano, ella se apoyó en su pecho y juntos empezaron caminar, sin rumbo, perdidos.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Memoria infinita (fragmento)

05 de agosto de 1627

Eran los inicios del teatro. Por aquellos días pagábamos a un grupo de vagos para que se sentaran entre el público y estallaran de risa cada cierto tiempo. Tenían que ubicarse en distintos puntos del auditorio, nunca juntos, y estar atentos a los momentos precisos en los que la obra, supuestamente, se ponía graciosa. Poco antes de ello, claro, debían ir sonriendo paulatinamente, sin alejar el dedo índice de los labios. Esto les daba una apariencia de gente muy analítica, por lo que el resto, al verlos, empezaba misteriosamente a entender todos los diálogos del libreto, incluyendo los que hacían gala del simbolismo más innecesario. Llegado el momento, los buenos muchachos convulsionaban con desenfado, mostrando las encías y achinando los ojos al tiempo que aplaudían estúpidamente y gritaban cosas como “¡qué buena!” o “¡ve’ste conche…!”. Si lo consideraban necesario, podían mirar a quien quiera que estuviese a su lado y salpicarle saliva con complicidad, invitándolo sutilmente a compartir la risa obligatoria. De este modo, en pocos segundos el auditorio se llenaba de alaridos estrepitosos, aplausos y cabezas que giraban reprobando lo dicho, con una sonrisa que decía “estos chicos, se pasaron de pendejos”. Y el actor, arriba, se sentía en su gloria, dueño del mundo y de su energía, con la certeza de que su trabajo valía la pena (y la vida también). Esos, claro, eran otros tiempos. Ahora que existe Broadhill y todo ese floro, lo que menos faltan son actores pésimos pero de notable y bien cultivada autoestima. Sin mencionar, por supuesto, los increíbles avances tecnológicos en cuestión de risa grabadas. “Ta’ ¡Qué buena!”.

viernes, 31 de julio de 2009

Varias cosas

Varias cosas pueden parecernos bellas. Desde los días nublados, alegres mañanas de sol hasta los eclipses. Es fácil entonces saber encontrar razones para intentar una sonrisa por día. Existen sin embargo versiones opuestas al paradigma del optimismo y felicidad humana. Seres que por alguna razón no estiran los labios hace mucho. Las razones son infinitas: desde soledad, pena por abandono, fracaso amatorio, aburrimiento, desempleo y algunas otras que solo se permiten en estos días.


El éxito es la mentira que queremos convertir en cierta en lo que va del camino.

Luces que parpadean y aire entrecortado, más que suficiente para pensarte.

En el desierto hasta las lágrimas significan agua.

Me dio gusto ver que aun dormía, pero me asustó pensar que no vaya a despertar.

Cuando el celular sonó, me di cuenta que aún la quería.

Con bostezos y la columna sangrando, así te espero.

El vecino aprovecha al máximo las oportunidades que se le presentan. Aún espera la primera.

Duerme y suéñame, que yo despierto soñaré contigo.

Cuando la soledad es verde, por ahí que da gusto acompañarla.

Y el celular sonó, pero lo pusimos en vibrador.

Sin matemáticas ni raíces químico nucleares, simplemente enamorémonos de la gente.

La botella seguiría llena, si tan solo hubiéramos seguido caminando.

¿Por ti? Lo hago por mí. Para que un día tú me quieras.

Hasta que los árboles aprendan a hablar y nosotros a opinar.

Y que pueda escribir mejor que mañana.

Casi poesía

La calle del abasto
Eres el recuerdo de algo que no sucedió
el verbo de una acción que no existe
ya tienes un cuerpo, imperfecto
pero vives en este cuerpo y
también en esta alma
eres el cáncer avanzado,
la raíz de mis sueños,
la neurona más peligrosa en mi cabeza
donde cada pensamiento duele
eres la calle de la delincuencia,
por donde paso a diario
con las mismas cosas nuevas.
Pierdo todo siempre;
a veces más,
a veces menos
y al día siguiente
paso de nuevo.

Pronto
El magno ejercicio de la paciencia,
la aburrida vida del soñador,
la inquietante postura del ansioso,
la misericordia del que perdona,
los mismos huecos de siempre,
el cortejo de la vida…
ese tengo
solo eso y nada más.
Pregúntame si algo he hecho.

Vadda Sultenfuss
Mejor así
que no sepa hablar…
que solo haga llorar…
que de noche camine hacia atrás…
que de día invente colores…
que no sepa amar
y que quiera aprender conmigo.

Don´t Touch
Una agradable manera de despertar,
durmiendo lo suficiente.
No les digas donde estoy ni siquiera a tu almohada.
En la puerta han de poner tu nombre
entre las cosas que ya no me hacen mal.
Después de eso, ya no me vengas a visitar.




El niño y yo
El niño que descalzo
ayer corría
hoy evoca con sonrisas
un recuerdo que ha fijado
y aunque está asustado
jamás lo parece
ha educado una sonrisa que
despistar sabe a la gente
por eso le dicen el frío y
a veces casi inerte
"el que nuca siente"
siempre soñando
nunca duerme
vive volando
no se sabe cuando duerme.
Soñar puede descalzo.
¿Quién lo comprende?

Más tarde
Amanecerá como siempre
y despertaré de nuevo
solamente recuerdo
que no debo nombrarte,
es la fórmula errante
del que no perdona
o quizá
el ángel vigilante
evita que al llamarte
revivas de tus cenizas,
dormiré algún tiempo
para recuperarme
y que en ese tiempo
logre despertar y sperarLE
y superarTE
y superarME
y después
hablarte y recuperarme
¿Recuperarte? para vengarme,
será después, quizá más tarde.
Ahora dormiré.

Kristal de aire
Despacio, muy despacio
el ritmo del tiempo,
la clave del triunfo.
Como el susurro
de tu aliento en mi mejilla,
eterno y tan breve,
tan suave y capaz de erizarme,
tarde o temprano los segundos que nos toquen
vendrán a nuestra casa, serán nuestros segundos eternos, breves y lentos.

Un paso atrás
Cada esquina me recuerda tu nombre.
Todas las puertas me dicen tu sonrisa.
Las nubes te dibujan.
Cada calle me culpa por ser yo,
y no tenerte tan lejos,
por vivir cerca y no alcanzarte.
Por rozar tus ojos a diario y
no tocarte con mi voz.
Por quererte tanto.

Perdón:jamás.
Si pudieras oírme una palabra, te diría perdón.
Por hacerte culpable del dolor .
Por ser la causa que me estruja.
Perdón por culparte inocente.
También te diría :que jamás te condenaré.
Luego te diré: Perdón, por usar la palabra JAMÁS.


Greguerías del MSN
¿Me agregarías?

51634
Emocionarme es tan fácil como reír con un buen chiste.

Brutus eticus
Aprenderé cuando se confirme un método efectivo.

Casi
Espera un momento más. Pronto cerrarán.

Natural
Para impedir la muerte. Ciencia y arte.
Para recibirla .Paz y ciencia.

Shhhzzz
Desperté pensando que no pertenecía aquí.
¿A qué hora vuelvo a casa?

Tuerto
Pongámosle infracción al tuerto.
Le falta un foco.

Necesidad
Compartiendo el silencio y ahorrando palabras. Seríamos ricos.

Good nigth and good luck
Ese rincón donde dolía verte ahora esta en alquiler.

Jazmín de Vainilla
Quisiera creer que no tienes edad
que nunca naciste
y que siempre serás un sueño.

Para qué

¿Para qué?
No sé si sirve pensar en lo que estará haciendo
o si creer en eso que leo cuando la veo
pero siempre es correr sin detenerme,
correr como cuando sabía menos,
cuando reía más ,
cuando dormía en paz.
Quisiera dormir despierto
y soñar con ella.
Verla sola y ser
lo primero que ella ve
cuando el sol regresa.
Saber que mi nombre es su manía y
que sonríe cuando sabe de mí.
No sería justo buscarla y contagiarle mi síndrome;
sacarla de su paz para vivir enferma como yo ,
se ve tan bien así.
Me hace feliz saber que no me conoce.
Que sus ojos no me juzgan,
sus ojos me perdonan cada vez que los cruzo.
Bebo de ellos la vida.
Más vida que de sus labios.

Y sueño
Aparenta menos de lo que es.
Por fuera podría intimidarme.
Pareciera tan fría como ayer y
tan vacía sin mí.
A pesar de eso sueño con tocarla
y oír su voz después de la mía,
como mañana,
sin miedos ni complejos,
sin ataques ni defensas,
con risas y cadencias que su
aliento abrace.
Sin más artilugios que dos almas
esperando por la otra mitad pérdida
en el fondo del plato.

Cumple

Casi las 3pm, la pequeña hija de tía Soledad cumplía su primer año. La costumbre obligaba a mis tías a llevarme.
No sé por qué la forma en que me vestían solo me gustaba dentro de casa. Fuera no soportaba esa mezcla de colores y telas; es algo que aún después conservaría y que por analogía descubriría en la secundaría que se llama: trauma social.
La casa de mi tía era más interesante que la mía. Tenía decoración de novela mexicana. OK era fea, pero en esos días me parecía bonita ( Se parecía ala casa de Maria Joaquina de Carrusel, la que nunca le dio bola a Cirilo, en cambio siempre le dio en las bolas).El equipo de música era grande y los niños de mi edad sabían usarlo. Yo con dificultad encendía el televisor.
De a pocos fueron llegando más niños con aspecto de antipáticos, más tarde llegaban los del aspecto burlón y casi al final los que reunían ambas características.
Gente así me daba miedo. Yo intuía eran casualidades divinas para castigarme por algún crimen en otra vida.
Todos se conocían y corrían con la libertad de sentirse en casa. Yo sentado en la misma posición en que había iniciado mi presencia en ahí .Treinta minutos después ya me sentía con más confianza como para moverme hasta en un radio de cinco centímetros sobre mi eje.
Al comenzar el ritual del primer año de la sobrina que en realidad era mi tía (más traumas, la niña cumpleañera era mi tía, es decir mayor rango dentro de la familia) todos los niños ya estaban desarreglados por haber corrido tanto, pero se les veía bien así. A mí en cambio cada respiración parecía hacerme más ridículo.
El momento llegó. El personaje más odiado e insoportable del protocolo de estas actividades: el falso payaso (el tipo que se pinta la cara y finge una voz asquerosa y dice ser payaso) el que busca pasar el rato con tu ridícula participación en el baile. Yo no sé bailar, es lógico adivinar que en aquel tiempo tampoco .Pero ahí me veía cambiando de pie, preocupado por la hora en que me regresen a esa silla con quien tan buena amistad había hecho.
No soportaba sentirme prisionero de mis actos, de ¡no ser yo! porque no conocía a nadie. Habría bastado que un solo niño se me acercara a hablarme, no como los estúpidos adultos que me llamaban para que baile, como si ellos no hubieran odiado el dancing de niños y entre niños. Los niños son sinceros al máximo, por eso son tan crueles, pero habría bastado que uno me hubiera pedido cambiar palabra, que me hubiera sonreído o que me dijera "amigo",pero cuando te esperas cosas tan simples no sabes que hacer con las cosas grandes que se te dan.
El grupo que más miedo me daba era el que llegó al final. Su líder se parecía tanto a mi hermano Gabriel, gordo y con una apariencia única: antipático burlón y con esa mirada que denota una vocación arruina vidas y trauma memorias. Ese mismo me llamó. Me dijo:"Ella quiere bailar contigo" señalando a la única niña que ,a mi gusto de niño burgués (y enamorado de La maría Joaquina que despreciaba a Cirilo),me había parecido bonita.
La respuesta que di la dijo un yo que no existía en esos días, o que quizá dormía dentro. Para mal despertó y de mis labios salieron las palabras:"Yo no quiero bailar con ella".El público estalló en risas burlonas. Las mismas que temía sean dedicadas a mí, se las estaban dando públicamente ala única persona que dijo algo amable de mí en esa pequeña jungla. La única alma a la que le gustó mi silencio y que a lo mejor también quiso oírlo o quizá romperlo.
Aquellas sinceras mofas fueron obsequiadas a ella y yo había ayudado a envolver ese obsequio.
Todo siguió tranquilo como de costumbre. Piñata y cola para la torta. Mi respectiva chompa para evitar el resfrío. La porción de torta era tan pequeña que era preferible comerla ahí mismo y no llevarla a casa. Al otro extremo de la sala estaba ella. La vi comiendo y comí, me miró y bajó la mirada. Definitivamente le tocó la tajada menos dulce de la torta de aquél cumpleaños.

Dos nubes de sangre

Perú, el país de donde vengo, suele ser conocido por montañas, nevados y piedras enormes de cuadratura perfecta. Tras esa fotografía de postal, existen ciudades como cualesquiera en este mundo: oscuras, podridas, con personajes vampíricos y solitarios, que llenan las noches con su luz tenebrosa. Chiclayo, entonces, es una ciudad como cualquiera. Una ciudad peruana en la que también anochece...

Me pregunto dónde estás. Es de noche y acabo de llegar a la ciudad, con un poco menos de cuerpo que hace un rato. Camino rápido entre las sombras que ocultan rostros enormes, feos, llenos de maldad…pero familiares, al fin y al cabo. Estoy en mi mundo. Las luces inoportunas sólo descubren el andar irregular de los insectos sobre la vereda, así como una que otra portada invisible de algún libro viejo a precio de infarto. Camino sin saber que la muerte va de esquina en esquina, con un cigarrillo entre los dedos, esperando a sus clientes de turno. El sujeto disfrazado de pollo, con el rostro bañado de un sudor frío, ha decapitado a su personaje por el simple y banal motivo de tomarse un agua de lima. La solitaria Gertrudis, por su parte, sonríe viejísima a quienes ya no tienen ni el ánimo de hacerle bromas sobre su tardía salida del closet. Son cerca de las once y media de la noche, apenas, y ya Chiclayo tiene el aroma inconfundible de la más rabiosa soledad. Más tarde será peor… ¿dónde estás?
Hace quince minutos que mi hermana bajó del autobús. Nos despedimos con un beso en la mejilla, prometiendo, como siempre, continuar nuestra conversación (sobre el mismo tema) la próxima vez que nos veamos. Nunca hemos cumplido esa promesa. Lambayeque quedó atrás, y ahora sólo quedan los reflejos perfectos de los pasajeros sobre la ventana. Afuera, un vacío inmenso abraza las calles chiclayanas, pese a estar llenas de gente silenciosa, mientras el vehículo voltea con dificultad para llegar al improvisado paradero.
Una luz amarilla me recibe cuando logro salir del autobús. El olor a comida frita, las voces (y escupitajos) de la muchedumbre, el claxon de los automóviles y el grito de los cobradores de combi…no existen a esta hora. Como no existe, además, forma de llegar a mi casa que no sea tomando un colectivo cerca del mercado Modelo. Forma barata, vale agregar. Con una paranoia de los mil diablos, coloco mi mochila hacia delante, dándome un aspecto de embarazado prematuro. Miro hacia el frente y luego hacia el piso. Aclaro mi garganta, me acomodo los lentes, empiezo a caminar.
La noche se burla desde lo alto. Me he sentado en plena calle, con mi mochila ensuciándose con el cemento, sobre la línea amarilla del borde de la vereda, a imaginar las nubes rojas que podrían existir en aquel cielo azul marino. Siempre he sido malo para combinar colores, pero me gusta imaginarme las nubes rojas, como el rastro difuso de algún líquido infernal, o de mi sangre. Es lo mismo, ¿sabes? La noche es la pupila de Hades, quien mira con curiosidad los edificios, los autos y a las personas que transitan por la ciudad. Al verlas, se pregunta qué son, a dónde van, por qué viven así…no tiene la más mínima idea de todo eso; pero está maravillado con algo que sí conoce muy bien: nuestra sangre. Hades desea nuestra sangre, la ambiciona, la persigue de manera obsesiva, hace todo lo posible por obtenerla e, incluso, se toma la molestia de interrumpir el día y cubrir con su ojo a la ciudad, permitiendo que ladrones y asesinos cumplan con su cometido. Es así que logra obtenerla.
Hades sólo piensa en la sangre, y es por eso que, ante sus ojos, yo sólo soy una mancha más de las tantas que pueblan el oscuro lienzo de la noche, mirándolo fijamente pero siendo ignorado, perdiéndome entre mis propias ideas y alucinaciones, contando y, sobre todo, preguntándome cuál de todas esas nubes, imperfectas, rojas, de sangre viva, eres tú.
Solitario. El ruido de mis pasos se pierde entre la velocidad de los neumáticos. Los automóviles no dejan de correr. Son bestias de metal que gobiernan sobre la ciudad, que parten el viento con sus carrocerías de segunda y contaminan la atmósfera con cada disparo de sus motores. Bien me lo dijo un profesor hace un año, cuando comenzaba la carrera: “Chiclayo es una urbe construida para automóviles, no para personas”.
En fin, evito pensar en el tiempo que pasa, mientras vago al costado de paredes sin brillo, de rejas oxidadas, basura y de mendigos cuyas almas se encuentran en estado de coma. La mía, por su parte, camina lenta pisando mi sombra, intentando copiar la velocidad de mis piernas. No lo logra; camina triste, lenta, pensativa…distraída por su propio dolor. Dolor de tener que andar sola, a mitad de una cuadra que la llena de miedo, con la mochila adelante para evitar un asalto y mirando hacia atrás al llegar a una esquina. Con el silencio que lleva bajo los labios y el ruido insoportable de los negocios cerrando, de las parejas furtivas besándose en la oscuridad, de las narices enfermas de niños con hambre, de los delirios privados de los locos sin cura, de los ladridos ahogados de los perros sin casa, de las risas fingidas de las chicas de minifalda, tacones y cartera de cuero falso…del tic tac pervertido en la muñeca del parroquiano, del aroma constante a colilla reciclada, de su cuello girando para ver si alguien la sigue, de mi respiración agitada, que la llena de nervios…de los neumáticos. Hasta que cierro los ojos, me calmo, y la dejo alcanzarme.
Caminamos al mismo paso, ya sin miedo, con algo de orgullo incluso. Sin embargo, lo único que aún queda, inmune por completo a cualquier placebo, es sin duda esta malparida soledad, que me revienta las venas del pecho imaginando lo genial que sería tener a alguien más, caminando conmigo en este momento, conversando de cualquier cosa, entendiéndome. Algo así como un hermano con el que tuviese mucho en común. Pero no es así, claro, y mi hermana no es mi hermana, ni mi alma es ya la mía. Y al voltear la esquina, llego a donde se suele tomar colectivo. Estoy solo.
Estás solo. ¡Es increíble, sencillamente increíble! Antes de llegar a este punto, no imaginaba siquiera un poco que podría llegar a verte así, de golpe, tan de pronto, de pie en la acera del frente, esperando colectivo. Ahora mismo me pregunto qué fuerza sobrenatural, qué divina omisión, pudo hacer que decida llegar a esta calle oscura, cerca del mercado Modelo, donde nadie más, salvo tú, espera lo que quizás nunca llegue, considerando la hora. Nada podría ser más propicio para saludarte… ¡Es increíble! Tal como me dijeron: idéntica nariz, idéntico cabello, idéntico cuerpo y expresión del rostro, salvo, claro, por los lentes…fuera de ello, eres la viva imagen de mi persona. Me paralizo, sin duda, sorprendido a más no poder. No me muevo ni un poco, pensando en qué rayos hacer, ¿hablarte? ¿Acercarme a ti? ¿Qué te diría? “Hola, mi nombre es el mismo que el tuyo, ¿sabes? Y me gustan las mismas cosas que a ti”. ¡Sí, puede ser! ¿A quién no le gustaría oír eso? O quizás me equivoque, no lo sé; por Dios, nunca imaginé llegar a encontrarte tan rápido. No más soledad, no más calles oscuras con personajes extraños, no más caminar sin rumbo por Chiclayo, la horrible…sí, todo ha llevado a este momento, toda mi búsqueda, ¡No, no puedo perder más tiempo! Voy a acercarme, sí, voy a hablarte, voy a…
¿Qué ha sucedido…? Justo ahora empieza a pasar gente por esta calle sin luces y un grito apagado se ha oído en la esquina del frente. La gente corre rumbo al lugar, mientras unas sombras oscuras se alejan a paso endiablado. Han sido ladrones. Sudo con temor al distinguir un cuerpo joven tirado sobre la vereda, con el rostro sobre el piso y unas líneas rojas que empiezan a resbalar por el borde. Dios… ¡Es horrible!, pero la vena de periodista hace que me pregunte si debería ir junto al montón de cuerpos vivos (y chismosos) que ahora rodean a la víctima. Finalmente, tras vacilar mil veces… me decido a ir. Después de todo, ¿qué es lo peor que podría encontrar…?

El sueño

Una muchacha observa los trenes. Vienen y van, aparecen y desaparecen, entre la niebla dividida de cada extremo. Abre un paquete de chocolates, olfatea su contenido: son de los que tienen relleno de maní. Se sienta. La espera no la pone nerviosa, es más, parece gustarle. Hace tiempo que no se daba el lujo, el placer de mirar al vacío. Concentrada en la pared gris del otro lado, que está pasando los rieles, juega a derretir el chocolate con su lengua.
El sonido típico de un ferrocarril no cambia las cosas. Cargado de azúcar, el gusano metálico pasa raudo ante sus ojos, sin que ella se inmute ni deje de estar concentrada. Su atención sigue puesta en el vacío. Sin embargo, un perro se acerca a olfatear. Tiene curiosidad por saber qué tipo de chocolates tienen la chica entre sus dedos. ¿Serán de esos que tienen relleno de fruta? No lo sabe, pero se muere por probarlos, así tengan veneno en su interior.
Ella sigue perdida. Sus movimientos se reducen a acariciar la comida y a parpadear de vez en cuando, cada vez que lo recuerda: está viva, quiera que no. El perro acerca su nariz a los pies de la muchacha. Olfatea, “sus zapatos huelen a carbón”, piensa, “seguramente debe trabajar en la mina, como las hijas del tabernero”. Entonces recuerda al viejo gordo, golpeando el aire con su escoba, gruñendo tras el escape canino, casi siempre inevitable. El perro sonríe.
Olfatea un rato más. “Los chocolates ya se habrán acabado”, piensa, sin dejar de rozar el hocico sobre la piel de la chica. La humedad debería llamar su atención, pero no es así. O no parece, al menos. En realidad, es ella quien hace durar los chocolates: hace buen rato que notó la presencia del perro. Es más, si se dedicó a concentrarse en la nada y a saborear con cuidado, partícula por partícula, la oscuridad de la dulzura, fue precisamente por llamar la atención del can.
El tren anuncia su llegada. Al instante, irrumpe en el panorama de nuestra joven gourmet. Lentamente se detiene y los pasajeros empiezan a bajar. Él, un muchacho, camina sobre la acera y busca a su alrededor. La encuentra, sonríe, se acerca corriendo. Ella lo mira, con cansancio, y se pone de pie. Deja los chocolates, saca el arma, apunta y dispara. El perro empieza a ladrar, entre los gritos histéricos de la gente al oír el balazo. Llega un policía y torpemente la captura. No se resiste.
“Fue tal como lo soñé: el perro, los chocolates…descansa en paz mi querido niño, hijo de puta, ahora sí: descansa en paz”.
Y pensando en esto, le da una última mirada al cuerpo, se deja llevar por el policía y se ríe con verdadero estruendo, asustando, incluso, al confundido animal. Hay lágrimas en sus ojos pero a la vez felicidad: no más minas de carbón, no más encuentros obligados. Nunca más los sueños húmedos de un mortal asqueroso.
“No, Dios santo, no… nunca más”.

Una sopa arco iris

Esa tarde había salido de mi casa con la firme decisión de besar a Lupe. Tomé todas las cosas que el día anterior no pude llevar conmigo: el control remoto malogrado, la nariz de claun, el diccionario de palabras estúpidas (tercera edición, “súper ventas” del mes pasado), los zapatos de pera, un abrelatas y la figura de acción con el rostro de Eric Bana, que Fátima siempre trataba de quitarme. Tomé también una “galleta gigante” del manual de repostería de mi hermana. Me fui andando mientras la masticaba.
Hacía un poco de frío esa tarde. Como siempre he odiado usar chalina, cubrí mi boca y mi cuello con una chompa de lana, atándola por las mangas a la altura de mi nuca. Debía parecer una especie de pandillero lorna. Sin embargo, quería mantener mi garganta a salvo de cualquier tipo de infección: un mar de flema no es precisamente el mejor acompañante para un beso. No me importaba si la gente se quedaba mirándome, como suele pasar los días en que me visto de rana (con polera verde, pantalón amarillo, zapatillas de menta…) o cuando olvido peinarme tres veces, frente al espejo, para evitar que mi cabello cobre vida y empiece a saludar a los transeúntes. No, esa tarde no.
Más bien, me sentía con mucho ánimo de ignorar a todos. En serio. Ignorar sus miradas, para empezar; sus voces, sus olores, sus oídos fingiendo sordera, sus narices respingonas (qué gracioso, res-pingonas), su calor humano, su sed, su hambre, su espíritu de masa anónima, heterogénea, dispersa. Ignorar los saberes previos, los prejuicios, los crímenes anhelados, el sabor de un almuerzo frío, el volumen alto de un televisor, las letras magistrales de una novela corta, la porquería de guión de un cómic (que me gustó más que la novela), la cama, el ronquido, el sueño precioso, con el rostro de Lupe, acercándose…el despertar húmedo. Ignorar el baño, el secado, el “péinate, carajo”, en fin… ignorarlo todo y amar, amar la inutilidad del mundo, su simpleza o simplonería, todo él, vacío, inerte, cachaciento: como el amor.
Y el amor es un bicho raro. Me hizo caminar con rapidez de la vereda de mi casa a la vereda del parque, o Plaza Cívica, como suele decir nuestro canino alcalde (un cruce entre afgano y fox terrier). Esquivando autos, chibolos suicidas, gatos gigantes sin correa, pasé de una a otra las cinco cuadras enormes de la ribera gris, al compás de la avenida triste, o Sáenz Peña. Girasoles de plástico sobre el vendedor de caña (sí, el mismo que en verano vende raspadilla), bodegas rojas, notarías azules, cantinas verdes con franjas de limón y una capilla preciosa, con su virgen de las manzanas y sus flores de papel carbón. Todo tan esperanzador y firme como el simple deseo de llegar al parque “vivo”, sin las cuchilladas dulces de los graciosos ladrones (tan lindos ellos).
Y obviamente, la realidad incuestionable de que debía a besar a Lupe, pasase lo que pasase. Llegué a la Plaza, alguna vez hermosa, y resultó que estaba llena de parejas de estudiantes. Eran cerca de las siete, después de todo, y los del turno de la tarde estaban saliendo. Ellos las abrigaban, falsamente atentos, prestándoles sus chompas verdes, guindas o celestes, y abrazándolas por la espalda, observando el arco iris.
Porque esa tarde, como nunca, un enorme listón multicolor adornaba el cielo pálido, congelado, puramente citadino. Y los niños que pasaban señalaban desde sus motos, y las parejas se miraban, tiernamente; y las chicas soñaban mirando el arco iris y los chicos apretaban más fuerte, bajo el pecho, sin dejar de ser animales. Y más allá, las nubes naranjas y violáceas, que anunciaban la partida de la tarde, hacían pensar a mi Lupe que aquel clima era el perfecto para un asesinato. Cuando llegué a su lado, frente al sucio escenario donde jamás se hizo drama, yo solamente pensaba en una cosa.
- ¿Besarme? –preguntó.
- Sí –le dije con nerviosismo-. Esta vez sí estoy listo.
Lo pensó un segundo, sonrió, con algo de sarcasmo, y las nubes naranjas se reflejaron en sus pupilas negras, preciosas. Y abrió la boca, suavemente, como acariciando el aire con sus labios; y me dijo:
- Lástima, mi padre me mató ayer.
Y el aire mismo, excitado, se llevó su figura imaginaria hacia el cielo, haciéndola rebotar contra una nube, estrellándola sin piedad contra el arco iris, rompiéndolo como un vitral de iglesia y dejando caer los trozos de vidrio sobre los amantes furtivos, quienes dejaron de pronto sus sueños de romance y gritaron aturdidos bajo mi lluvia sangrienta. Confundidos y torpes: una sopa arco iris.