viernes, 1 de enero de 2010

Sanzet

Al sol le gustaba la luna.
Tratando de que ella lo ame, él brillaba cada vez más; pero eso solo hacía que ella pareciera invisible ante tanta luz.
No existía la noche y la luna no podía revelarse a los ojos de los hombres.
Se enteró el sol que la luna amaba en secreto a un pastor que trabajaba toda la mañana, descansando solamente a la segunda mitad del día.
El sol resignado a no poder tener a la luna, decidió darle una oportunidad para que su humano pueda verla y a lo mejor el también corresponderle.
¡El sol debía esconderse!
¡No existe en la tierra un lugar donde ocultar al astro rey!
Pactó entonces con el mar.
Todos los días el sol se dejaría devorar por el mar, apareciendo la oscuridad y brillando la luna, esperando a que el pastor pudiera mirarla.
El sol calculó todo de tal manera que se dejaba devorar precisamente cuando el pastor terminaba su horario de trabajo.
Desde el fondo del mar, el sol contemplaba a su pálida luna.
Algunas veces la luna se acercaba tanto a la tierra que el sol no soportaba y trataba de acariciarla.
Los científicos llamarían a este fenómeno: actividad lunar “…la luna influye en las mareas…"
Pero no es más que el sol intentando tocar aquello que día a día justifica su sacrificio.
Él aún espera que su dama nocturna lo mire.
Ella aún espera que su humano despierte para ella.
Los dioses no soportaron ver esto y derramaron lágrimas. No podían dejarlas caer al mar. Los dioses pintaron sus lagrimas en el cielo, son tantas y brillan siempre, anuncian que jamás el sol podrá tener a su lado a la luna; pero parece que a él eso no le importa, porque todos los días se deja caer para que ella sueñe, aunque aún haya un mar de distancia entre ellos....

2 comentarios:

Luis Camasca dijo...

Nunca dejaré de sentir un especial apego y cariño por la mitología que habita en cada mente. Sí, debo ser una persona muy predecible, ¿o no adivinaban ya que este texto de Carlos sería mi favorito de los que ha publicado aquí?

Jorge Yr dijo...

Será que sí